Zona de mutación

Destructor de realidades

Existe la tendencia a ver el arte como develador de la realidad, pero también es propicio verlo como agente destructor de la misma. Sus contra-percepciones, su ‘ceguera'(Lyotard) para permitir el ‘acting out’ del inconsciente histórico, su transgresión al ‘sensorium’ establecido, van en línea con una poética reivindicativa de lo no entrevisto. Hay una realidad que supera al hombre, pero hay otra que se sabe tal a partir de la mensura humana. Intervenir la realidad, las razones prácticas de las cosas. Obrar sobre el patrón de las practicidades y destruirlas. Los debacles naturales también arrasan los teatros, pero las humanas escrituras del desastre, hacen del ojo avizor de la conciencia, un ingrediente interviniente más del cataclismo. El desastre es tal, sólo por quien lo dice. La naturaleza es natural. El desastre es la naturaleza mirada. De esto resultará que a las cosas que se quieran abordar habrá que inventarlas. Construir mundos (Goodman). Hay una dramaticidad pura, material en sí misma. No se dramatiza la escena si no es ‘causa sui’, causa de sí misma. Escotomizar la mirada cotidiana, ordinaria. Matarla para que abduzca lo nuevo. Para que el niño del ‘fort-da’ freudiano, que juega a la presencia-ausencia, vea ‘aparecer’ a su madre. Es ese aparecer el que potencia el desarrollo a una nueva mirada. A la escena no se entra o se sale. Se adviene, se aparece, es parte de un abajamiento de fuerzas que no se comprenden, así como su inatrapabilidad o su indecidibilidad, las echan a correr un misterio detrás de otro. Poder celebrar esos actos, pone en cuestión la vieja miseria representativa, la triste historia vetusta de lo teatral. El teatro contemporáneo, hasta cierto punto, goza de la mirada conmiserativa del espectador frente a la pulsión de otras estructuras de ilusión. El espectador empieza a ver la técnica teatral, como una especie de folclore, afirmativo de sentidos pre-dados, alimentado de códigos repetidos sin ton ni son. Se cuestionan muchas cosas pero no lo esencial. Muchos críticos siguen refrendando malos trabajos por el mero hecho de que les divierten a ellos, por alguna abstrusa razón tendencial. Nadie quiere responder si «¿es necesario el teatro?» (Denis Guénoun). Nada es genuinamente polémico, todo es anfibológico hasta la mala conciencia. Porque en el trasfondo de las supuestas actitudes transgresoras, siempre está el papel, el maldito ‘papel’ que se cumple, por mezquinas razones estratégicas coyunturales. Esto significa representarlo equívocamente, con tal que signifique algún rédito personal, postulándose como cartabón de alguna pretendida forma de ‘genio’. Sigue habiendo una industrialización de esta mediocridad a través de festivales que supuestamente guardan las mejores intenciones.

Cuesta (dis)cernir el teatro de lo que no lo es a mérito de su rango artístico. Contando con que en función de esa confrontación a la realidad, lo que importa es el arte. Malhadado pecado que no lo sea. Lyotard propone una ceguera, un vacío, una suspensión de la sensibilidad común. Skepsis (escéptico)= siempre buscar, siempre investigar. Esta carnadura directa recuerda a José Luis Brea cuando afirma que «la imagen ya no es del mundo, sino que sólo hace presencia un acontecer. Ya no escritura de una intencionalidad de decir, siempre descifrable, interpretable». Fin al tráfico de opiniones. Al músculo connotativo de los profesionales del comentario. El acto, el acto. Y poder tocarlo (Nancy). Cuando se hace la oscuridad de la escena, la primera asociación es la de Phobos, personificación del horror. Lo inesperado en la oscuridad es aprensivo. La ilusión comunicativa del artista pretende instalar su conciencia en los intersticios de un arte como mercancía absoluta. La realidad debe poder ser torcida por la imaginación. Cross-cap irrepresentable. Suprema felicidad. Malévolo placer. Si la entropía es la manera que tiene el cosmos de pensarse, la escena es la evidencia de lo no idéntico.


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