Los habitantes de Serendip
En alguna ocasión hemos hablado en esta misma esquina sobre la palabra «serendipity», el término inglés sin equivalente en castellano que sirve para denominar los descubrimientos que acontecen por azar, ¿se acuerdan? Pues resulta que esta semana, por casualidad -¡Cómo iba a ser si no!-, he descubierto el origen de la palabreja. La verdad que hoy tocaba asomarse a otro tema, pero como a veces a uno le gusta sentirse guiñado por el destino, he cambiado de opinión y prefiero compartir con ustedes este pequeño descubrimiento accidental.
Según dicen el origen del vocablo está en un antiguo cuento persa. Es la historia de tres príncipes que encontraron un camino con huellas de animal y donde la hierba permanecía intacta en su parte derecha, aquella que daba al río. Al observar con perspicacia, los príncipes dedujeron que el animal era un camello tuerto del ojo derecho (pues no había visto la apetitosa hierba que resplandecía por ese parte) y que le falta algún diente (había hierba masticada involuntariamente caída en la parte izquierda). Concluyeron también que era cojo de la pata trasera izquierda (las huellas de ese lado eran claramente más leves) y que llevaba una carga de miel y mantequilla (unas hormigas y abejas se estaban dando un festín con lo que involuntariamente se había derramado). El camello además debía llevar a sus lomos a una mujer embarazada, pues había huellas de unos pies y de dos palmas cerca del río junto al rastro de unos orines, lo que indicaba que la mujer necesitaba sujetar su cuerpo con sus manos para orinar. Al llegar a la ciudad, los tres príncipes se toparon con un mercader enloquecido gritando que su mujer y su camello habían desaparecido. Sagaces y prepotentes, el trío describió al mercader lo que acababan de deducir en aquel camino, señalándole el lugar donde posiblemente habría ocurrido el percance. Maldita casualidad sin embargo que los vecinos habían visto a tres ladrones acosando a su mujer y su camello. Y claro, tantos detalles tenían los tres príncipes sobre el animal y la esposa que todos los tomaron por los ladrones y, en consecuencia, fueron condenados a muerte. Por fortuna para ellos, justo antes de que se culminará la condena apareció la mujer y salvaron su vida en el último instante.
El relato sucede en Serendip, la hoy llamada Sri Lanka, y es del nombre de esa ciudad y gracias a ese cuento de casualidades que hoy los ingleses tienen la palabra «serendipity». Como ya comentamos en su día, la ciencia no sería lo mismo sin ella, pues pese a que es un área donde se intentan controlar todas las condiciones y no dejar nada en manos del azar, son numerosos los descubrimientos científicos que se deben a accidentes. El más famoso, como ya sabrán, es el de la penicilina.
Pero si la casualidad, aunque no se quiera, es parte fundamental en la ciencia, qué decir del arte, que sólo deja guiarse por vientos imprevisibles que empujan a contrapié, a contracorazón, a contracerebro. Si para un pesimista el azar es la lógica imparable que guarda toda desgracia, ¿qué es entonces el azar para un artista? ¿Una perturbación que nubla sus ideas? ¿O tal vez un fragmento de tiempo suspendido donde las piezas pueden reorganizarse siguiendo leyes nunca escritas? ¿Es quizá la grieta que se abre en la técnica y por donde asoma por fin una creatividad diáfana? Recuerdo ciertos creadores que he conocido y me parece que su talento no reposa en los años de formación tozudamente acumulados, sino en cómo resuelven las circunstancias accidentales que torpedean su camino, en cómo manejan a su favor la ciencia inexacta de la casualidad.
Pensemos un momento fríamente. Generalmente sólo cuando un espectáculo se acerca al estreno es cuando acaba por concretar su estructura definitiva. Es decir, el proceso previo de creación es fundamentalmente improvisación, en todas las múltiples formas que ésta puede adquirir. Los creadores pasan la mayor parte de su tiempo haciendo equilibrios en la estrecha cuerda del imprevisto, del accidente, de la sorpresa permanente. Sobreviven en un mundo donde el azar tiene aparentemente el mando. A los ojos de los demás sin embargo, parece que son ellos quienes tienen cogidos al azar por el mango. Aunque no hayan oído nunca la palabra «serendipity», conocen bien su hechizo. Su destreza puede parecer mera casualidad, pero en realidad es técnica. La técnica de saber jugar a los dados con lo imprevisible y salir siempre ganando.