Ensolbes de la diferencia
Los factores banalizantes en el teatro simulan ser vectores democratizantes ya que su extensión horizontal, hace del signo igualitario a nivel de los discursos una pose política de amplitud y apertura. Este es el problema de la trama sistémica del teatro: que dichos agentes están en todos los estamentos del mismo, sean artistas, críticos, investigadores, productores, espectadores, etc. Todos colaboran a la nivelación, la normalización. La hora en que los cerebros independientes hacen rebaño. La construcción de la diferencia aparece como un derrotero transversal a la masa acompasada del sistema. Hay un momento en que el arte como sistema opera de forma persecutoria sobre aquello que aparece como una verdadera singularidad ante él. La detección de ésta puede hacerse desde una glándula secretora: el aburrimiento. La profundidad, ante esas condiciones, aburre inapelablemente. No pocas veces, lo que se presenta como aburrimiento, no es sino la transgresión en el sistema a sus funciones banalizantes. Los filamentos captadores de hombre araña caerán en red sobre el agente extraño. No tardará en ser estudiado o comentado en los cenáculos legitimadores. Allí se establecerá su tasa, y hasta cabe que se le haga una oferta que no podrá rechazar: la distinción de ser un discurso legitimado, que significará la traducción de su tasa a niveles de recompensa.
El cuadro perceptivo de cada agente del sistema aparece sobredeterminado y el poder de lo singular puede resultar como una luz mala en la noche. La luz propia tiene efecto desestructurante y resulta enemiga de una hegemonía a la que desafía. Lo distinto pone a prueba pero se encuentra enfrente con reacciones afirmativas, donde será por las ‘neuronas espejo’ o quién sabe por qué, lo cierto es que nada impedirá que el docto termine admirando la espontaneidad del no culturizado, y para no errarle, haciéndolo objeto de su admiración y estudio. La banalidad conforma y se establece no sólo como norma, como medio ambiente. Los agentes banalizantes ‘espejean’ con la diferencia, ‘así como agregan al kitsch una dimensión intelectual’ (Harold Rosenberg), lo que es lo mismo que decir que la usan para su coleto. Y todo aquello que queda fuera de sus marcos de comprensión, será sutilmente sesgado, encapsulado, silenciado. El circuito de novedades está pavimentado por ciertos protocolos obvios que se supone las generan. Se habla de un concepto adquirido e internalizado de la novedad, con lo que hay que esperar por detrás, la oximorónica fórmula de ‘novedades obvias’. Si lo impertinente divierte, lo que se convalida no es la impertinencia sino lo otro, que divierte. Lo que divierte, es un túnel a-crítico de acceso por el que filtran los más disparatados malentendidos culturales, así como el teatro se nutre de ellos. La diferencia que se incorpora a la máquina clarificadora del sistema, se tabula en su calidad de incorporable. La igualdad en la diferencia hará de muchos iguales más diferentes que otros. Todos son iguales en la diferencia pero siempre habrá unos más iguales que otros. La política de la diferencia incorporada se democratiza en un mecanismo de indiferencia devenida de su propia diversidad saturada. Ninguna diferencia importa, sólo sus valores predicativos (ser divertida), que devienen de ahí mismo, desiderativos (regidos por el deseo del consumidor). Al final lo que se administra y reparte es banalidad: en el mercado, la cátedra, los medios, los foros, los congresos. Será natural que ese sistema distractivo, no se las vea con lo inasimilable. La excepcionalidad será receptada como dato circense, carnavalizante (‘un carnaval no es una revolución’, Howard Barker), como factor diversionista, ponderable en tanto tal y no como agente de cambio. La excepcionalidad es un factor metabolizado como ingrediente de diversión.
Todo dato de autonomía es filtrado y pasteurizado en los cercos de legitimación. El artista empieza a correr magnetizado por ella, perdiendo de vista las finalidades en sí mismas, contenidas en la autonomía. Esto es un estado transitivo. Cuántos actores del circuito underground se pasan luego a la TV o al circuito comercial, negociando el brillo de su diferencia como valor de cambio, como tasación que abre la puerta al sistema, pero lo reduce a cero a ojos del sentido que tenía en el otro campo. Los prestigios de la diferencia tienen el poder de destabicar los pasadizos por donde circula, en una igualación promovida por su valor de uso, de consumo. El prestigio anónimo es inversamente proporcional a la fama del sistema en el sistema de figuras. La intercambiabilidad ética de los territorios culturales, puede darse por la acción de los agentes normalizantes (otra vez: críticos, investigadores, institutos, academias, medios, universidades, programadores, funcionarios, espectadores).