‘Los ochenta son nuestros’/ Democa Productions y Pentación Espactáculos: Cuando la vida no está
Obra: Los ochenta son nuestros Autora: Ana Diosdado. Produce: Democa Productions y Pentación Espactáculos. Intérpretes: Natalia Sánchez, Gonzalo Ramos, Blanca Jara, Borja Voces, Claudia Molina, Alex Barahona, Juan Luis Peinado y Antonio Hortelano. Escenografía: Luis Vallés (Koldo). Iluminación: José Manuel Guerra. Música original: Pablo Miyar. Dirección: Antonio del Real. Teatro Principal de Zaragoza. 17 de febrero de 2011
En enero de 1988 se estrenaba en Madrid ‘Los ochenta son nuestros’, uno de los mayores éxitos teatrales de Ana Diosdado, que se mantuvo en cartel durante dos años. Se trata de una obra que se supone que nos habla de los problemas y las inquietudes de la juventud, a través de un grupo de adolescentes de clase acomodada que se reúnen el día de Nochevieja en un chalet de la sierra madrileña.
Ahora, Antonio del Real la recupera, supongo que con la intención de reeditar el éxito. Para ello ha reunido a un grupo de ocho jóvenes actores y actrices, conocidos por su participación en exitosas teleseries. No es que sea malo que alguien se haga popular por aparecer en televisión, ni mucho menos. Pero un escenario no es un plató de rodaje ni el teatro una pantalla. Ahí, sobre las tablas, no existen intermediarios entre quien interpreta y quien mira, no está el ojo de la cámara que va conduciendo y condicionando la atención del espectador. Está sólo el actor, la actriz, con su cuerpo, con su voz, con su movimiento, con su fuerza interpretativa y su capacidad de convencer, de llegar, de transmitir, de sacar de sus entrañas un personaje y mostrárselo al público con nitidez, vivo y con matices.
Muy poco de todo esto se hizo presente el pasado jueves en el Teatro Principal de Zaragoza. Hay un esforzado trabajo interpretativo al que le sobra precipitación y monotonía en el fraseo, gestos y movimientos sin un sentido claro, y le falta dominio del ritmo, contención, vocalización en algún caso, sentimientos, intensidad emocional y credibilidad. Y es que, lo que vemos, lo que oímos, nos resulta falso, excesivamente plano como para tener vida y ser creíble. La vida no es plana, está llena de matices. Por eso no apareció sobre el escenario.
La escenografía, en su fallido intento de reconstruir lo real, termina resultando recargada, fría y de cartón piedra. Más que servir de marco para una acción se limita a adornar un espacio. La puesta en escena es igualmente plana, reiterativa, sin brillo, sin capacidad de sorprender y embarullada por momentos. Pese a todo, cosechó un claro éxito de público.
Joaquín Melguizo
Publicado en Heraldo de Aragón 19 de febrero de 2011