Zona de mutación

Gestión cultural de resistencia y no de management

Está lo que se hace y lo que lo hace posible. Hay condiciones y factores dados, pero en la ´cultura activa’ el propio sector teatral debe ser consciente de crear las condiciones para acciones no entrevistas. Es la Cultura activa la que precisa políticas, planes, leyes, etc. y no la cultura genérica que existe como acción humana (al final de cuentas, todo es cultura), por lo que la definición de cultura a la que nos referimos, antes que  antropológica, psicológica, filosófica, es política, y como tal, no pocas veces se aparece a nuestros ojos como ‘no cultura’. Es altamente complejo el deslinde de los agentes culturales en relación a un territorio. Las funciones ‘productor’, ‘gestor’, gerente’, ‘administrador’ (siempre con la palabra cultural al lado), parecen ser los epónimos genéricos de las fuerzas complejas del campo cultural, que se semantizan de manera diferente entre los propios países de Iberoamérica. Es casi folclórica la dicotomía entre gestión cultural y promoción cultural. No ha sido raro asimilar animación cultural con promoción, o administración cultural con gestión, así como se las ha solido considerar como totalmente diferentes. Pese a esto se mantiene la idea del gestor cultural como un animador cultural. En países como Chile y Brasil la producción cultural funciona como un sinónimo de gestión cultural. En Brasil las leyes de incentivos fiscales instalan la figura del productor cultural, vinculada a los aspectos ejecutivos y de marketing, aunque la noción de gestión está más ligada a lo estratégico. En Chile, si bien desde el Estado se instituyó el concepto de gestión cultural, los programas formativos recurren a apelaciones diversas. El concepto de gestión puede abarcar muchas lecturas y posiciones, pero su utilización en algunas profesiones responde a la necesidad de llevar a cabo nuevas funciones en el proceso de desarrollo de nuestras sociedades. Esto indica que ‘gestión cultural’ conlleva un carácter esencialmente dinámico que asume un sentido político-social o estratégico diferente, según se realice desde la sociedad civil, desde un grupo independiente, desde una entidad intermedia, desde una secretaría del Estado o desde el sector de industrias culturales. Toda la terminología, como puede verse, es de connotación económica y eso debe llevar a los artistas a usarla con cuidado, sobre todo si la posición de quienes buscan la sanción político-cultural de la misma, demandan de la aquiescencia y hasta la indulgencia de sectores (los culturales), en el fondo atendibles no de por sí, sino a partir de brindar algún posible beneficio: político, económico, de control social, etc. La raigambre economicista de la terminología, es válida en tanto es funcional a la cultura y no termina, por el contrario, cosificando la ‘obra artística’. Ese es el doble discurso observable cuando subliminalmente se legitima a-críticamente el concepto y función del ‘empresario cultural’, ‘negocio cultural’, etc. Si barajamos la fórmula ‘desarrollo cultural’ lo que surge es preguntarnos sobre cual es el proceso económico (ideal) de no aceptar que el producto (producido) lo sea, en cuyo caso el paso es creación-producción-valor. La mercancía se fetichiza según la forma en que es producida, esto no es sino trabajo alienado. Entonces la producción artística es una producción específica que cuestiona el sistema alienador, por lo que hay que ver si en los matices de la gestión, aparece este tramado de conciencia incluída como valor agregado. Aún el consumo de estos productos reclama un componente ‘espiritual’ diferente a las otras mercancías y su mercado. Es por esta cualidad que ‘Los Lirios’ de Van Gogh puede cotizar la millonada de dólares que cotiza. Por eso, preferible será hablar de una ‘gestión de diseño’, que se corresponda como concepto relativamente nuevo, con lo nuevo de los sistemas democráticos que supuestamente demandan de su ejercicio y bajo los cánones y organigramas fijados por un sistema cultural mundializado, que no sabemos en qué medida nos ha consultado sobre esta presunta ‘necesidad’. El sistema organizacional es minusválido, si medimos que en vez de una secretaría necesitamos un ministerio. Si en vez de una repartición para ‘artistas’ funcionales, necesitamos reparticiones para toda la gente. Los artistas tienden a creer que los presupuestos son para ellos, y no para una política donde la vedette es la gente en pleno. Para esto debemos ver el tema en una relación de cuerpo integrado de actores múltiples. No es lo mismo hablar de gestión como estructura que como función individual. Tampoco es lo mismo aludir en infinitivo al ‘gestar’ que a una función ‘gestión’. En consecuencia, bueno será preguntarse sobre cuál es la genuina cadena de valor que le corresponde a la actividad cultural, y si en ella ‘lo artístico’ es sólo uno más de los componentes, o constituye uno de sus objetivos afanosamente perseguidos.


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