La mujer decapitada
Pedir pan o pedir guerra. Morderse la lengua o escupir la boca para no indigestarse con el silencio. Perder la cabeza o dejar de alzarla con orgullo. Hablar en primera persona o dejar que otros hablen por una. Cada decisión es un acto político. Cada acto político es una incisión en el futuro. «Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Es una mujer quien te hace esta pregunta», expresó Olympe de Gouges en el siglo XVIII. La posibilidad de alzarse contra algo siempre abraza la idea de justicia.
Ellas también ardieron. Fue un día 8 de un mes como este en el que estamos, hace 103 años. Un centenar de trabajadoras de la Cotton Textile Factory de Nueva York perecieron calcinadas en un incendio después de ser encerradas por sus patronos con la intención de evitar que se sumasen a la huelga declarada por 40.000 costureras de grandes factorías para reclamar mejores salarios y mejores condiciones laborales. Reclamar y denunciar. Alzar la voz. «La justicia no siempre se puede medir a través de las leyes», diría Thoreau, pensaría Antígona.
Ella también fue decapitada. Su nombre era Olympe de Gouges (1748-1793) y fue una escritora y política francesa, autora de la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana de 1791. De Gouges practicó también la dramaturgia con creaciones de profundo calado reivindicativo y fue fundadora de una compañía de teatro itinerante con la que montó sus propios textos, que llegaron a ser representados en los teatros de toda Francia. Entre ellos se encuentra La esclavitud de los negros, obra inscrita en el repertorio de la Comédie-Française. Con ella, De Gouges pretendía llamar la atención sobre la condición de los esclavos en un país cuyos ingresos procedían en buena parte de las colonias y la práctica de la esclavitud. Por ella, De Gouges pasó a estar incluida en la «Lista de Hombres Valientes que defendieron la causa de los desafortunados negros», a pesar de que su género no era masculino. También por ella, de Gouges fue encarcelada. El precio de buscar justicia: renunciar y penar.
Curiosamente, Olympe de Gouges, de nombre Marie Gouze, optó por un seudónimo formado a partir del segundo nombre de su madre (Olympe) y el nombre de su hermana (Gouges). Consciente o inconscientemente, este hecho de rescatar mujeres en la propia biografía es un claro ejemplo de la necesidad que hay de recuperar mujeres que la historia hizo invisibles y de alzarlas como referentes. Es la necesidad de escarbar en las raíces y en la memoria: la justicia histórica.
La celebración del Día Internacional de la Mujer cada 8 de marzo nos recuerda esta lucha por su participación en la sociedad en igualdad con el hombre y en su desarrollo íntegro como persona. Sin ir más lejos, con esta columna me gustaría dejar un especial recuerdo a las mujeres que no dejan de abrir camino y de trabajar en el mundo de las artes escénicas, ya sea desde lo público o lo privado, desde el centro o la periferia: a las actrices, a las directoras, a las técnicas, a las distribuidoras, a las productoras, a las regidoras, a las dramaturgas, a las bailarinas, a las coreógrafas, a las críticas, a las programadoras, a las teatrólogas, a las espectadoras, a todas las artistas que contribuyen a normalizar, que resisten, que se dejan la piel, que se dejan las uñas, que gritan, que se alzan en pie de guerra para soltarse la lengua y pedir voz y nuevas estructuras con la cabeza bien alta. Porque «Si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, también lo tiene de subir a la tribuna», dijo también De Gouges, quien finalmente murió guillotinada.
Ahora, como siempre, toca decidir, actuar y avanzar hacia la igualdad dentro de la diferencia hasta que el Día Internacional de la Mujer pueda desaparecer y dar paso al Día Internacional del Ser. Sin más.