Zona de mutación

Cosa de mujeres

La cualidad femenina por antonomasia, cual es la procreación, se politiza como condición de posibilidad transformativa, cuando más allá de lo instintual, (que si lo es, lo es en segundo grado, en segunda instancia), se comprueba extensiva y trans-genérica. Creo que no hay problema en considerar que la cualidad espiritual de re-nacer, de re-crearse a sí mismo, implica la capacidad uterina por la que lo dado en el ser humano fecunda lo no dado, para así alumbrar un estado nuevo. Si esta índole femenina es operante lo es por construcción consciente, una especie de post-inmadurez. Me refiero al punto antropológico-cultural por el que cualquier humano puede sentir desarrollarse en su interior, la capacidad de gestarse, de nacer(se) por sí mismo, ya no como la trasmisión de algo comunicado y dado, sino como el movimiento existencial ‘para’ ser algo. Como si uno se existenciara a sí mismo, fuera del padecimiento victimatorio de un contexto desfavorable. Por esta iniciativa se podría decir que la proclama del ‘crearse condiciones’ en medio de la crisis imperante, ha dado resultado. Uno ya no se interesa por una situación, llega el momento de construirla con acciones concretas, de timonear en ella. En ese verdadero ‘centro de ciclón’ uno sabe que no le debe nada a nadie. Para llegar a ese sitio al que hay que llegar, más que fálico valor, hace falta amamantar lo que subyace en nosotros como don(es). Allí tal vez se entiende esa polemiquísima frase de John Holloway: «por medio de la conquista del poder no se alcanzará sino lo opuesto a lo que se espera cambiar, pues así se adopta la lógica del poder que se pretende combatir». Esto es, la pérdida de la autonomía de pensamiento. Y el choque inevitable con todas las fuerzas de mediatización o fuerzas intermedias que asechan a los movimientos horizontales. Tal como ese miedo que el empleado planta permanente le insufla al contratado en cualquier repartición pública, habilitando un sistema de mini-terror, orquestado por delegados de la burocracia que pugnan por quedarse con sus aportes a futuro, para lo cual empiezan por marcarle la cancha, para cuando sea pasado finalmente a dicha planta. Mientras tanto se vive como un supernumerario. Es la domesticación que por vía de esta guerra de baja intensidad cotidiana le hace el que está en blanco al que está en negro o, dentro del sistema de flexibilización laboral, tercerizado. Luego ya ni siquiera toda esta relación es indispensable, con sólo el miedo es suficiente para reproducirla. El terror del mecanismo de sustitución que subjetiva el incluido con respecto al excluido. Inclusión quiere decir para el incluido, que hay una posibilidad de des-inclusión activada. La espada de Damocles del miedo, ni más ni menos. Entonces, te dicen que lo que se tiene, sin ser la isla de Jauja, es lo mejor que es dable conseguir: un mal menor equiparable al principio que establece «mejor pájaro en mano que cien volando». En esta fábrica de mezquindad sistémica, se desarrolla por imperio de sus condiciones, trabajo forzoso, explotación, exceso de trabajo, precariedad. John Berger cuenta cómo en Japón, se llegó a tal punto que se debió reconocer en ciertas áreas laborales, la categoría «muerte por exceso de trabajo». Esto significa que si no estás dispuesto al trance de tomar lo que hay, ponen a otro y sanseacabó. Aunque este mal menor, incluye el mayor: la muerte por agotamiento. Ahora, este otro que entra, innominado, anónimo, ignoto, ya no es el prójimo evangélico, es el enemigo. Y ese enemigo, en un sistema de miedo, no hace falta que sea real, con ser virtual le basta y sobra. Así que no es difícil escuchar: «Por lo menos tengo un trabajo». Es que no se habla de condiciones de vida en la desocupación. Acceder al trabajo será el premio, el fin en sí mismo, ya no acceder a una mejor vida. Por el contrario, anclado a un plan social, pasará a ser un mero zángano del Estado. Siempre hay un momento en que se ve el tamaño jurásico de las corporaciones, que tienen el destino de todos en sus manos. No es una que otra, son muchas: la militar, la sojera, la de medios, la minera, la partidocrática, la sindical, la espiritual-abstracta a través de la entente de iglesias abotagantes, la educacional, y via dicendo. En este marco, hasta quienes dicen defendernos resultan los carceleros del sistema que administra la creatividad social, como la capacidad manifiesta para salir de las malas.

Se habla tanto de ‘construcción de ciudadanía’ que hace pensable que mientras esa construcción no ocurre, los presuntos beneficiarios son inconstruidos. No-ciudadanos, no-civiles, ácaros de la anomia social que carcome el papel de las leyes que no los cubren ni los contienen. En la creciente inmaterialidad del mundo, la responsabilidad por las penurias físicas no las tiene nadie identificado. El capital financiero no tiene anclaje físico. No está en ningún lado, aunque sea omnipresente. Un país bien puede ser una fábrica de crear humo. Y cuanto más bajo riesgo país, mayor seguridad jurídica, o lo que es lo mismo, más capacidad mágica para evaporar capitales. El gran arte contemporáneo, pasa por su don para visibilizar lo invisible. Tengo identificada como una maravillosa obra de arte contemporáneo la de la mujer que en un bar de Córdoba (Argentina), al ver a Menéndez (uno de los más temibles asesinos de la Dictadura Militar) sentado como hijo de vecino mezclado a todos los parroquianos, procedió a levantarse y plantarle una flor de cachetada frente a todos. Esos todos preguntaron: ¿Quién es esa mujer que hizo lo que ninguno de nosotros se atrevió?

Una artista de la vida.


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