Zona de mutación

‘Yo Débil’ que absuelve al Estado

Es público y sabido que el político triunfante tiende a elegir, para la función cultural, nombres legitimados, lo que no quiere decir que sean buenos gestores, ni siquiera sensibles gobernantes aunque sí le agregan marca al poder numerario de las urnas. No es ocioso decir que el Plan Cultural debería estar alineado con el Programa electoral que la gente vota. Muchas veces la elección de esos nombres no se corresponde con la portación de un programa que pudiera compensar el que no se tiene. Son raros los funcionarios de cultura que se granjean un futuro político interesante a partir de su área de acción específica. Y esto ya de por sí, dice mucho. Más allá de gustos personales, los tiempos de un Jack Lang como el ministro más popular del gabinete de Miterrand parecen lejanos, entre cuyos antecedentes principales, estaba el de haber dirigido un festival internacional de teatro (Nancy).

La casi imposible estatura de un político estadista, actualmente, está relacionada con sus lagunas culturales. Un presidente electo está relevado de tenerla, para eso nombra a ministros o secretarios que en su presunta legitimidad puedan hacer aparecer como que tienen el bendito Plan, aunque carezcan de él en verdad. Pero esto, ya qué importa. Así, no será raro que haya políticos que afirmen en algún programa mundano, con toda la frescura del caso, haber leído las Obras Completas de Sócrates.

Ya pretender, por algún interés específico, que conozca el prólogo a ‘El Teatro y su Doble’, será como desearle que contraiga cáncer de ojo.

Existen fundadas conclusiones que se basan en suponer la connivencia de los aparatos ideológicos dominantes con los intereses económicos concentrados para generar una cultura exclusivamente destinada al control social, al tiempo libre, al consumo y a la reproducción de previsibilidad; pero no es menos causal de la deflación de culturas activas, esta era paradojal de un individualismo vulnerable por la misma sobredosis de libertades que han sobrepasado su capacidad de decisión responsable, hasta conformar un ‘yo débil’, propenso al pánico, la duda y el conservatismo. Pero el ‘yo-fuerte’ del poeta no es seguridad lo que busca en el Estado.

Llegados a este punto, mejor será, respecto al Plan Cultural, que un gobierno mediocre carezca de él. Para qué propagar la insania o convalidar el adocenamiento. Hay que plantearse con objetividad que muchos movimientos políticos que se los consideraba en principio interesantes (los de tercera vía, los de la sociedad de bienestar, los del tercer movimiento histórico), desarrollaron fuertes censuras, imposibilidades y condicionamientos conductuales, aunque gozando de la connivencia de todo tipo de adláteres del propio sector de artistas y profesionales de la cultura. Frente a esos cuadros de poder, la cultura sobrevive por la imagen de sus ‘outsiders’. Qué país no tiene su lista a este respecto.

Mejor será que nunca coincida la política de Estado con la epicidad de estos francotiradores porque en esa separación abreva la libertad de los sucesores. La cuestión es cómo se puede profundizar la cultura de creación sin incorporar a los más dotados y capaces. Todo un problema si se mide que una persona que no sabe no puede nombrar a otra que sí sabe. Esa contradicción es de hierro, aunque los contratos económicos subsanen los intríngulis mejor que una cláusula de Polya respecto a cómo resolver problemas. Los hocicamientos culturales, matan el alma de un país. Lo que pudo ser y no fue, es la triste nostalgia por el tiempo irremediablemente perdido. Las reparticiones de cultura son nichos en donde se fragua la imagen que el Poder se ha de hacer de los hacedores de cultura.

Los teatros nacionales desconfían de la calidad que pueda venir del interior de la Nación, entonces sus políticas ad hoc son como el lazarillo que ha de salvar al paquidermo ciego perdido en el desierto.

No pocas transferencias de la nación a las provincias, en nombre de la federalización, ocultan el traspaso de una papa caliente que se saca de las manos, de igual manera que la ley de mecenazgo es la vía legal para lavárselas como Pilatos.

Toda geocultura equilibrada, es un sueño.

Si para tener una política nos disociamos de la política general, es poco probable que lleguemos a una visión acertada, incluso a dimensionar el sentido acabado de lo que cada uno hace y lo que significa, la diferencia entre programas y planes y la relación entre estos y las áreas de aplicación.

El ‘yo-débil’ de los ciudadanos burocratiza las funciones del Estado. Un artista no tiene problemas de marketing, tiene problemas de libertad. Las mismas Leyes de Teatro son fruto de ese momento de decisión del Estado Mínimo, donde no es raro pensar que se la adscribiera a ese modelo de neo-beneficiencia que pasó a regular las energías de la Sociedad Civil, hasta conformar ésta un organismo homeostático que se autorregula cada vez a mayor distancia de donde se cocina la tajada entre Estado y Capital.

Las hendijas de las inmunidades perdidas, no detienen las invasiones. No parece haber un solo Jan Palach que se prenda fuego para detener los tanques tecnolátricos. Los Palach irredentos, han muerto.

Al fin y al cabo, los Estados que se tienen, son los que se merecen.


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