La vida siempre encuentra caminos
La humanidad ha atravesado a lo largo de su historia momentos de auténtica autodestrucción masiva. Guerras, holocaustos, consecuencias terribles de la enfermedad emocional del hombre. Pero, al final, la vida es siempre más fuerte y siempre más sabia. Su pulso siempre encuentra caminos para expresarse, para vivir.
Joseph Pilates durante la 1ª guerra mundial fue internado en un campo de concentración en Inglaterra por su nacionalidad alemana. Su experiencia en fisioterapia, yoga y artes marciales le permite trabajar como enfermero y elaborar una metodología dirigida a mejorar el estado de salud física y emocional de los internos. En 1926 su fama para recuperar a enfermos en procesos de rehabilitación le llevó a Nueva York donde comenzó a trabajar con bailarines. Lionel George Logue, profesor de oratoria («El discurso del rey») vuelve a su Australia natal continuando su carrera interrumpida por la 1ª guerra mundial. Allí desarrolla una forma de abordar los problemas de expresión en el habla de veteranos de guerra que sufrían de fatiga de combate, cuadro clínico posteriormente denominado neurosis de guerra, una enfermedad de tipo psicopatológico causada por la exposición masiva a vivencias traumáticas. El método hacía hincapié en el humor, la paciencia y la simpatía sobrehumana. Por fortuna también habita en el ser humano la capacidad suficiente como para que desde el propio seno de la tragedia, el hombre pueda encontrar la forma de, si no dar la vuelta a la situación por completo, si de limitar las heridas del desastre.
El bombardeo nuclear en 1945 sobre objetivos civiles en Hiroshima y Nagasaki trajo la rendición del Japón. Imágenes de sobrevivientes caminando desorientados con sus cuerpos quemados y con los globos oculares reventados produjeron una reacción de asco en los japoneses. Nació el Butoh, arte que tenía el propósito de recobrar «el cuerpo que nos ha sido robado». Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno inician la búsqueda de un cuerpo. Alfred Wolfshon, alemán de origen judío vuelve a Berlín tras haber estado en las trincheras como personal sanitario sirviendo al ejercito alemán durante la 1ª guerra mundial. Padece neurosis de guerra. Su deseo de liberarse de esa tortura nocturna le lleva a construir un solido trabajo con la voz cantada como principal medio terapéutico. Esta línea de expresión a través de la voz vertida posteriormente en la creación teatral sería el rasgo diferenciador del Roy Hart Theater, que sirvió de inspiración a Peter Brook, Jerzy Grotowski o compositores como Peter Maxwell-Davies.Curiosamente todas estas formas de, en cierto modo, renacer tras el horror acabaron encontrando mayor eco en el ámbito artístico.
Moviéndonos desde nuestra voz, es básico sentir de donde surge, cual es el impulso que la hace brotar, con qué intención nace, donde vibra, vehiculizarla con nuestro cuerpo y canalizarla hacia su destino. Como si de un manantial que se convierte en río y se desplaza hasta desembocar en el mar se tratara. Desconectado de uno mismo en el momento creativo, la voz podrá apoyarse en todos los elementos mecánicos funcionales de la fonación pero, le faltará alma. Y esa ausencia de alma dejará un vacío de apoyo vital por lo que tarde o temprano la construcción vocal se desmoronará como un edificio al que le han quitado los muros de carga. Lo vemos a menudo en las reeducaciones y en las formaciones vocales que abordan la voz desde una óptica amputada de la persona perdiendo de vista que el acto vocal involucra a la total globalidad de la persona. Cantar desde el cuerpo como organismo físico, emocional y psíquico y en contacto vivo con otros es un acto de vida que se alza sobre cualquier desgracia que el ser humano pueda vivir y abre un camino para suavizar esa desconexión interior que está en el transfondo de enfermedades sociales que dan pie a tantos sin sentidos. Me viene a la mente la película «Avatar».