Zona de mutación

Posteatro

el teatro como deprivación sensorial

Los tiempos imponen que las obras sean cada vez más cortas. Nunca falta el que dice: «es tan corta que casi no la sentí» o «lo bueno, si es en poco tiempo, doblemente bueno», y así se podría extender la lista. Al final, no será raro que aparezca el grupo que prometa una obra tan corta, pero tan corta, que ni siquiera hará falta molestarse en ir hasta la sala teatral a verla. La reducción a lo imperceptible como síndrome de bueno. «No sentí nada, qué bueno». Así, la paradoja de los directores: «la mejor dirección es aquella que no se nota». Y de ahí al equívoco «el mejor director es el que no dirige», solamente un paso. Y el actor: «el mejor actor es el que no actúa». Y el mejor espectador «el que no ve porque ni falta le hace mirar». Al final, la resignación a una amable imperceptibilidad puede ser hasta el pudor y el pundonor del no-ser. Y de ahí a otro craso malentendido, nada más que otro pequeño paso: que las cosas no ocurran, pero hacer como si lo hicieran. El teatro es importante, como toda la cultura, lo que no quiere decir que se soporte. Es decir, no es importante. Todo acto cultural es sado-masoquista. El orden de la pequeñez es el rango positivista de nuestra ley de la eficacia moderna-posmoderna. Entonces, el teatro es mejor por lo que no es. O directamente por no ser. Quién salva a los teatros de su sensación plúmbea, de su vetustez milenaria. Al teatro se va a oler a viejo. A oír el traqueteo artrítico de un tiempo que ha pasado en los huesos de la Historia. Mejor será hacer teatro evitándolo, por la sencilla razón que el teatro no se soporta. Pero la histeria es lo más seguro que tenemos y siempre habrá escenario para calculadas exhibiciones. Y otra vez la rueda: «lo que mejor le conviene a toda exposición es una estética. Y un estilo, y una puesta». Se trata de aburrirnos cultamente, de artistificar. Se trata de industrializar la no soportabilidad de nuestros espíritus. Se trata de arrancarle a los Estados, leyes de teatro inservibles. O leyes para un teatro inservible. Entonces, la mejor cultura es la que no ocurre. Y el mejor estar, la ausencia. Larva acontecimental. El mejor teatro, el que no se siente. La dilución beckettiana al poder. El no-sentir, un no-vivir, devenido en subrayable. Embotar la percepción. Estrechar los límites del campo perceptivo. Sobre-estimular y saturar. Liberar luz hasta quemar la punta de los nervios. El escenario se achica tanto, que imaginar un salto de Nureyev, es verlo caído ‘afuera’ de los límites. El achicamiento de los umbrales perceptivos, monstruifica la vida pues todo lo importante de ella, queda ahora ‘afuera’. No es distinto, es informe. No es diferente, es in-diferente. Monstruos a partir de que la gente no ejerce criterios, ni convicciones. Todas las opiniones son iguales. La maravillosa levedad del ser. Y ahí, toda señal de vida, es un ruido. Todo grito de socorro, un ponderable rasgo vital.

Conclusión: lo mejor es el escenario vacío. El arte ha devenido sustraer, hacer desaparecer. Borrar, editar, escamotear. Realidad como existencia negativa. El personaje, a las 20: 50 de esta noche, ha sucumbido. El teatro se divierte como no-teatro y las personas como no personas. La persona no quiere sonar. Involución al grado cero. Economía sustentable de la gran mentira. El sistema se detiene en el ajuste sensible. Ley de ajuste de la economía sensible. Sensibilidad no inclusiva. La lobotomía fue una técnica profética. Si la piel ha obturado el inconsciente, al punto que «lo más profundo es la piel», a la hora de desmontar la capacidad sensible, deviene mecanismo moral. Super Yo físico. El antiguo empecinamiento por calificar a todo lo que queda fuera de las fronteras sensibles, no es más que un concepto moral. Y de ahí al eticidio, otro pasito más. Y de pasito en pasito… un pasito aquí, otro más allá, la danza pulsional del cerebro reptil. El color de los pensamientos, una nostalgia.

La deprivación sensorial es una enfermedad originada en una lógica carcelaria. Puede pensarse el teatro como dispositivo de saturación perceptiva o como complemento estupefaciente que ayude al abotagamiento. La sustracción sensible promueve una arcaización que se manifestará luego ‘en contra’. Y en ese estadio, será fácil y legítima toda represión.


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