La burocracia cultural
¿Conocen, quienes están al frente de los desafíos de la administración de cultura, las responsabilidades de su oficio? ¿Saben estos, por ejemplo, que el desarrollo cultural de una sociedad va más allá de la programación de eventos que constituyen casi siempre un episodio festivo? ¿Saben ellos, si la cultura es parte del desarrollo integral del individuo y un punto de contacto imprescindible con su entorno, y no un pasatiempo que se estructura para ocupar el tiempo libre de las personas?
Estas preguntas vienen a cuento, porque la selección, si es que se hace, de aquellos a quienes se va a encargar de la conducción de un área de cultura, no tiene el rigor evaluativo de la que se lleva a cabo para seleccionar a quien llevará a cuestas la responsabilidad de manejar finanzas u obras públicas, porque la cultura, lo hemos asegurado varias veces, es un tema ubicado en el campo de lo accesorio, y de la cosmética social, ligado casi siempre al concepto recreativo, por lo que puede faltar en la sociedad sin que por ello sufra detrimento la estructura de la misma, porque, además, para dar la sensación de que se está cumpliendo con ella, se realizan celebraciones de festejos que llevan a la comunión ritual, que sirven de paso para subsanar su ausencia.
La burocracia cultural, en la mayoría de los casos está integrada por personas que han accedido al cargo como retribución a su acompañamiento a una causa política, y debido a que su formación no ha sido propiamente la que exige el cargo, y a que carecen de experiencia en el tema, caen con facilidad en las redes de promotores que ofrecen la ejecución de actividades, que de cultural sólo poseen el aspecto, porque no son corresponsales de las tradiciones de la sociedad dentro de la cual se llevan a cabo, y es la razón por la que estas acciones no contribuyen en manera alguna con el desarrollo cultural y éste se halla siempre en un punto muerto.
Suele ocurrir con las acciones emprendidas por muchos de los administradores de departamentos de cultura, tanto oficiales como privados, situaciones similares a las que suceden cuando a un gobernante le da por hacer un puente donde no hay río, o una sede educativa donde no hay población estudiantil, bien porque forma parte de sus caprichos hacer lo que a él le parece lógico, o lo que simplemente consulta intereses personales o de grupo, y por eso resultan celebrándose eventos relacionados con la música donde lo que prevalece es la vocación escénica, y eventos de artes escénicas donde los amigos de la música piden a gritos la apertura de un lugar adonde formarse.
Esta burocracia, carente de conocimiento en materia de desarrollo cultural, teniendo en cuenta que la asunción a su posición burocrática es la consecuencia de un acuerdo de carácter político, y que está entre sus obligaciones diseñar actividades para dar nombradía al dirigente político, propietario transitorio de dicha cartera o cargo, dedica la mayor parte de sus esfuerzos físicos, mentales y económicos a buscar la actividad milagro, aquella que más impacto produzca, para hacerla y promoverla «gracias al dirigente Fulano o Zutano» y pagar de esa manera su cuota por la permanencia en el cargo.
De esa manera son muchos los procesos o eventos de aspecto artístico o cultural, estériles, que surgen en la sociedad, que logran dar nombre a sus promotores, por su aparataje, pero poca o ninguna utilidad social debido a que no son la consecuencia de un diagnóstico que lleve a sus gestores a definir cual actividad es, no solo útil sino necesaria, porque con ella se fortalece el vínculo social o la identidad.
No es del interés de este tipo de burocracia la generación de diagnósticos, aunque sí la creación de planes de mediano plazo, que generalmente no se cumplen porque no son fruto de un estudio detallado de la realidad, para surtir cada uno de sus puntos. Ocurre con regularidad que los Planes de Desarrollo Cultural son el dictado de investigadores de escritorio, que carecen de experiencia en la gestión cultural y de conocimiento de los antecedentes de las sociedades dentro de las cuales proponen sus actividades, y por eso la cultura se encuentra siempre en un punto muerto.
Con encargados de la administración de cultura cuyo paso por el sector es un accidente o una tregua laboral mientras les asignen el cargo que se ajusta a su verdadera formación e interés, el desarrollo de la cultura siempre estará en estado de interinidad.