Un novedoso arte callejero
Una nueva actividad artística, que se desarrolla en la calle, y que incrementa por ello las posibilidades de acceso a la cultura por parte de la población que deambula, y de la que aún, seguramente, no están disfrutando los países desarrollados, pero que tal como van las cosas lo podrán hacer en el mediano plazo, ha cobrado fuerza en Colombia.
Ésta, que no parece atender a reglas de oferta y demanda, como dicen que debe ser también la actividad artística para que se desarrolle plenamente, solo requiere de un escenario, que se encuentra dispuesto en muchas partes, y además, lo mejor, tiene público garantizado y por ende sus ejecutores no pierden energías, ni se angustian esperando que se llene una sala para empezar el espectáculo.
Se trata de un arte sin dificultades espaciales para su desarrollo, porque no requiere de especificaciones técnicas complicadas de audio o de composición de luces, debido a que en su ejercitación prima el movimiento y a que su escenografía es el espacio público, que tiene la gran ventaja de cambiar de aspecto en forma automática, razón por la cual no exige la presencia de personal técnico, de lo cual se infiere que quien lo ejecuta, que es director, actor, autor, productor, promotor y cobrador al mismo tiempo, no pierde la paciencia en discusiones de ajustes técnicos, y puede por ello entregarse en cuerpo y alma al desarrollo de su espectáculo.
Esta novedosa actividad artística es un emprendimiento individual, que está lejos de convertirse en una agremiación, porque la variedad de formas que la caracteriza impide consolidar una tendencia artística en particular, y porque sus responsables son personas que no paran en un solo lugar, pues siempre andan buscando nuevos espacios en los que su espectáculo sea más mirado, pues del número de personas que pasan por donde éste se está ejecutando depende la cantidad de dinero que el actor consiga recaudar.
Podríamos calificar a éste, por anticipado, para calmar la curiosidad de nuestros lectores como un arte nómada, partiendo de la lógica analogía de que es practicado por nómadas.
Está claro que la intención de los ejecutores de este novedoso arte callejero no es hacer arte propiamente dicho, ni salvar a nadie a través de él, aunque tienen conciencia de la utilidad de su oficio para doblegar la rutina de la vida diaria, y hacer que quienes pasan por donde se está ejecutando alguno de sus movimientos, haga a un lado, al menos por un momento, aquellos pensamientos que deprimen su vida, relacionados con sus obligaciones laborales y demás.
A pesar de las incomodidades que origina su existencia, por la ocupación transitoria, y a veces inoportuna que hace del espacio vial, creando caos, su existencia parece garantizada por las autoridades, porque no es visto como una de esas innovaciones artísticas que se entrometen en los conflictos sociales, para acentuarlos, ni convocan a reflexiones, ni hacen preguntas inoportunas.
Las autoridades ven en este arte la oportunidad de ratificar el sello de la informalidad, uno de los símbolos más característicos de nuestra vida nacional, pero también ven en él una oportunidad para demostrar que la solución de los grandes problemas de desempleo de nuestro país es un asunto de imaginación., porque basta con poner a funcionar ésta para inventar una forma de ganarse la vida.
Conscientes de su responsabilidad de apoyar las nuevas iniciativas ciudadanas para resolver los problemas sociales, y de paso ampliar los espacios culturales, los gobiernos municipales de Colombia han decidido aumentar el número de semáforos en sus ciudades, y, lo que es mejor, han decretado prolongar el tiempo que deben permanecer éstos en la posición de rojo, para que los ejecutores de este novedoso arte callejero tengan más tiempo de expresarse, y por ende, su rentabilidad aumente.