Se busca Academia desesperadamente
Leyendo ciertos panfletos, escuchando a determinados servicios propagandísticos de algunos de los capos del teatro, le entran a uno demasiadas ganas de cantar fados. O rancheras. O ponerse las cananas de la razón para disparar al aire versos sueltos y mandar parar tanto desvarío. Aunque lo mejor es descifrar esos mensajes de despiste, de entretenimiento, de disuasión. Yo juraría que en algunos lugares de la administración central con poco fundamento teatral, aunque con mucho poder en el BOE, en los centros neurálgicos de los poderes fácticos de la producción teatral y con la inestimable ayuda de algunos gaiteros dispuestos a tocar el son que le pidan y encantados de lamer la mano, o lo otro, del que le echa de comer las migajas del festín desmadrado, se está buscando una Academia para un presidente.
Deduzco de estas campañas de rumores, de encuestas delirantes y tendenciosas, que ya han decidido que el presidente de esa supuesta Academia de las Ciencias y las Artes Escénicas, debe ser, por el orden natural de las cosas, el presidente de casi todo. Ahora solamente hace falta que se cree. Tenemos presidente; buscamos Academia. Y la rumorología se extiende, y asustan al personal, porque en estos momentos de crisis real, de crisis financiera, de ausencia de circuitos, de falta de trabajo para una extensa cantidad de profesionales, con la amenaza de cierre en muchas empresas, compañías, grupos, con demasiados actores volviendo a buscarse la vida en otros asuntos, venir con la entelequia de la Academia, es un insulto a la inteligencia.
Si es cierto que existe una especie de luz verde en el ministerio, si se están dando pasos en la oscuridad comprando voluntades en almoneda, lo cierto es que solamente hay que mirar a las otras academias concomitantes, para darnos cuenta de que «ahora no toca». Y si toca se trata única y exclusivamente de un movimiento de venganza, una especie de «te vas a enterar», lanzado desde el lugar de todas las amenazas y de todos los controles teatrales, para conseguir el poco poder que le falta por conquistar. Y de paso, eso se dice, crear unos Premios de esa supuesta Academia, que acaben con los Premios que existen desde hace una década y que mal que bien, han ido manteniendo una continuidad y con todas las dudas razonables que se tengan, han servido para que, por lo menos, exista un mínimo espacio para hablar del teatro como una fiesta y un encuentro profesional.
¿Es necesaria la Academia? Yo pediría que alguien me explique para qué. Si tenemos asociaciones de autores, de actores, de directores, de técnicos del espectáculo, de distribuidores, de empresas de producción, de escenógrafos y alguna más que se me olvida, como esas redes, circuitos, o La Red, o los gestores culturales, ¿la llegada de ese supuesto ente, ¿anularía lo existente? ¿Los absorbería, los compaginaría? ¿Con qué objetivos? ¿Con qué representatividad territorial?
Bueno, por lo menos los incitadores de ese señuelo han conseguido que pierda un tiempo pensando en ello, aunque solamente sea para lanzar improperios viscerales, ya que se ve tan a las claras la jugada, que quedan pocos resquicios para aceptar que sea algo necesario para la profesión, ni en su parte artística, ni en la industrial o empresarial, ni ayudaría a crear públicos, ni queda claro que sirviera para dar una mejor imagen del Teatro, como valor social. Se trata o de una melonada, o de una jugada estratégica que huele fatal.
La pregunta de la semana: ¿Con qué dinero se cuenta y de dónde saldría para crear y mantener esta Academia?