Incendiaria en combustión

Espejismo

«Sea cual sea el modo en que el artista comprende el mapa, este no es más que una guía hacia la meta que solo puede alcanzarse echando a andar bajo la lluvia y en el barro. El mapa no es el territorio. El análisis no es la escena», dice David Mamet en su «Manifiesto».

Los mapas a veces son como los espejismos: ilusiones que nos sirven para fabricar una realidad pero no para introducirnos en nuestros campos de batalla y nuestras necesidades reales. Aunque Mamet acaba dedicando el capítulo «El mapa y el territorio» a la formación actoral, el dramaturgo norteamericano arranca dicho episodio hablando de la escritura teatral. Concretamente, Mamet señala dos dificultades a la hora de escribir teatro. La primera es la de descartar todos los esquemas previstos y escribir «a la que salga». La segunda es la de aceptar el borrador resultante y comprometerse a trabajar en él en lugar de explorar la diferencia entre el trabajo obtenido y la versión ideal prevista. Después de todo, no podemos olvidar que esa obra no existe. Otro espejismo. A veces, fruto del calor; a veces, fruto de nuestra infalibilidad egocéntrica.

Y es cierto. Las obras tienen vida propia y, como cualquier vida, busca una libertad que no quiere ser encorsetada. Cuando Mamet señala esa necesidad de escribir «a la que salga» no creo yo que se refiera a escribir sin rumbo, sino más bien a rehacer tantas veces el rumbo como sea necesario. Para ello debemos desprendernos de la certeza del «esto es de lo que quiero hablar» y acoger el hallazgo del «esto era de lo que quería hablar».

Al igual que con el trabajo sobre la escena, con la escritura el camino es el mismo: el camino de las preguntas. Sin ellas no hay respuestas, ni desvíos, ni atajos, ni sorpresas. Y si no hay nada que descubrir, ¿qué sentido tiene buscar? ¿qué sentido hay al saltar bajo la lluvia y enfangarse? Como dice el propio Mamet: «Si la versión ideal previa a una obra hubiera existido, ¿qué necesidad habría habido de escribirla?» Con el camino de las preguntas poco a poco se nos van descubriendo ya no aquello de lo que queremos hablar sino de lo que necesitamos hablar.

Ver lo que hay y no lo que podría haber. Ver lo que ha pasado y no lo que nos gustaría que hubiese pasado. Estar en el aquí, estar en el ahora, tomar decisiones irracionales, trabajar con el inconsciente, trabajar desde el impulso… Todo ello hace que los resultados sean genuinos porque son incontrolables e imprevisibles, porque son fruto de un ejercicio de espontaneidad que no aparece en mapas ni manuales.

Ahí está la diferencia entre analizar la escena e interpretar la escena: en jugar en lugar de estar pendiente de las normas; en vernos al espejo en lugar de enfrentarnos a espejismos. Y es algo tan necesario para quien actúa como para quien escribe teatro.


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