Tecnócratas de crisis
En medio de las crisis, no tardan en subirse a los podios, los infalibles de siempre. Petición de principio es una figura lógica, en la que aquello que debe ser probado aparece en el razonamiento como premisa y con el carácter de evidencia, cuando aún debe ser probada. Tratemos de probar que Pablo, dice la verdad: 1) Supongamos que Pablo no miente cuando habla. 2) Pablo está hablando. 3) Por lo tanto, Pablo está diciendo la verdad. Esto es lo que desde los griegos se llama ‘sofisma’, el que puede ser un arte de pseudo-razonamiento. Aplicar como terror ideológico, el imperativo matemático de lo que va a pasar. Este es el argumento y la vía de los mesiánicos, una especie de progresividad divinal. La determinación política en un punto también es auto-determinación, propia elección. Y las rupturas son un ‘hasta aquí llegaron’, que no puede sino pactarse con los otros, y según distintas dinámicas. Es lo que hace que en el caso de un artista, busque, investigue, trabaje sobre los objetivos de la sociedad, en tanto se precie de tal. Porque no basta nada más el descontento como acné infantil, como la misma bilirrubina de siempre, sino en cómo se superan en el propio campo los límites dados. La pretendida demostración quasi matemática de algo ya escrito, la omnisciencia, esto es, ‘sabíamos que esto iba a pasar’, como falsa suficiencia. Parte proverbial de ese infantilismo ciego es no constatar las experiencias como anticipación de un desarrollo social objetivamente determinado, causado por los traslados mecanicistas de la idea a la praxis, por la tecnocracia de radicales-héroes a kilómetros de distancia del pueblo (“Pobre de las sociedades que precisan héroes”, Brecht). Pero el infantilismo precisa hacer como que no pasó, y la experiencia de los otros, no existe. Se fantasea la propia experiencia, desde cero si fuera necesario. Cualquier esbozo de madura estrategia, no será sino evidencia de la cooptación que el poder le hace a cualquier ínfula de cambio. ¿Cómo se profundiza el sofisma? Fingiendo entre la masa de movilizados, un consenso por nadie dado, que a partir del descontento obvio sobre el orden establecido, establece una falsa unanimidad sobre el orden futuro. Lamentarse de la realidad existente no relaciona con la determinación de la realidad verdadera. El orden futuro no se deduce del presente. El infantilismo es no vivir la complejidad de ese presente, enfrentarlo con un consignismo impráctico y fanfarrón (fingir que se la tiene más larga a nivel ideológico, lo cual da para todo tipo de fábulas, y por ende, de verosimilitudes). La elección autodeterminada permite distinguir sobre las cuestiones dadas y los objetivos futuros y romper con un mero e ingenuo acto de voluntad. Salir a la calle es meritorio, pero obviamente más fácil que construir sin clavar las consabidas banderitas, allí donde se ven las ideas propias confirmadas, haciendo el mapa de las gestas por realizar, con la ilusión que se reencarna siempre en espartacos, bolívares o che guevaras. Cualquier bibliotecario puede mandar sus adhesiones notariales a los puntos significativos del descontento social. Cualquiera, en la fábula rupturista, puede sentirse Lautréamont o Rimbaud, marchando con la Comuna de París. El principio de cambio social no se afirma tanto en los términos absolutos de la revolución, es decir, conciliando lo ideal, lo imposible, pudiéndose coordinar lo práctico y no la revolución como remake de la del mayo del ‘68. Las remakes funcionan en las ficciones hollywoodenses. En la cruda vida de origen, es probable que en un santiamén, el infalible FMI deje a la mitad de un país (v.gr., Argentina) por debajo de la línea de pobreza. Las categorías de proletariado han sido desmedradas de hecho hace tiempo, generando una exclusión sin malla de contención, toda una dimensión de lumpen-proletariado a computar. La revolución sin proletariado es como ‘la revolución sin tomar el poder’ de John Holloway. Con la Caída del Muro de Berlín, para muchos, Marx devino un excelente sociólogo estudiable en la cátedra. Así que esta remake ¿qué contendrá? ¿Una guerra civil? ¿Vanguardias armadas? Algo así suena a jacobinismo insano e impenitente, máxime si el sofisma se extiende a un supuesto ‘proceso colectivo’, sustentado por grupos que en cualquier elección, no pasan del % 0,31 de los votos. Es que los pequeños-burgueses son el espejo del propio desprecio. Esta lógica de guerra, equivale a lo que decía Einstein de la 3ª Guerra Mundial: que se hará con palos, piedras y una soldadesca en bolas y a los gritos. El imperativo técnico que alejó de sus bases a las vanguardias como tecnocracia de profesionales de la guerra, ya es experiencia archivada. Obviar las consecuencias sólo es la irresponsabilidad imputable al mismo acné que no dimensiona el paisaje después de la batalla, donde el único que vive es el buitre que se come los cuerpos inermes, de los cuales los sueños han volado. Lo que come es la triste realidad de los gusanos. El arte debe colaborar a procesos de subjetivación alternos a la lógica de guerra y para esto, como dice el filósofo: no hay subjetivación identitaria sin reconocimiento del otro. Toda renovación de la vieja política, incluye el ataque a estas alienaciones.