Incendiaria en combustión

La danza por dentro

A veces, la danza permite esconderte en un rincón del mundo. «Esconderse en un rincón del mundo» es también el título de un libro de Jimmy Liao que descubre y recorre lugares imaginarios en los que refugiarse cuando alguien está cansado de todo. Entre los diferentes paisajes que dibuja, Liao presenta un jardín de flores de piedra y una pregunta: ¿esperas que te dé una flor dura o una flor frágil? En esta decisión también parece moverse el espectáculo «Knochenblume (Flor de hueso)» de la gallega Estela Lloves y su compañía Arraiana.

Delicadeza y dureza, individualidad y universalidad se fusionan profundamente en esta pieza de danza-teatro. Lloves lleva la danza por dentro y vuelve teatro todo lo que toca con esa tranquilidad que confiesa y que le permite relacionarse de forma genuina tanto con la escena como con el público. En «Knochenblume» la creadora comienza por atar virtualmente a la butaca las muñecas de los espectadores para pasar a arrastrarlos por una selección de pequeños conflictos yuxtaponiendo texto e imágenes, ofrecerles una mirada sobre las pequeñas cosas, hacer que conecten cerebro e intestinos y acabar por introducirlos en un callejón sin salida en el que no pueden dejar de avanzar a su lado con un sinfín de imágenes clavadas en la retina. Con todo este recorrido, Lloves defiende la búsqueda de una «danza pequeña que se vuelve más intensa cuanto más diminuta e invisible es» y la creación de microespacios que le sigan permitiendo «elegir vivir».

Lloves elige la danza como motivo de vida y la hace necesaria. En el último Foro Creativa que reunía en Vigo a representantes de compañías gallegas que apuestan por explorar nuevos lenguajes, Lloves ofrecía su casa en Berlín a cualquier persona interesada en iniciar una residencia artísica: era una muestra de que le gusta imaginar posibilidades y crear acciones concretas. El suyo es un ejemplo fruto de un territorio que tiene la danza por normalizar (como tantístimas otras cosas) y en el que no se renuncia a seguir haciendo a pesar de que la programación de danza se haga por obligación o por devoción –y ninguno de estos dos motivos son eficaces a la hora de asegurar una continuidad.

Pensando en la continuidad del Centro Coreográfico Galego, el pasado mes de agosto, Mercedes Suárez se hacía cargo de dicha institución después de once meses de indefinición y sin una cabeza directiva visible. A esos meses de indeterminación, los precedían cuatro años de actividad de una joven estructura que comenzó a andar con Natalia Balseiro y que emprendió ambiciosos pasos y propuestas arriesgadas. No hay nada que perder cuando todo está por hacer. No obstante, en este 2010 comenzaban las malas noticias con la pérdida de una partida de 1,4 millones de euros para la construcción en A Coruña de una sede digna para el CCG por un malentendido entre unos y otros: entre instituciones siempre, siempre responsables. Y aunque no se anulan, este año también brillan por su ausencia los programas de co-producciones y residencias artísticas que tan buenos frutos dieron a la anterior etapa. Y aunque no son pérdidas de ahora pero que seguimos echando de menos, se suman al campo de la desestructuración de la danza en Galicia la desaparición del Festival «En pé de pedra» iniciado por Matarile, la programación de la Sala Galán de la que también se encargaba Matarile o la desaparición de muestras de danza iniciadas por algunos ayuntamientos.

Desde el nuevo proyecto que dirige Mercedes Suárez parece defenderse la formación clásica y se insinúa la apertura a todas las disciplinas de la danza, pero no deja de percibirse un ataque indirecto a las propuestas más contemporáneas. Esperemos que no sea así porque: ¿cómo se puede crear un público de danza completo sin una educación y una sensibilización hacia todos los estilos? ¿Cómo se pueden crear espectadores que demanden danza contemporánea si esta no se apoya pese a las diferentes compañías que han nacido en los últimos tiempos? ¿Cómo podrán avanzar esas compañías si no es exhibiendo sus trabajos?

Si van a ver el trabajo de Estela Lloves sabrán que su danza pequeña, su micro danza, su danza interna es necesaria porque es reveladora, porque remueve a la vez cerebro e intestinos y porque como dice ella es como «tocar el cráneo por dentro para sonreír». Y eso pasa, en algún rincón del mundo que hay que cuidar.


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