¿Expertos con deseos de más?
Ericsson y sus colegas investigadores son unos tipos que se han dedicado a investigar el aprendizaje a través del entrenamiento y que, además, han dado una vuelta de tuerca al asunto, porque su planteamiento ha cambiado el modo de actuar en este área de conocimiento.
Hasta entonces, los planes de estudios dedicados al aprendizaje habían fijado un tope máximo al que se podía llegar entrenando las capacidades en un laboratorio. Ese límite máximo es el que en inglés denominaron «proficiency» y que aquí podemos traducir como «pericia». Todos los planes de formación basados en el entrenamiento práctico estaban orientados a que el alumno alcanzara este último grado de pericia, que era el que otorgaba a alguien finalmente el nivel de experto.
Fue entonces cuando llegaron Ericsson y su equipo de investigadores y hablaron de ir más allá. Ya no bastaba con automatizar habilidades y abotargarse en un cómodo nivel de «experto-en-una-materia», sino de alcanzar el nivel de maestría. El horizonte que se abrió entonces ante ellos y ante todo aquel que persiga ese súper-objetivo fue y sigue siendo inmenso. Allí donde antes solo había final, meta, límite o restricción, se abrió una explanada llena de posibilidades sin fin o, al menos, con una meta muy lejana.
Para que me entiendan mejor: Para lograr el nivel de maestro hace falta que un experto realice 10.000 horas de entrenamiento. Esta es la conclusión a la que llegaron Ericsson y su equipo tras haber estudiado ampliamente la adquisición de rendimiento a nivel de experto en numerosos dominios, tales como el deporte profesional, la música o el ajedrez.
10.000 horas de entrenamiento de un experto. Yo he echado cuentas. Llevo, aproximadamente, 7 años en esto y he metido unas 5.300 horas de entrenamiento. Claro que estos señores no están diciendo que con 10.000 horas de buena práctica en una laboratorio se alcance el nivel de maestro. Están diciendo que un experto tiene que meter, al menos, 10.000 horas más de entrenamiento para convertirse en maestro. Y además, nos dicen que ese entrenamiento no debe hacerse de cualquier manera, sino de una forma distribuida, estructurada y deliberada.
Distribuida significa que la actividad esté repartida en el tiempo en intervalos regulares. Parece ser que para que una habilidad que hemos aprendido se pose realmente en nosotros, conviene más entrenar en sesiones cortas, pero expandidas a lo largo de semanas, meses o años, que pegarse una atracón de 25 horas seguidas en una semana. Este último modelo de aprendizaje también es muy común en el mundo del teatro y la danza y tiene el nombre de «workshop». ¿Nos suena, verdad?
El que la práctica esté estructurada parece una obviedad, pero, quizás, no lo sea. Dejar sueltas por el espacio a las personas que van a entrenar sin que cuenten con una estrategia planificada para su entrenamiento, obstaculizará, como mínimo, su eficiencia, ya que perderán a menudo su tiempo intentando averiguar cuál es la mejor manera de practicar sus capacidades. Sin objetivos de aprendizaje claramente definidos, los que aprenden también tenderán a no saber qué es lo que se espera de ellos y saltarán de un ejercicio a otro sin que eso signifique necesariamente que vayan a adquirir las capacidades deseadas. El entrenamiento deberá contar con una base sólida compuesta por principios de aprendizaje y proponer una práctica estructurada con objetivos y protocolos de actuación y ejercitación claramente definidos.
El último aspecto de un buen entrenamiento es la denominada práctica deliberada. Una de sus características es la de enfrentar a los practicantes a tareas que, en un principio, están fuera de su alcance. Los que entrenan deben intentar mejorar un aspecto concreto de su rendimiento mediante ciertas tareas dadas. Cuando se logra el objetivo inmediato, se practica otro aspecto del rendimiento, volviendo a utilizar una tarea que está, de nuevo y en un principio, fuera de las posibilidades del aprendiz, pero que éste podrá alcanzar tras haber practicado de forma concreta.
Utilizando un flujo constante de objetivos, el aprendiz se verá progresivamente empujado a continuar poniendo a punto sus capacidades sin estancarse. Este último concepto es uno de los rasgos principales de esta forma de entrenar, porque previene la automatización prematura y el aburrimiento y consigue estimular y ampliar los límites del aprendiz de forma continuada. Gracias a esto se logran alcanzar niveles de rendimiento que están a un nivel muy, muy alto.
Quizás, de lo que se trate en última instancia en materia de entrenamiento en laboratorio teatral no sea tanto el convertirse en maestro de una materia concreta, sino de alcanzar la maestría a la hora de aprender a aprender. Si nos dejan, claro.