Críticas de espectáculos

Una ‘Asamblea de mujeres’ con poca comicidad

«La Asamblea de las Mujeres», es una comedia ingeniosa y divertidísima de Aristófanes que debate, con buena dosis de ironía crítica, el tema de la democracia perfecta. De lo que se deduce que la situación planteada por el autor griego, que sigue siendo una interrogante desde hace más de 2.500 años, tiene obvias resonancias actuales.

Esta interesante obra, esbozada a través de una revolución femenina, con intenciones de contener las ideas y utopías de la época, de ciertas teorías basadas en la creación de un tipo de república colectivista, con comunidad de bienes y de mujeres, sostenida en aquellos tiempos por algunos filósofos (sobre todo de Protágoras, y después de Platón, en sus tratados de «República»), ha sido la única propuesta de comedia de esta edición del Festival, coproducida con la compañía Plural Multimedia y Ocio, en versión de José R. Fernández y montaje de Laila Ripoll, quienes  han intentado ofrecer una lectura renovadora y un planteamiento de fiesta teatral con ideas similares a aquella que, con el título de «Fiestaristófanes», fue representada en el Teatro Romano, en 1985, en versión del director teatral griego Stavros Doufexis, que indagaba la antiquísima costumbre de la fiesta ática, de la que las comedias del autor griego son su acertada continuación.

La versión de José R. Fernández, que más me parece una adaptación, pues es bastante fiel a la de Aristófanes en su argumento, se inclina por un tipo de comedia amable donde se reduce la carga satírica del autor griego (muy significativa al ser esta una de sus últimas obras, en que se nota la esencia y resumen del pensamiento aristofánico y en donde que se ríe de sí mismo) para reflexionar sutilmente sobre las ideas de la obra, llevando la acción a los años 20 del siglo pasado, en consideración a que se trata de un momento importante en la historia de las reivindicaciones de las mujeres. Sin embargo, en la traslación no se obtiene con el lenguaje actual todo ese humor festivo, de las situaciones y del carácter de los personajes, que están en esa serie de cuadros y animadas pinturas llenas de alegría, de chistes, de sales cómicas de Aristófanes.

En la puesta en escena de Laila Ripoll, que utiliza con austeridad e imaginación escenotécnica el espacio del Teatro Romano, tampoco consigue sacar jugo cómico al trabajo de Fernández, a pesar del intento de rejuvenecer y animar el espectáculo con las técnicas interpretativas de la época del cine mudo (de Buster Keaton, los Hermanos Marx y Charles Chaplin). El desarrollo del montaje, monótono de ritmo, carece en los diálogos de ese soplo vital de ingenio que en Aristófanes es toda una gama inagotable de vis cómica para hacer brotar irresistiblemente la risa. Sobre todo en lo más gracioso de la obra que se basa en los esfuerzos de las mujeres en parecerse a los hombres por medio de barbas postizas, ropas y entrenamiento físico, para aparentar ser lo más varoniles posibles. La fiesta –que culmina con un banquete final- tampoco está del todo a la altura del grandioso escenario que lo acoge, máximamente con la manida forma de cierto teatro catalán, visto ya en el Teatro Romano, de acabar con una canción bailable como júbilo en crescendo. Sin embargo, destaca el atractivo despliegue de vestidos con el sello de Almudena Rodríguez, proporcionando un cuadro de rutilante colorido.

En la interpretación, se puede decir que en los actores, a pesar del desenfado y veracidad que ponen en sus roles, el tono medio de la actuación general es discreto. No destaca especialmente ninguno sacando a la luz del escenario su personal gracejo. La protagonista Isabel Ordaz (Praxágora) empieza con acierto -en gestos, movimientos y modulaciones de voz- su monólogo en la más perfecta parodia que el autor griego hace de la tragedia griega, manteniendo la sonrisa en los labios del público hasta el momento en que las arengas preparatorias presentan burlescas imitaciones de los discursos que solían pronunciarse en el Pnix. A partir de aquí el rol de la actriz -poco convincente por la falta de energía en su discurso- decae manteniendo un ritmo plano y sin apenas comicidad a lo largo del espectáculo. También, algunos actores están poco creíbles en sus algo forzados personajes, como el de Emma Ozores (Melística) exhibiendo sus recursos humorísticos de voz, que apenas logran excitar la hilaridad del público porque cansan por lo repetido. Además, cuando canta en serio desafina.


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