Elogio de lo inútil
«Podemos ser felices pero no hay esperanza». Así resumía el dramaturgo portugués Abel Neves el optimismo subterráneo que existe en su obra ‘Nunca estive en Bagdad’ y que el pasado martes fue presentada por primera vez en portugués después de haber sido traducida a diferentes lenguas como el francés, el español, el inglés, el húngaro, el rumano o el polaco. «Podemos ser felices pero no hay esperanza», repetíamos al final los presentes en el acto.
La cuestión de la inutilidad de la cultura, como la de la inutilidad de la felicidad o de la esperanza, también se nos pasó por la cabeza cargada de ironía o de sarcasmo. Ironía ante el desmantelamiento de los apoyos económicos existentes, ironía ante las infraestructuras mastodónticas que se crean sin programa definido, ironía ante el hecho irrefutable de que la cultura es la primera en caer en cualquier batalla. Y ya que cae, alguna razón de peso ha de tener su caída. Tal vez la cuestión es que no hay que apoyarla porque no cumple ninguna función. Tal vez la cuestión es que ya no cumple ninguna función porque los beneficios han pasado a valorarse únicamente por las retribuciones pecuniarias que deja. Tal vez.
En un ambiente acogedor y familiar, después de la lectura del drama optimista de Rogério y Glória -los dos personajes de la pieza de Neves- a cargo de los actores de la Escola da Noite de Coimbra, el autor iniciaba una charla distendida en la que entre diversos temas nos acercaba a una anécdota surgida durante una visita a un teatro de Sarajevo. Neves relataba que uno de los actores de ese teatro comentaba que las representaciones se mantuvieron durante el conflicto. «Nos decía que los héroes y las heroínas no eran quienes trabajaban en el teatro sino la gente que se desplazaba jugándose la vida para asistir a la representación», recordaba el portugués. Cuando alguien se juega la vida para asistir a algún acto, ese acto no puede ser inútil. Tampoco se le puede dejar morir.
Estos momentos de retiradas de apoyos económicos y de recortes drásticos obligan a que muchas iniciativas útiles desaparezcan. Hablamos de publicaciones que se abortan, hablamos de programaciones que se suspenden, hablamos de diferentes elementos que sucumben por el mismo problema: la falta de apoyo institucional y social. La cuestión es resistir. Pero, ¿es lícito resistir en la precariedad? ¿Es necesario seguir resistiendo y mantener lo conseguido o es preciso frenar en seco la trayectoria ante unas circunstancias adversas e imposibles? El debate es maquiavélico. Lo primero es tirar la toalla; lo otro dar razones para que los apoyos desaparezcan. Y en caso de estancar la actividad, en caso de paralizar la programación o la edición o la producción, la reacción del público, ¿cuál sería? ¿Cuál sería la respuesta de ese conjunto heroico que en Sarajevo se jugaba la vida para asistir a una representación? ¿Deflagraría o se quedaría helado?
Estar acostumbrados a resistir. Ésa es la clave para el sector artístico que siempre ha estado resistiendo y moviéndose en la inestabilidad. Y como siempre ha estado acostumbrado a resistir, para el sector resistir no es una novedad ni un problema, aunque sí un estado crítico y una forma de reinvención permanente.
La necesidad de la cultura es un hecho. Porque la necesidad del encuentro es un hecho, la necesidad de que el otro nos defina es un hecho, la necesidad de definir al otro, de representarse, de dialogar, de inspirarnos, de explicarnos… son hechos. Que Nunca estive Bagdad está editado en portugués por una revista gallega en una apuesta por el intercambio entre dos países que se tocan es un hecho; que Neves vaya a ser montado por una compañía brasileña es otro hecho. En este caso, ambas iniciativas nacen de una red de relaciones y encuentros relacionados con los colectivos Cena Lusófona y Escola da Noite de Coimbra. Son pequeños acercamientos inconscientes realizados con la consciencia de que cada pequeño gesto, por muy inútil que parezca, tiene su resultado. La esperanza está ahí, aunque la felicidad no exista.