Críticas de espectáculos

‘El tiempo y los Conway’/Pérez de la Fuente

La herida del tiempo

Obra: El tiempo y los Conway Autor: J. B. Priestley. Versión: Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño. Produce: Pérez de la Fuente Producciones. Intérpretes: Luisa Martín, Nuria Gallardo, Alejandro Tous, Juan Díaz, Chusa Barbero, Débora Aguirre, Ruth Salas, Alba Alonso, Román Sánchez Gregory y Toni Matínez. Vestuario: Javier Artiñano. Iluminación: José Manuel Guerra. Espacio sonoro: Luis Miguel Cobo. Dirección y escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Teatro Principal de Zaragoza. 18 de marzo de 2011.

El pasado viernes se presentó en el Teatro Principal ‘El tiempo y los Conway’, del dramaturgo británico John Boynton Priestley, dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente y con Luisa Martín como cabeza de cartel. Los espectadores no acudieron en gran número, pero respondieron con grandes aplausos a la finalización de la función. Escrita en 1937, nos sitúa en la Inglaterra de entreguerras para contarnos el impacto que el paso del tiempo produce en una acomodada familia burguesa.

Lo realmente interesante, más allá de las vicisitudes familiares, es la estructura dramática y el tratamiento que en ella hace del tiempo argumental. El juego que crea entre el tiempo dramático y el tiempo real, ese salto desde 1919 hasta 1937, para volver nuevamente a 1919 sin solución de continuidad, hacen de ‘El tiempo y los Conway’ un texto inquietante, novedoso en su momento y construido con precisión, que encierra una reflexión casi filosófica sobre la responsabilidad del ser humano en su propia vida y deja abierto un gran interrogante: ¿hemos visto cómo el tiempo destruirá la vida de cada uno de los personajes y de la familia entera o no ha sido más que una especie de ensoñación?

Partiendo de una versión que prima la fidelidad al original, Pérez de la Fuente ha realizado una puesta en escena dinámica y equilibrada que hace llegar al público con limpieza, precisión y transparencia el texto de Priestley. Rica en simbolismos (grandes relojes en los que los personajes se miran a modo de espejos, el maniquí que marca las transiciones, el suelo como un tablero de ajedrez) la escenografía se aleja de cualquier tentación hiperrealista y construye un espacio en blanco y negro con grandes paneles (se inclinan en el segundo acto para recuperar la verticalidad en el tercero) que reproducen los planos alzados de un gran salón. Obra de texto y de personajes, lo es también, en consecuencia, de trabajo actoral. En este terreno, el elenco responde con solvencia. Con más capacidad para crear matices en algunos casos (la señora Conway o Carol) y con mayor necesidad de rodaje que saque al personaje de cierta linealidad en otros.

Joaquín Melguizo

Publicado en Heraldo de Aragón 20 de marzo de 2011


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