Espai Brossa: fin de la primera parte
El Brossa Espai Escènic, popularmente conocido como Espai Brossa, cierra este mes de julio. El proyecto continua pasado el verano en La Seca, la antigua fábrica de la moneda, remodelada y convertida en la sexta fábrica de creación de Barcelona, uno de los proyectos culturales más importantes de la ciudad que se ha hecho durante el período socialista. Prácticamente inauguradas todas las fábricas de creación, al nuevo regidor de CiU, que ya ha expresado su apoyo a este tema, le toca lo más duro e importante tal vez: creer en el proyecto y dotarlo del presupuesto necesario para que pueda desarrollarse. Pero hoy no quiero hablar ni de políticas culturales ni del futuro de este proyecto. Ya habrá tiempo. El emblemático Espai Brossa ha sido uno de los teatros alternativos más vitales que ha tenido la ciudad y creo que está bien recordar su trabajo.
El Espai Brossa se inauguró en 1997, un año antes de la muerte del poeta, con un objetivo muy claro: llevar a escena la obra de Brossa y todo aquello relacionado con su universo. Según dice el mismo Hermann Bonnín «Joan Brossa ha sido una de las figuras fundamentales para enlazar con el espíritu combativo relacionado con la cultura europea de la segunda mitad del siglo XX». Bonnín y Hausson, los directores artísticos del teatro, creyeron que había suficiente material escénico del poeta, todavía no representado ni conocido, que justificaba esa aventura. Por el Espai Brossa han pasado multitud de artes parateatrales, aquello que tanto gustaba al poeta: magia, poesía, ilusionismo, artes plásticas, recitales poéticos, cabaret, etc. Ambos directores han conseguido crear un espacio singular, no sólo por sus condiciones arquitectónicas (un espacio diminuto de una proximidad extrema con el público), sino por la atmósfera de modernidad y de libertad que siempre se ha respirado.
La recuperación de escritores, poetas y dramaturgos catalanes olvidados del siglo XX ha sido una de las constantes y forma parte de la genética de este pequeño teatro. En el Espai Brossa hemos podido ver montajes de textos de Manuel de Pedrolo, Palau i Fabre o Blai Bonet, por ejemplo. El compromiso radical de este espacio con una serie de autores y corrientes de pensamiento marginadas y ninguneadas durante muchos años por la cultura oficial catalana es algo que hay que decirlo alto y claro. Personas como Hermann Bonnín (también Ricard Salvat o Pep Tosar ahora en el Círcol Maldà) han hecho y hacen una labor muy importante, producto de la desmemoria instalada en muchas de las instituciones culturales de Catalunya.
El Espai Brossa también se ha mostrado sensible a la diversidad y riqueza de la lengua catalana. Por allí, han pasado autores mallorquines (Blai Bonet o el mismo Baltasar Porcel, a quién poco después de su muerte y muy ocurrentemente, se le dedicó un espectáculo), compañías de las Islas Baleares, autores valencianos como Rodolf Sirera, etc. Recordaré siempre el magnífico montaje «Pèl al pit» de Blai Bonet, dinterpretado por la joven compañía Corcada Teatre en un mallorquín exquisito.
Además del compromiso ideológico también ha habido el compromiso estético, seguramente marcado por esta mezcla de lenguajes que tanto amaba Joan Brossa. En mi opinión, esto ha sido una de las grandes aportaciones de este espacio, que se ha caracterizado siempre por tender la mano a propuestas singulares, mostrándose abierto a todo tipo de lenguajes: cabaret, recitales poéticos (¡qué grande el que dedicaron a Montserrat Roig!), performances (como la que hizo un histórico de la Fura dels Baus que se tiró desnudo e inmóvil durante una hora, desmadrando considerablemente la platea pasados los diez primeros minutos) o montajes con escenografías increíbles com la de «El jardí abandonat». Bonnín es un tipo que está permanentemente conectado a todo cuanto sucede.
En el Espai Brossa se han visto montajes exigentes, en mi opinión a veces demasiado. Recuerdo un espectáculo reciente a partir de textos Agustí Bartra del cual no entendí nada. Han sido exigentes también en las programaciones de su festival BarriBrossa, dedicado a personajes o a movimientos estéticos, la definición de los cuales he tenido que consultar al diccionario más de una vez. En mi opinión, y no hay que tener reparo en decirlo, para determinadas propuestas se ha requerido un alto nivel cultural. En este caso, también, alguien tiene que hacerlo. El tándem Sabine Dufrenoy-Hermann Bonnín, y su amor y conocimiento de la cultura europea, han sabido estimular a este tipo de audiencia.
No quiero terminar esta columna sin hablar de un entrañable ritual previo a todos los montajes del Espai Brossa. Echaremos en falta una escena fantástica, muy parateatral por cierto, (seguro que le hubiera gustado a Joan Brossa), protagonizada por Manolo, el portero del teatro. Manolo, una vez había vendido todas las entradas, cuando todo el mundo ya estaba sentado y había indicado al técnico con una mueca que todo estaba listo, se dirgía al público reclamando su atención con cuatro palabras. Siempre con la misma cadencia y entonación, siempre con la misma profesionalidad: «Benvinguts a l’Espai Brossa, l’espectacle és a punt de començar». Luego continuaba con lo de apagar los móviles y demás y terminaba con un «moltes gràcies» y tiraba de la cortina para cerrar el espacio de una forma enérgica y ruidosa. Algo así como, ¡xxxiiiiiiiiiitttttttt! Pues eso, «moltes gràcies i a continuar».