Qué y cómo
No olvidaremos los modelos de producción porque ellos forman parte del discurso. La revisión que necesitan las unidades de producción institucionales, tanto del ministerio como de algunas autonomías, debe ir acompañada de una seria reflexión sobre la utilización de los teatros y salas asimiladas para la exhibición de los espectáculos en vivo como ingredientes imprescindibles de las nuevas maneras de relacionarse con los públicos a través de una optimización de sus recursos y de la puesta al servicio de la realidad productiva, sea de la categoría que sea.
No obstante, la pregunta que se hacen muchos es qué teatro se necesita hoy. Cómo ese teatro se coloca con sus armas artísticas dentro de la gran convulsión en la que vivimos. Las respuestas rápidas y fáciles no nos puede servir si no provienen de un análisis profundo de lo que significa la cultura en general, y las artes escénicas en particular, en el imaginario colectivo. Qué percepción tiene la sociedad del teatro y de la danza, y cómo se logra que esa percepción sea lo más positiva posible y además se incorpore a sus hábitos de disfrutar de la cultura, aunque sea en su apartado de ocio o entretenimiento.
Se podría decir que lo que corresponde es hacer un teatro propio, en donde se tengan en cuenta las dramaturgias actuales, que la autoría, sabiendo que no solamente reside en los creadores del texto, sea de proximidad, que se aborden temas y asuntos que puedan interesar a amplios sectores de la sociedad, que se expresen en lenguajes de hoy en día y que se tenga en cuenta no solamente a lo que podríamos llamar teatro de museo, sino al que sepa hablar en fondo y forma a los espectadores de hoy.
Pero todo lo anterior es una declaración de buena voluntad, y el cada día, las estructuras, aunque anquilosadas existentes, el famoso simulacro de mercado y las urgencias históricas y las hipotecarias, intervienen de manera poco propicia para conseguir ese estado de ánimo, esa lucidez capaz de emprender una labor de largo recorrido que aposente una viabilidad para las artes escénicas en los próximos años, intentando atender a lo imprescindible, que es, a nuestro entender, introducir el teatro y la danza en la vida cotidiana de los ciudadanos, y probablemente eso se empieza en la escuela, con el apoyo de la familia, pero para ello se tienen que establecer programas activos que sirvan para crear focos de agitación teatral en cada escuela, en cada instituto, en cada barrio, en cada municipio, en cada facultad, en cada hogar del jubilado y que se viertan recursos económicos para ir fomentando la práctica del teatro y la danza por la ciudadanía en general, desde el tiempo de ocio, desde el amateurismo, para ir impregnando a varias generaciones del gusto por el teatro, desde dentro, desde una relación directa. Conocer el teatro (o la danza) es amarlo.
Claro está que mientras tanto se deberán hacer otras cosas, hoy mismo. Pero insistiré hasta el cansancio en la necesidad de cambiar el paradigma y buscar la estabilidad, el acabar con el antieconómico sistema de bolo a bolo, que se desplace el público, que se creen teatros de repertorio, compañías estables, públicos comprometidos. Y con ello se verá que se llega al qué hacer y, sobre todo, cómo hacerlo.