Libre
El periódico gratuito ADN, tiene a uno de los más finos analistas de la realidad social, económica y política que se expresa con unos dibujos rotundos apoyados siempre por frases que te despiertan las pituitarias neuronales. La semana pasada en uno de ellos se leía lo siguiente: «Como artista no siento más que desprecio por instituciones, nacionalidades y ministerios. A veces casi preferiría que me subvencionase un particular». Respirad hondo, releer, arrimar el ascua a la sardina de cada cual y discutamos sobre el asunto.
Hay artistas que se perfilan, ahuecan la voz y se sienten nihilistas que piensan que su arte debería ser incuestionable y que si se dejan ayudar, o consienten estar en instituciones, o representar en una bienal a una nación o nacionalidad, es algo vergonzante. Lo admiten, a regañadientes, pero expresan vehementemente su rechazo a la intervención del Estado, pronuncian la palabra libertad con el mismo énfasis que un vendedor de póliza de seguros, pero siguen bajo el paraguas porque fuera llueve bastante. Esos escrúpulos aparentemente desaparecen cuando es una bebida con chispa, una petrolera o un banco quien apoya esa sala de exposiciones, esa sala de teatro, esa feria o lo que sea necesario.
La profesionalización, la dedicación absoluta a un menester de estas características, la creación, para entendernos, desde los tiempos antiguos, siempre han sido subvencionadas, patrocinadas, por los poderes, del ámbito militar, político, económico o religioso. El señor Mercado no apareció hasta bien entrado el siglo de la bomba atómica, y lo hizo para un tipo de producto de entretenimiento, cuando las estructuras de los estados eran débiles, el ocio se circunscribía precisamente al teatro, las variedades. No obstante el arte pictórico y escultórico, la música llamada culta o clásica, tenía el amparo económico, al menos de las clases pudientes, las noblezas, aristocracias y altas burguesías. Es decir que el modelo actual, después de la segunda guerra mundial, se instauró en Europa para consolidar por un lado una gran cantidad de creadores, escuelas, compañías y de manera más democrática para que las emergentes clases medias tuvieran acceso a esos bienes culturales, mientras en los países de la órbita socialista se realizó otro tipo de estabilidad y se establecieron otras castas y jerarquías, miando al proletariado, pero todo lo concerniente a esto de las Artes Escénicas, en sus grandes proyectos, instituciones y demás cuestiones, han estado siempre amparados, como, consideramos, no puede ser de otra manera.
Porque aquí existe una dialéctica entre el creador, el artista, y las estructuras que lo crían, lo alimentan, lo consienten, lo aceptan. Y es en ese lugar donde surgen las fricciones, en donde existe un pulso entre las partes, pero que en el mejor de los casos es debido a concepciones estéticas, éticas o políticas diferentes y en el peor de los casos se llega a la censura o a lo que es más corrosivo la autocensura. Todo ello dejando claro que la mayor censura, el espacio más contaminado y peligroso es el que alquila el señor Mercado, donde todo se mide con el ábaco.
Dicho lo cual, y como el asunto da para varios tratados, y aquí solamente establecemos borradores de discusión, especialmente ahora que entramos en la fase de centrifugado, es cuando más debemos estar en el ágora, planteando soluciones diferentes, modelos más ajustados a nuestras reales posibilidades, ajustes de los protocolos existentes, ruptura con lo que se ha quedado obsoleto y demolición de aquello que está en ruinas. Esto es bastante más fácil escribirlo, pregonarlo, que hacerlo. Pero nos ponemos manos a la obra.
Antes unas advertencias a los instalados y otorgadores de bendiciones: uno puede ser independentista, separatista, revolucionario, estar en contra de la existencia del ministerio, de las redes y de todas sus incongruencias y eso no le excluye de nada. Absolutamente de nada. El dinero con el que viven de maravilla, viajan de ensueño, malgastan de vicio, apoyan a sus amigos y correligionarios, defienden propuestas muertas, sale de los impuestos de TODOS Y TODAS. Los que están de acuerdo y los que no. Para decirlo más sencillo: Los que les votan, los que no les votan y hasta de quienes no votan. Ni un gestito, ni una mueca de los empotrados institucionales contra los que piensan diferente. Ni una media discriminación más. Si empezamos por esto tan obvio, lo siguiente será más fácil de entender.
Libre, libre, libre, quiero ser, yo quiero ser libre. Cantaban y cantan los que no tiene libertad. Algunos artistas, asimilados o impostores, cuando dicen libre, yo les veo que simplemente colocan ese cartel en su frente, como los taxis. Y que me perdonen los taxistas.