Ji ji ji ay ay ay
A veces, desde la butaca, una siente que el teatro instiga. Hay propuestas, trabajos, artistas y actrices que poseen el punto de desvergüenza necesaria para convertirse en espejo. En esos momentos te ves reflejada en las actitudes, prejuicios o clichés que se muestran con sorna desde el escenario. Y entonces ríes por no llorar. Y tu cara se convierte en un circo romano donde las dos máscaras del teatro luchan por hacerse con la supremacía de tu epidermis.
Golpea el cayado de la pastora contra el cetro de la aristócrata, la mirada risueña contra la mirada severa, la corona de hiedras contra la diadema, los zuecos contra los coturnos, la comedia contra la tragedia, la alegría y el desenfado contra la arrogancia y la tristeza de la soledad. Son Thalía y Melpómene que se lían a golpes dentro de ti, mientras tratas de mantener la compostura en la butaca aterciopelada.
Cuando se trabaja la voz, existe un punto denominado «el punto de ruptura». Es el lugar desde donde ésta puede convertirse fácilmente en risa o en llanto. Si una es capaz de situarse en ese lugar con la voz, descubre que la esencia o la casilla de salida de estas dos emociones fundamentales, de estas dos formas de «estar en el mundo», son la misma. Una semilla que puede dar lugar a dos flores de distinto color, pero pertenecientes a la misma especie. De hecho, las dueñas de las dos máscaras eran hermanas.
Se suele oír que lo verdaderamente difícil es hacer tragedia. Se tiende a mirar la comedia con condescendencia. Todo lugares comunes. Hacer algo realmente bien es muy complicado. Pero presentar a un personaje sobre el escenario haciendo algo realmente mal, véase cantar, por ejemplo, y hacerlo, además, con maestría, es conseguir rizar el rizo. ¿Qué más se le puede pedir a un actor? En mi opinión, son este tipo de propuestas las que logran removerte como espectador. Esas donde el rostro de la ironía se asoma desde el telón para enviarte una sonrisa socarrona y un guiño coronado de picardía que hiere más que cualquier puñal ensangrentado, porque pincha y hace cosquillas a un tiempo.
Se funden, entonces, las dos caras del teatro y una tiene la oportunidad de ver a Thalía escondida detrás de la máscara de la tragedia y de identificar a Melpómene a través de la máscara de la comedia. ¿El mundo al revés? No. Es el otro lado del espejo. Es ahí dónde los personajes adquieren verdadera profundidad. Pienso en un clown que provoca una tristeza húmeda o en la Olga Knipper de Guillermo Calderón.
Y es que, a veces, una acaba llorando de la risa. O ahogándose tanto en el llanto como para acabar esbozando una sonrisa. Saben perfectamente de lo que les estoy hablando, ¿verdad? Me refiero a esas ocasiones en las que los dos extremos se tocan, cuando la línea se convierte en círculo y éste se cierra. ¿No son, esos instantes, momentos sublimes de la vida?