El Hurgón

Las culpas de la tecnología

Un cambio de costumbre genera una sensación de riesgo, y ésta nos vuelve compulsivos y nos hace considerar como verdadero todo cuanto de catastrófico se anuncia acerca de éste, y por eso la mayor parte de cuanto se escribe cuando está ocurriendo un cambio o está a punto de producirse tiene el sello de la decepción y la desesperanza, y mientras esta decepción embarga nuestro ánimo, los encargados de innovar o de cambiar costumbres tienen el camino expedito para hacer su trabajo, porque nadie les sale al paso con argumentos racionales, sino con los viscerales, que son los que menos presión ejercen por ser muy parecidos a inestables estados del alma.

 

Cuando empieza a sugerirse un cambio de costumbres, sobre todo de aquellas que tienen relación con el sentir, amenazando con el cierre de los caminos que nos impiden dar un paso atrás, se produce un flujo incontrolable de teorías, entre las que escasean aquellas que sirven para averiguar qué hay de novedoso y útil en un cambio o modificación, pues este flujo teórico emplea el tiempo en dar relieve a la nostalgia y en hablar con amargura de un pasado al que estamos habituados y cuyo riesgo de desaparición presentimos.

 

Internet es una de esas nuevas tecnologías, de aparente gran poder para transformar las conciencias, difundir los saberes y modificar radicalmente las formas de comunicarse, que todos disfrutan y al mismo tiempo deploran, porque en el fondo lleva quizás la amenaza de un desarraigo concluyente en la soledad.

 

Los temores que está generando éste, quizás se parezcan a los que debió generar en su momento la aparición de la luz eléctrica, porque nos perturba que las cosas se puedan llegar a ver con más claridad, o la radio y la televisión, porque quizás con esa modificación algo sugería que estos desarrollos producirían un descenso de credibilidad en muchos mitos.

 

Se dice, por ejemplo, que internet está alimentando un mundo distraído, superfluo, banal, de una variedad que impide la construcción de lo concreto, que fomenta el uso de la prisa y convida al ser humano a esforzarse por llegar primero, sin importar el proceso ni los medios que deba emplear para hacerlo, con deficiencias en la habilidad para reflexionar y pensar, sin posibilidades de conducir a un pensamiento crítico y emitir conceptos, y ocasionando en la memoria, a largo plazo, un daño en la agilidad creadora.

 

Pero ¿quién puede decir que esto no ha estado ocurriendo siempre, y que una prueba de ello es la debilidad que, cada vez, con mayor énfasis muestra el ser humano para resistirse a la manipulación de que es víctima? Es un tema sobre el cual volveremos, porque el deseo de uniformar las conciencias siempre ha sido parte de las estrategias creadas por el hombre para someter al hombre.

 

Es prometedor de sorpresas, cualquier análisis que se haga sobre las consecuencias, no solo que internet pueda producir en el comportamiento humano, a largo plazo, sino toda la tecnología digital en su conjunto, antes de que termine su proceso de conversión en uno de esos deliciosos anatemas contradictorios que tanto hacen disfrutar y temer al mismo tiempo al ser humano, como el sexo.

 

Entre tanto, cabe dejar pendientes algunas preguntas:

 

¿Será posible que la digitalización o el internet, y todo lo que esto tiene por dentro, llegue a deshumanizarnos?

¿Más?, ¡Quién sabe!

 

Ya volveremos sobre este asunto, porque consideramos oportuno hurgar dentro de él.


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