Así tejía que yo la ví
Tejer es uno de los oficios más antiguos del mundo. Ya sabemos todas cuál dicen que es el primero. Mejor no entramos ahí, no vaya a ser que nos perdamos por no tener un hilo claro que seguir. El concepto de generar historias está irremediablemente unido a la idea de tejer. Casi parece que estuvieran enganchadas con un imperdible estas dos palabras. Al menos en castellano: Tejer una historia, se dice. En inglés, las historias también se tejen. (To weave a story). Sería interesante saber si los japoneses hacen lo mismo con las suyas o si bien crean sus cuentos con otra técnica distinta a la del hilo y la aguja.
Resulta imposible hablar de esta artesanía y no mentar a Doña Araña. Teje que te teje, esta hilandera va urdiendo su trama, que, como la de las buenas historias, siempre atrapa. Y resulta que todo parte de un simple hilo de seda que la araña gesta en su abdomen y que va liberando, poco a poco, para crear su red, su dibujo, su diseño, su laberinto bueno: un mandala por el que, a veces, apetece mucho perderse.
La araña no fue siempre un animal. Antes de que le crecieran sus largas y numerosas patas fue mujer:
Imaginemos un hilo de seda de araña colgando de una viga del techo. Recorramos con la mirada la línea recta que traza el hilo en vertical. Hagámoslo despacio. De arriba a abajo. Detengámonos justo ahora, al llegar al final del mismo. Descubrimos entonces que lo que cuelga del otro extremo del hilo no es una pequeña araña, sino un cuello de mujer ahorcada: Colgaba el cuerpo de Aracne ya prácticamente sin vida de la soga, cuando Atenea, inventora del tejido y del hilado, se compadeció de ella. La salvó de la muerte, pero la maldijo, condenándola a colgar de aquella manera y a tejer durante toda su vida.
Exquisita en lo suyo, el talento de Aracne a la hora de tejer había sido tal, que la soberbia de la muchacha llegó a molestar a la mismísima Atenea, que es quien había enseñado a las mujeres todas sus artes. Y es que el oficio de tejer e hilar es una cosa muy seria, pues son incluso metáforas del devenir del tiempo y del desarrollo de los acontecimientos.
Bien saben de eso las Moiras, esas tres criaturas divinas que tejen el destino de los hombres, controlando el hilo de la vida de cada mortal hasta su muerte. Una de las formas más potentes que adoptan estas tres diosas es la de tres viejas hilanderas. La tríada que conforman Cloto, Láquesis y Átropos fue la que inspiró a Shakespeare para crear sus tres brujas en Macbeth.
En su propia versión fílmica de Macbeth, Kurosawa redujo a las tres brujas a un sólo ente, sin que éste perdiera por ello su esencia como personificación del destino. En la película, el espiritu del bosque aparece hilando en una rueca. El parecido con una de las moiras es más que razonable. Aún así, parece que el director se inspiró en un personaje de una obra de teatro Noh llamada Kurozuka para crear su propia versión unipersonal de las brujas shakesperianas. El personaje en cuestión es un demonio llamado Onibaba que tiene la fea costumbre de vestirse de anciana y de hilar en una rueca. Cuánta casualidad. Por cierto, ¿saben cómo tituló Kurosawa su película? El Castillo De La Tela de Araña.