Todo el teatro en un vaso de agua
Un poco pretencioso el título de esta semana. Debe ser la cercanía del estreno que embota el cerebro, sobre todo a la hora de pensar en castellano. Estoy tan empapado de consonantes suecas que no logro hallar las conexiones sinápticas adecuadas, así que disculpad el desliz.
Esta mañana, último día de ensayos de la última semana previa al estreno (cuántos últimos), nos hemos sentado a hacer una reflexión conjunta. Cosa habitual en Unga Klara y que seguro voy a echar de menos. Esta, sin embargo ha sido un poco especial, influida por los ”últimos” antes aludidos.
La falta de fluidez con el sueco me obliga a pensar en imágenes. No es algo que haga conscientemente. Simplemente sucede, y yo me dejo llevar, como si de una película entretenida se tratase. Buscaba sintetizar qué es lo que hemos hecho durante estos tres últimos meses, qué es lo que queremos contar al público que, a partir del próximo jueves, vendrá a ver nuestro trabajo. Y la imagen sin lenguaje, que ha surgido nítida en mi mente es la siguiente.
El ser humano que decide venir a ver cómo es un recipiente lleno de agua. Agua tibia y reposada. El recipiente es nuestro cuerpo, el agua nuestra sensibilidad, nuestros sentimientos. Tranquilos, expectantes.
Ahora imagino el teatro como una mano, llena de articulaciones y con multitud de movimientos posibles, que trata de mover ese agua en reposo.
La mayoría de las veces la mano mueve el vaso, y con esto logra que el agua abandone su estatismo. Esto sucede casi siempre. De modo más o menos rápido, con un contacto más o menos suave. El abanico de posibilidades es enorme; en algunas ocasiones lo empuja bruscamente, con lo cual el agua es removida de modo intenso y tarda en volver a la posición de reposo inicial. Nos vemos sorprendidos, y, en ocasiones, el agua se derrama empapándonos. Luego se enfría y deja paso a una molesta sensación de humedad. En otras la mano directamente coge el vaso y comienza a agitarlo violentamente, algo que casi nadie se había atrevido a hacer hasta hace algunos años. Entonces me acuerdo de la Fura dels Baus. Llegan los gritos, el desconcierto, la sorpresa… pero después de unas cuantas veces ya cansa tanto agitar, solo marea. Y nos damos cuenta del truco.
Solo muy de vez en cuando la mano es capaz de hacer algo sencillo, y a la vez mágico. Sin tocar en ningún momento el vaso introduce un dedo en el agua y agita el líquido. Lo puede hacer de modo suave o puede, poco a poco, aumentar la intensidad del mismo, provocando un constante movimiento ondulante, hasta que decide sacar los dedos del vaso, que es cuando finaliza el espectáculo. En estas raras ocasiones el agua tarda mucho tiempo en volver al estado de reposo inicial, y cuando esto sucede siempre queda algo del dedo en el líquido elemento, una gota de sudor, una pequeña célula, un trozo de alma, depende. Y sin derramar una gota de agua. A ese sencillo gesto lo llamamos magia, duende, arte… Teatro que nunca olvidas.
Pues esto creo que es lo que hemos intentado hacer durante estos tres meses. De la mano suave y llena de experiencia de Suzanne.
Ahora solo queda saber si lo hemos conseguido, cosa difícil. La respuesta la tendremos esta semana.