Pedrojota y Peter Weiss
En el instante en que uno conoce que la información de un periódico viene determinada no sólo por la objetividad de los hechos, sino por la ideología que de forma más o menos velada gobierna dicho medio de comunicación, uno mira el periodismo de otra manera. A partir de ese momento uno asume que una noticia tendrá una tinción ideológica particular en función de los periodistas que la transmiten. Siendo ésta una situación no modificable, finalmente uno entra en ese lábil juego que diluye la frontera entre lo objetivo y lo subjetivo, y se acostumbra a despellejar las noticias de los intereses particulares de los medios con la intención de acceder a la realidad de los hechos. Nos dan las noticias vestidas y hay que hacer un esfuerzo por desnudarlas. Sin embargo, en ocasiones sucede que la distancia entre los hechos y la forma en que nos son contados es tan grande, que ese proceso de despojamiento para acceder al origen se hace imposible y la noticia acaba engendrando una nueva realidad que poco tiene que ver con lo que sucedió en verdad. A veces el ropaje que tejen los periodistas, tal y como hacen los magos, no sirve para adornar un cuerpo, sino para cambiar un cuerpo por otro.
Todo esto viene dado por la noticia que publicó El Mundo a finales de agosto, donde sobre el titular «Los abertzales toman Bilbao» colocaron una foto de la manifestación en la que aparecía una parte de la pancarta con la palabra «ETA». Habiendo transcurrido la manifestación sin incidentes, al parecer el periódico se había quedado sin carnaza con label propio que ofrecer a sus lectores y en un alarde de perfidia, los periodistas publicaron una fotografía de la pancarta de forma que se leyese sólo «ETA» y no la frase completa: «INPOSAKETARIK EZ. NAZIOA GARA» [Imposiciones no. Somos una nación]. Lejos de asumir cualquier responsabilidad en la tergiversación de la noticia, Pedrojota Ramírez, director del diario, con la vieja estrategia de intentar repetir una mentira para convertirla en verdad, dijo después que «pocas veces una foto reflejó tan bien la realidad como ese encuadre de las letras ETA dentro de un lema abertzale que escandaliza a algunos». Para no echar gota.
Empeñado en llevar su estrategia hasta el final, tratando de argumentar que lo blanco puede ser negro según la luz que incida y sin temor a desgastar las palabras en razonamientos vacuos, hace una semana Pedrojota redactaba extensamente su visión sobre lo acontecido. En uno de sus primeros argumentos –y es aquí donde esta columna quiere ganarse el derecho a habitar este espacio– esgrimía que «los periodistas desarrollamos esas tareas de ‘selección, control y síntesis´ en las que Peter Weiss resumía su teatro documental». Dicha comparación, según decía, justifica que el periodismo ‘represente´ la realidad, buscando ofrecer lo más representativo de un acontecimiento –la cita es casi literal. Sin entrar a valorar el concepto de representación un tanto desviado que pueda tener Pedrojota o su particular visión de lo que es el Teatro Documento, parece claro que en su afán por explicar lo inexplicable se ha desorientado por completo. Se ha adentrado tan al fondo del bosque que al final ya no sabe dónde está, pues es obvio que en ningún caso es lo mismo ilustrar una realidad en la portada de un periódico que hacerlo sobre un escenario. Independientemente del tipo de periodismo o del tipo de teatro que se lleve a cabo, la actitud de un lector ante un periódico es muy diferente a la de un espectador ante una obra de teatro. El primero busca informarse de lo que sucede en el mundo y el segundo persigue un deleite para sus emociones y su pensamiento a través de lo que sabe es una ficción escénica. Evidentemente, tanto un periódico como una obra de teatro reflejan una visión particular de la realidad, pero lo hacen en dos contextos bien diferenciados. El medio de comunicación demuestra su calidad en la verosimilitud con la que muestra unos determinados sucesos y el teatro la demuestra en el desarrollo artístico que emplea para comunicar dichos sucesos. Jugar a mezclar esos dos contextos para otorgarse el derecho a tratar la realidad al antojo de la ideología de un medio de comunicación es crear confusiones alevosas allí donde no debería haberlas. Aunque quizá, y entonces la confusión se disipa, sea precisamente eso lo que quiere Pedrojota: que se abra su periódico de la misma manera que el espectador va al teatro, esto es, sabiendo que aquello que observa es un juego basado en la ficción. En tal caso, las cosas quedan claras y todos sabemos a qué atenernos si compramos su diario.
Por cierto, ¿saben que Pedrojota en euskera significa literalmente «Pedroloco»?
Puestos nosotros también a otorgarnos el derecho a utilizar las palabras fuera de contexto, podríamos decir que pocas veces un nombre refleja tan bien como ese pseudónimo vasco la personalidad de un periodista.