Tomárselo en serio
Enseñar lo que se ha hecho durante el año. Esto es lo que hacen la mayoría de escuelas y centros artísticos formativos a las puertas del verano, justo antes de cerrar por vacaciones. El formato suele ser muy parecido en todos los sitios: padres, madres, familiares y amigos acuden a la cita en un abarrotada sala de actos un martes por la tarde cualquiera para ver los resultados del niño/a. La sala está llena de tíos fotógrafos, padres colocando trípodes y hermanos mayores grabando con cámaras domésticas. Hay que registrarlo todo, aunque se verá fatal porque las luces de sala están encendidas y no hay ningún foco en el escenario. Los abuelos han traído el bocata, el zumo y el trocito de tarta para dárselo al nieto a la salida. Harán ruido mientras comprueban que han hecho el bocata de chorizo, su preferido. Esta es una escena que se repite cada fin de curso. Me vino a la cabeza el otro día que estaba sentado en unas gradas justo antes de ver el resultado de un taller de estudiantes de circo aquí en Londres.
Circus Space es un centro de formación circense situado al este de Londres, en Hoxton, muy cerca de Shoredicth, un barrio lleno de pubs, locales de exposiciones y centros de cultura altrenativa que lo convierten en uno de los lugares más interesantes de la ciudad. La sede de Circus Space es una antigua central eléctrica que se fundó en 1896. El edificio fue rescatado del abandono en el que se hallaba en 1994, y tras una exhaustiva remodelación, el lugar ahora tiene una nueva vida y se ha convertido en una de las escuelas de circo más importantes de Europa. El espacio es realmente excepcional y cuenta con unas altísimas salas de ensayo absolutamente bien equipadas con unas paredes que demuestran el pasado industrial del lugar. Me acerqué allí el otro día para ver el resultado de final de curso de uno de los grupos que alberga el centro, en esta ocasión eran estudiantes entre 13 y 15 años. A parte del nivel técnico que demostraron en cada uno de los ejercicios, me sorprendió muchísimo toda la profesionalidad que rodeaba el taller. A nivel artístico, dos personas (Charlotte Mooney y Tina Koch fundadoras de la compañía de circo Ockham’s Razor) y a su vez profesoras de la escuela, se encargaron de la dirección. La estructura era sencilla pero muy bien cuidada. Como en el buen circo contemporáneo, había un cuidado especial por la dramaturgia, las músicas, los cambios de ritmos, el vestuario, etc. Pero lo que más me sorprendió fue la profesionalidad de la gestión. A uno le daba la sensación que todos los equipos técnicos del teatro trabajaban del mismo modo y con la misma intensidad como si de un espectáculo comercial se tratara. La publicidad, la elaboración de un completísimo programa de mano, el diseño de luces, los horarios de los pases, etc. Da igual que se fuera de un taller hecho por los estudiantes (o a lo mejor con más razón), pero la verdad es que el equipo del Circus Space había puesto toda la carne en el asador.
Tampoco hace falta que nos machaquemos en exceso: los ingleses llevan haciendo industria del espectáculo desde hace mucho tiempo y se nota. Pero este caso concreto que he expuesto demuestra una clara voluntad de crear primeras experiencias y a mi entender tiene un valor enorme. Se trata de que los alumnos sientan y noten en sus propias carnes la maquinaria de un espectáculo, la fuerza de un estreno, la venta de entradas, la publicidad, el trabajo con los equipos de producción, los nervios del directo, tener un director artístico, etc. A mi entender el Circus Space como institución lanza un mensaje clarísmo: nuestros alumnos reciben el mismo trato y atención que reciben las compañías profesionales que acogemos en nuestra programación ordinaria y para nosotros este taller también forma parte de nuestras actividades profesionales.
La escena que describía al principio es evidentemente una exageración. Pero por desgracia todos sabemos que hay muchas presentaciones públicas de fin de curso de centros escolares, musicales o de artes escénicas de muy bajo nivel. Habría que cuidar cuidar un poco más los detalles, tomárselo un poco más en serio e intentar crear algo que tenga esencia de espectáculo. No hay cosa peor para las artes escénicas que este tipo de presentaciones cutres, que no aportan nada y que dejan indiferente a participantes y a espectadores. Esto ni crea públicos, ni engancha a los jóvenes intérpretes, ni nada. Tampoco hay que volverse loco: sólo basta con condicionar bien la sala, con poner cuatro focos, con un programa de mano, con alguien que haya pensado un poco en la estructura del acto y con la prohibición de hacer fotos y vídeos. El bocata de chorizo de la abuela perfecto, está buenísimo, pero no hace falta abrirlo en medio de la función.