Festivales

Concha Velasco, Gonzalo de Castro e Irene Escolar conducen el emotivo homenaje a Andrés Peláez

El Festival de Almagro y toda la profesión en general rindieron ayer, 12 de julio, un homenaje a Andrés Peláez, director del Museo Nacional del Teatro, hombre de teatro y que, en breve, empezará a disfrutar de su jubilación. A dicho homenaje no quisieron faltar unos conductores de lujo que, a su vez, representaban a tres generaciones de actores: la joven Irene Escolar, esencia de la familia Gutiérrez Caba; el actor Gonzalo de Castro; y la actriz Concha Velasco, quien confesaba que «gracias a Andrés Peláez me han pasado cosas muy importantes en mi vida, pero quizá la más significativa sea estar esta noche por primera y última vez sobre las tablas del escenario del Corral de Comedias, nunca antes lo había pisado».

Estos tres actores fueron los responsables de leer las cartas enviadas por personalidades tan destacadas como Francisco Nieva, José Luis Gómez, Alicia Moreno, José Luís Morata, Andrea D’odorico, Conchita Burman, Rosana Torres, José María Pou, José Carlos Plaza, Elisa Romero o Joan Francesc Marco. Todo el acto estuvo intercalado por la proyección de vídeos en los que participaron, por orden de aparición: Nuria Espert, Miguel Narros, Benito Navarrete, Mario Gas, Carlos Hipólito, Ángel Fernández, Carmen Alborch, Elio Berhanyer, Josep María Flotats, Nati Mistral, Antoñita Viuda de Ruíz, María José Alfonso y Paco Valladares.

Antonio Gala fue el responsable de escribir la Laudatio – en documento adjunto – que fue leída por Natalia Menéndez, Directora del Festival, ya que Gala no pudo asistir por motivos de salud. Destacó la gran amistad que le une a Andrés Peláez.

Una vez le fue impuesta la medalla, Andrés Peláez hizo gala de un excelente sentido del humor asegurando que «si fuese verdad todo lo que han dicho, yo tendría un sueldazo, y no lo tengo». El homenajeado comparó el Museo Nacional del teatro, del que es responsable desde sus inicios, «con el paso de la Macarena, que ha funcionado al compás», para continuar diciendo que «menos mal que este homenaje es sencillo, porque si hubiese tenido lugar el 18 de agosto, habría venido el Papa», haciendo referencia a las cantidad de personalidades del teatro que había entre el público. Peláez cerró su simpática y emotiva intervención asegurando que «todo lo he hecho con un amor infinito a la gente del teatro y sólo he pretendido una cosa: ser un buen hombre».

Laudatio

por Antonio Gala

Que yo alabe, con ardor y entusiasmo, la actuación de Andrés Peláez en su aspecto público, me parece –y lo digo con una sinceridad absoluta- un acto de egolatría. Mi conocimiento de Andrés es casi tan antiguo como yo. Tanto como yo sería imposible: unos meses menos, no digo cuántos. Mi amistad con él se basa precisamente en mi admiración, en mi devoción por él y en mi agradecimiento. Colabora conmigo en lo que yo más quiero: la Fundación para jóvenes creadores, a la que ama igual que la amo yo y en la forma que yo la amo, es decir, como lo mejor que dejaremos al irnos por vez última. Andrés me ha acompañado de un modo fraternal, o quizá más aún. Lo he tenido a mi lado en toda clase de hechos luctuosos, tales como mis muertes clínicas (yo soy en eso un permanente moribundo: bueno, igual que todos; ni de eso puedo presumir) y en las muertes de quienes más he querido o que más me han dolido. En los éxitos y otros frutos más dulces, lo cierto es que, cuando he mirado alrededor, Andrés no estaba ya… No se consideraba imprescindible. Él sirve para lo más grande y para lo más cotidiano: con nadie me he reído tanto como con él, con nadie me he divertido de la misma manera jamás (y él conmigo, también: todo sea dicho). Su tiempo es para todos vosotros, lo sabéis. Pero siempre encuentra un momento para informarme del teatro que debo ver, de a qué exposición ir, de qué concierto escuchar, de a quién debo atender, de lo que él se propone siempre en beneficio ajeno… A veces, en el mío. Y cada día con mayor frecuencia, porque yo, ¿qué le vamos a hacer?, cada día estoy más perturbado, por no decir más tonto del culo, que es una ordinariez. Le he pedido parecer en todos los repartos teatrales en que a mí, como autor, me lo han pedido. Considero que es la persona que más sabe de teatro de España, que más conoce su sentido, sus formas diferentes, los rostros y las expresiones y el decorado que más convienen a cada caso, dónde ha de ser estrenado cada texto… Y, por último, que es lo más importante, si debe ser escrito, o postergado, o abandonado para siempre… Yo en este último caso estoy.

Nunca he tenido a mi lado a nadie que a la vez sea tan sabio y tan discreto. Aunque lo disimule en apariencia para ocultarlo más. A nadie tan oportuno, tan imprescindible en tantas ocasiones y tan al alcance siempre de la mano si se le necesita e incluso antes de ser necesitado. Estoy casi seguro –y hablo de lo que sé- que Andrés Peláez llegaría a hacer por mí lo que no haría por él. Con él, a mí me pasa igual, aunque yo soy mucho más egoísta… En definitiva, quiero decir que soy el menos indicado para hacer el consuetudinario elogio que, en ocasiones como esta, suele hacerse. Porque, para decirlo absolutamente claro: si tuviese que elegir a un amigo entre todos, para considerarlo no ya sólo amigo sino yo mismo, aunque de otra manera, o sea, mi total alter ego (un alter ego que se ha dejado engordar, aunque por razones contrarias a su voluntad, y a la mía); si yo tuviese que elegir sólo un amigo, elegiría sin dudarlo a Andrés Peláez. De hecho, de veras importante, no ha sucedido más que eso en mi vida: el elegirlo. Mi vida, sin él, habría sido muy distinta. Qué terrible y qué consolador es darse cuenta a tiempo. Con una aclaración: no nos parecemos, gracias a Dios,  en nada. Fuera del campo profesional predestinado, nuestros gustos son muy diferentes, nuestras expectativas personales o íntimas, nuestros quehaceres diarios, nuestros futuros proyectos, que quizá yo ya no tenga… (Es cosa que debo consultarle en acabando este bello discurso)… Pero en el campo en el que estamos y al que hoy nos referimos, la verdad más absoluta es que no podría prescindir de la compañía de Andrés, de la opinión de Andrés, del concurso de Andrés. Yo habría prohibido que otro estuviese aquí, ahora mismo, en mi lugar. Pese a no saber a qué he venido, la verdad. Y pienso que él, sin razonarlo mucho, si se deja llevar, está también de acuerdo.

Pero, ahora que caigo: ¿no os parece que todo esto que digo es un poco llover sobre mojado? Porque, si lo es, sacad ya los paraguas: el chaparrón que continuará cayéndoos encima va a ser de aúpa. Mejor aún: de toma pan y moja. Ya que ponerme moños en la cabeza de Andrés es mi mayor anhelo.

Si no me equivoco –cosa que me sucede tantas veces al día que estoy muy hecho a ello- nos hemos venido aquí, juntitos, porque Andrés se jubila. Pero me gustaría hacerle a él, y en general a todos, ciertas preguntas. ¿Por qué Andrés se jubila? ¿Porque ha cumplido ya unos cuantos años? Menuda sandez: está como una rosa. De Alejandría, claro: son de mayor tamaño. ¿Y de qué se jubila? ¿De dirigir el Museo Nacional del Teatro? ¿De colaborar con el Festival de Almagro? ¿De qué se jubila? ¡Si ya está liado con el circo! Si ya ha llevado a la Fundación Antonio Gala, por carnaval, una preciosa exposición de máscaras. Si la Fundación va a tener una hermana y va a internacionalizarse y a ejercer de modelo y tendrá una crisis de crecimiento transfronterizo (como dice la Unión Europea) y nuestro Andrés tendrá que ocuparse de complicadas exposiciones ambulantes… ¿Es eso jubilarse? ¡Una mierda! Las legislaciones son vagas y difícilmente aplicables strictu sensu. Pero la laboral es la peor. Si se jubila Andrés es porque le sale del níspero. Porque ya habrá dejado en su puesto a alguien aguerrido y flamante. Porque quiere dar paso y observar cómo el Museo se rejuvenece y lo rejuvenece a él, que es un coqueto disfrazado de “a mí me la trae floja”. Yo quiero decir bien claro, pero no por laudatios ni sandeces, que Andrés es el mejor. Que es el que más queremos. Que es el que más sabe en España de todas estas cosas que parece que a España cada vez le ponen menos, la verdad. Pero que son y han sido nuestra vida. Y nos la ha dado Andrés, la ha dirigido Andrés, ha soportado Andrés los coñazos y las pesadeces para que viéramos nosotros tan sólo el brillo y la hermosura.

¿Cómo que se jubila Andrés? Él no puede jubilarse de nada. ¿O es que ahora es un emérito? En último término será un emérito augusto, como Mérida. Su júbilo está en ser y en darse. En trabajar -en lo que le gusta, porque él elige en suma; si no, no sería suyo cuanto hace-, en trabajar, quiero decir y digo trabajar, de cierta forma, y en seguir siendo igual que ha sido, o sea, el mejor y más envidiable de los hombres de teatro. Porque él se perfecciona por el uso: es bueno desde el primer momento y mejora después cuando parecería ya imposible. Entero y verdadero, experimentado y ardiente desde antes de llegar, porque la ilusión lo ilumina y el trabajo lo dora y lo levanta en el aire (no sé cómo lo logra con el peso que tiene) y lleno de ímpetus que a los demás, por lo menos a mí, se nos han escatimado.

Andrés, el cochino, el tierno, el rotundo, el petardo de Andrés, tiene una admirable virtud: la humildad inadvertida. Pero también la certeza inadvertida. Sabe más que nadie, pero trata de que no se le note. No impone su criterio, pero su criterio se impone por sí mismo a la corta o a la larga, más bien al cuarto de hora. Es querido por todos los que tienen que aguantarlo: lo sé de la tinta mejor. No he conocido a nadie tan pretendido para fundar, dirigir, matizar, controlar cualquier proyecto. No he conocido a nadie cuya mano haya sido tan pedida. ¿Qué puedo decir de él yo hoy aquí? Nada, absolutamente nada más de lo que ni siquiera me he tomado el trabajo de decir hasta ahora. Porque lo he dicho a puros borbotones. Como habla el corazón cuando está vivo y siente. Sólo pediros a vosotros que lo digáis conmigo, también a borbotones.

Gracias, Andrés, porque, sin ti, la vida habría sido otra muchísimo peor. A las vidas nuestras les habría faltado algo, más o menos sin lo que no serían las nuestras de ninguna manera.

Ni se te ocurra decir que te jubilas de ellas, porque nos matarías. Y no estamos para bromas tan pesadas. Quédate con nosotros: por lo menos hasta que yo me muera. No te haré esperar mucho: lo prometo.

Antonio Gala

 

Otras voces:

Textos:
Alicia Moreno: “Todos, sin excepción alguna en esta profesión, admiramos tu profunda vocación, tu entrega a la causa de la escena y el coraje con el que te has dejado la pie” por el teatro”.
Rosana Torres: “Peláez ha conseguido que junto a la sabiduría haya algo que no debería estar nunca exento del territorio de la inteligencia y la intelectualidad, como es el humor, la ironía, el sarcasmo y, si es necesario, la mordacidad”.

Francisco Nieva: “Peláez, el conservador y domador ideal, que hace bailar al dinosaurio  y  convertirlo  en espectáculo permanente”.

José María Pou: “Durante años has vivido al otro lado del espejo amasando, con paciencia de franciscano, recuerdos, documentos, trajes, bocetos y publicaciones para conseguir que las gentes del teatro –tan desnortados, tan desmemoriados a veces- tengamos un punto de referencia”.

José Luis Morata: “siempre has estado dispuesto a enseñarnos, con la humildad que te caracteriza (la de los sabios), todos tus conocimientos y  responder a cuantas dudas te hemos planteado”.

José Luis Gómez: “Decir Andrés Peláez es decir presente y, sobre todo, futuro, porque  él ha hecho, hace y hará que los que se dediquen a el teatro más adelante comprendan lo que hicimos nosotros y lo que hicieron nuestros predecesores”.

José Carlos Plaza: “Andrés  representa la memoria :  la mía , la de la profesión que me rodea  y sobre todo la de la que viene”.

Joan Francesc Marco: “He conocido a pocas personas que trabajasen  con la pasión, el talento y la dedicación con la que siempre lo ha hecho Andrés».

Elisa Romero: “Andrés Peláez conocía el riesgo de amar al amigo por encima del amor del amigo”.

Conchita Burman: “Gracias por tu siempre pronta disponibilidad en ayudar a cualquier estudioso del teatro español, entre los que me encuentro”.

Antonio Gala: “Quédate con nosotros: por lo menos hasta que yo me muera. No te haré esperar mucho: lo prometo”.

Andrea D´Odorico: “Gracias Andrés por salvaguardar tanta memoria histórica, no sólo de la profesión, sino de los espectadores”.

 

Vídeos:

Nuria Espert: “Te has convertido en el guardián de los secretos del teatro español, de las virtudes y de los defectos”.

Miguel Narros: “Has demostrado montones de cosas. Quiero desearte que tu vida sea más agradable y que no dejes de hacer cosas”.

B. Navarrete: “Destaco tu sentido de la jovialidad y el gran conocimiento que hay detrás de ella”.

Mario Gas: “El museo no te ha impedido tener una conexión con el mundo teatral, que tan astutamente expones y del que reservas cosas que no se pueden decir”.

Antoñita, viuda de Ruiz: “Es una persona muy alegre y sabe mucho de teatro, más de lo que muchas personas se piensan”.

María José Alfonso: “Eres un recaudador, no de impuestos, pero sí de vida, de testimonios y de cosas hermosas”.

Francisco Valladares: “¿Tú te imaginas un Almagro sin esa Plaza, sin ese Festival, sin esas berenjenas? ¿Y sin ti? ¡Almagro te necesita! ¡Quédese, señor Peláez!”.

Carlos Hipólito: “Espero no perder tu número de teléfono para poder seguir consultándote mis dudas sobre teatro”.

Montesinos: “Te marchas del museo, pero no te vas a marchar ni de nuestra vida, ni de nuestro entorno, ni de nuestro cariño”.

Carmen Alborch: “Eres una persona culta, pero no prepotente, ni pedante, pero muestras tu sabiduría mostrando todo aquello que te rodea y amas”

Benhayer: “Me siento un tonto por no poder abrir mi corazón y enseñarte todo lo que hay dentro hacia ti: amor, admiración, cariño”.

J.M. Flotats: “Muchas gracias por nuestra historia, nuestra memoria y nuestra dignidad recuperada”.

Nati Mistral: “Te quiero porque siendo tan grande como eres, no lo quieres ser”.

 


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