Dependientes unidos
Dependientes del teléfono. Esperando contestación por e-mail. Absortos en el Facebook como paliativo de nuestra soledad. Vivimos sin vivir en nosotros, porque somos cada vez más dependientes. Tanto que quizás cambiemos el eslogan antes que el paradigma y nos autoproclamemos, dependientes unidos, por si acaso así, se retrasa lo de que seremos vencidos, a no ser que ya estemos derrotados y entregados. Nos queda aliento para encaramarnos a la loma y ver si los que vienen juntos contra nuestras tiendas son amigos o enemigos, pero que vienen levantando polvareda ya no caben dudas.
Estamos recién llegados de la Fira de Tàrrega, un «territori creatiu», en el que se viven todos los espejismos posibles, que hasta pueden parecer cantos de cisnes multicolores. Allí, en Tàrrega, hay organización, futuro, iniciativas, propuestas artísticas, programadores internacionales y además, y es la parte más importante para el análisis, de públicos, jóvenes, familiares, adultos, que viven el teatro como algo propio sin tener otra relación que la de ser espectadores, público, públicos, esa entelequia que tantos cursos, talleres y juergas funcionariales ha provocado y que según esa parte amortizada del sistema teatral actual, no se busca, sino, que ellos creen, se secuestra, cuando lo que está claro, es que el público, los públicos, son consecuencia de una serie de acciones previas que tienen carácter estructural, en la educación, en la vida social, en el interés cultural y en la manera de afrontar el entretenimiento o el tiempo de ocio.
Al calor de esta realidad, la de Tàrrega y su bendita borrachera de energía positiva, de esperanzas, se siente todavía más crudamente la realidad subyacente, la de festivales que se acortan o desaparecen, la de recibir allí mismo el responsable de la Fira de Manacor en Mallorca, la triste noticia de que su gobierno autonómico le ha negado la ayuda económica, a un mes escaso de su inicio, esas formas tan autoritarias que nos soliviantan porque no se trata de planificar una desaceleración, sino de provocar cortes quirúrgicos abrumadores, que dejan muy pocas posibilidades de reacción, que demuestran un desafecto a las artes escénicas y que revientan todas las pequeñas o grandes y recalcitrantes demagogias del valor de ciertos eventos como parte estratégica del funcionamiento general de la cultura y más específicamente de las artes escénicas que al ser en vivo y en directo tienen unas características muy específicas.
Es aquí, en la valoración que tengan los que llegan a la gobernanza de lo público, y entre ello lo cultural, del valor real de ferias, festivales, jornadas, programaciones o demás signos externos de la vida teatral, lo que nos deja atónitos y algo desarmados. Sí, somos dependientes de los presupuestos, pero eso es algo que debe discutirse con otras argumentaciones que escapen al agobio económico primario. Pero lo peor, es que además no tenemos tono muscular para poder sobrevivir fuera de esa protección. Y esto no debe entenderse como un estigma, sino como una consecuencia más de la falta de previsión de casi todos. Por eso los dependientes unidos, seremos vencidos, solamente sí consideramos que esa dependencia es nuestro destino. Y no, es una circunstancia totalmente reversible. Estamos hablando de políticas culturales. Hagamos nuestra una frase genial. «Dejemos el pesimismo para tiempos mejores». Así sea.