Críticas de espectáculos

El caso Dantón (Sprawa Dantona)/ Stanislawa Przybyszewska

 

Revolucionarios en la villa-miseria

 

Hija ilegítima de un afamado y disoluto escritor modernista polaco y de la pintora impresionista Aniela Pajak, Stanislawa Przybyszewska (1901-1935) llevó, a partir de la muerte de su madre cuando ella tenía doce años, una vida miserable que compartió entre su pasión por el personaje de Robespierre y su adicción a la morfina. A su temprana desaparición a los treinta y cuatro años de edad, dejó escritas dos obras de teatro sobre la Revolución Francesa: una de ellas inacabada, Termidor, y otra, El caso Dantón, que finalizó en 1929. Considerablemente adaptada para manifestar su apoyo al sindicato Solidaridad (y por tanto, al personaje de Dantón, que protagonizaba Gérard Depardieu), Andrzej Wajda la tomó como base para escribir el guión de su película Dantón de 1983. Y es el texto que, bajo la dirección de ese «enfant terrible» del teatro polaco que es Jan Klata, nos ha traído hasta las Naves del Español en el Matadero el proyecto «South/East Partnership» de Katarzyna Kacprzak y Katarzyna Osinska, una iniciativa que incita a artistas e intelectuales de tres países que cambiaron de régimen político en la segunda mitad del pasado siglo – España, Rusia y Polonia – a reflexionar sobre la siguiente pregunta: «¿Qué es lo que queríamos cuando acabamos con la dictadura? ¿Lo conseguimos de verdad?». Una encomiable pretensión que, aunque difícilmente nos dará una respuesta convincente, sí nos servirá al menos para que podamos disfrutar de una buena muestra del cine y del teatro de estos tres países.

De ahí que el proyecto «South/East» se haya decidido a traer a Madrid El caso Dantón, una de las obras de teatro que mayor éxito han alcanzado tanto en Polonia como fuera de ella gracias, por una parte, al valor del texto de Przybyszewska, y por otra, a su prodigiosa puesta en escena y a su no menos portentosa interpretación actoral. Como ya se ha indicado más arriba, el responsable de tanta maravilla es el joven autor y director polaco Jan Klata, nacido en Varsovia en 1973, formado en la Academia de Teatro de su ciudad natal y en la Escuela Estatal de Teatro de Cracovia, ayudante de dirección de Jerzy Grzegorzewski, Jerzy Jarocki y Krystian Lupa a mediados de los noventa y director de una primera producción, El inspector, que arrasó en su país en 2003. Provocando ya desde sus comienzos, Klata traslada la acción de la obra de Gogol desde la Rusia provinciana del siglo XIX a la Polonia comunista de los años setenta, con toda la carga de corrupción, clientelismo y miseria moral que caracterizaron aquellos tiempos, aunque sin olvidarse de los nuestros al aludir a políticos polacos del momento como Lech Walesa o Andrzej Lepper, o incluyendo en el elenco como extras a trabajadores en el paro de Walbrzych, la ciudad en donde se estrenó su montaje y en la que se estaban cerrando todas las minas de carbón. Tras esta irrupción tan fulgurante en el ambiente teatral polaco, el director pone en escena, un mes más tarde, una obra propia, La sonrisa de Komelo (Usmiech grejpruta), en el Teatr Polski de Wroclaw. La pieza es una sátira despiadada del mundo de los medios audiovisuales centrada en un grupo de enviados especiales de la televisión que se reúnen en Roma a la espera de la muerte del papa (que, recordémoslo, era polaco por aquellos días). Nuevo escándalo. En 2004, prosigue sus puestas en escena con Los sótanos del Vaticano de André Gide y H de Hamlet, una versión muy personal de la tragedia shakespeariana que se representó en los abandonados astilleros de la ciudad de Gdansk, cuna de Solidaridad. Entre sus montajes posteriores – que incluyen obras de Witkacy, Witkiewicz o Slowacky entre los autores polacos y Anthony Burguess, Philip K. Dick o Mark Ravenhill, entre los extranjeros – destaca Transfer! (2006) en la que, mientras tres actores profesionales, encaramados en lo alto de una tribuna, encarnan a Stalin, Roosevelt y Churchill redibujando las fronteras centroeuropeas en la conferencia de Yalta, supervivientes reales de las gigantescas migraciones provocadas por aquellos pactos se pasean por el escenario rememorando sus sufrimientos. Dada su más que provecta edad, algunos de estos testigos van falleciendo mientras gira la obra por los escenarios europeos y son sustituidos por actores que llevan en el pecho un cartelón en el que dice: «Actor»… En cuanto a la obra que nos ocupa, El caso Dantón, se estrenó el 29 de marzo de 2008 en las dependencias del Teatr Polski situadas en la antigua estación de ferrocarril Swiebodzki de Wroclaw y lleva recibidos más de veinticinco premios tanto en Polonia como en el resto de Europa.

Hay que atravesar todo un poblado chabolista para acceder a nuestra localidad en el Matadero. Casamatas hechas con cartones, cocheras de fortuna clausuradas con portones metálicos, unos cuantos bancos derrengados y un suelo de arena polvorienta ocupan proscenio y escenario por completo mientras que, al fondo, se adivinan las torres y las luces de una gran ciudad. Si no fuera por una primera aparición de Marianne, encarnación de la Primera República francesa, con gorro frigio y un amplio traje rojo, chocaría ver personarse en este ambiente miserable a dos actores elegantemente vestidos con peluca y casaca de finales del siglo XVIII, y aún más, que uno de ellos lleve un moderno collarín ortopédico en el cuello y el otro, armado de una cámara digital, comience a tirar fotos de un tercero que está en una bañera como muerto. Entran luego, ataviados de la misma manera, unos cuantos personajes que parece que estuvieran conspirando, aunque no se sabe contra quién. Allá al final del todo hay unos sobretítulos de letra pequeña y mal iluminada que se distingue con dificultad y que, aunque se leyeran, no se pueden seguir en cuanto el texto pasa a toda pastilla para que no le desborde la acción. No tiene demasiada importancia porque, a decir verdad, la educación selecta del público que acude al Matadero y el recuerdo de La muerte de Dantón de Georg Büchner van supliendo con creces las citadas carencias de la traducción simultánea. Seguro que el de la bañera era Marat, los conspiradores, jacobinos azuzados por Robespierre, y ese ufano y corpulento gran burgués que ahora sale en camisa de un mezquino chamizo a la derecha y empieza a depilarse las piernas con una «gillette» antes de meter mano a una garrida moza, no puede ser otro que Dantón. Pero cuando recobramos el aliento, creídos como estamos plenamente de estar asimilando poco a poco las discrepancias plásticas causadas por la diacronía entre el siglo ilustrado y el mundo postmoderno, aparece un tercer elemento de discordia. Y es que el fondo sonoro, que hasta entonces se había ido encauzando dócilmente al compás melodioso de Chopin, salta hecho pedazos por los aires cuando es Tracy Chapman quien lo «okupa» con su canción Talkin bout a revolution, una primera muestra de las músicas «pop» que van a amenizarnos la función.

Y es en ese momento en el que canta Tracy cuando lo que podría haberse convertido en un desmadre colosal, se estructura de pronto y cobra al fin sentido. Porque Klata nos muestra a esos dos grupos, girondinos y jacobinos, que se enfrentan a muerte en la Francia del 93, como si de dos pandillas rivales se tratara que acabaran de salir de un West Side Story puesto al día. Los socios de Dantón, en su afán por hacerse pasar por esos mismos aristócratas a los que enviaron al cadalso, visten rutilantes casacas, camisas de chorreras y elegantes pelucas que les caen como un tiro. Bien podrían asimilarse a la tribu de los «mod» de los sesenta. En cambio, con sus levitas raídas y la melena al viento, los componentes del bando jacobino más parecen los miembros de un grupo de «rock» duro. Han cambiado las guitarras por las sierras mecánicas, con lo que sus conciertos son, evidentemente, más letales, pero les mueve la misma rebeldía, el mismo deseo de cambiar el mundo, de hacerlo más justo y menos desigual. Aunque la guillotina tenga que funcionar las veinticuatro horas del día para ello. A Klata le da igual. No está ni por el pragmático Dantón, como lo estaba Wajda, ni por el «incorruptible» Robespierre, la figura romántica que encandilaba a Przybyszewska. Como la juventud de su país, como la nuestra hace ya algunos años, las ha visto de todos los colores. Sabe lo que es pasar de un régimen totalitario a otro donde la libertad consiste sólo en consumir. De no haber perdido la cabeza, Dantón hoy viviría en un apartamento rutilante de la ciudad del fondo de la escena. Y Robespierre igual, convertido en un ídolo «pop». Y la chavalería de la villa-miseria polvorienta piratearía sus canciones, sus cantos de sirena, para escucharlas, metiéndose una raya, en su recién sustraído «i-pod».

La realización de Klata es fascinante. Todos los motivos se entreveran para formar un inmenso caudal que arrastra irremisiblemente al espectador. Su montaje funciona musicalmente, como una sinfonía que transporta al oyente, casi sin darse cuenta, al compás que viene justo después. Así ocurre en esa extraordinaria escena en que, parapetados todos tras cajas de cartón, Robespierre intenta sobornar a Desmoulins que está acompañado por su esposa. En realidad, más que por la mujer, Maximilien se siente fascinado por el afeminado Camille e intenta salvarle la vida. El juego escénico que se desprende de ese «ménage à trois», con las cabezas de los personajes apareciendo y desapareciendo dentro de cada una de las cajas hasta quedar juntos en una sola, da la medida de un director de fuste. Claro que, sin el equipo actoral del que dispone, toda esta magia sería una entelequia. No es que Robespierre (Marcin Czarnik) o Dantón (Wieslaw Cichy) estén soberbios sino que todo el elenco se mueve al mismo nivel. Fabuloso.

 

David Ladra

 

Título: El caso Dantón (Sprawa Dantona) – Autor: Stanislawa Przybyszewska – Adaptación del texto y dramaturgia: Sebastian Majewski – Intérpretes: Kinga Preis (Eleonore/Marianna); Anna Ilczuk (Louise Danton); Katarzyna Straczek (Lucile Desmoulins); Marcin Czarnik (Robespierre); Wieslaw Cichy (Dantón); Tomasz Lulek (Saint-Just); Bartosz Porczyk (Desmoulins); Andrzej Wilk (Delacroix); Marian Czerski (Westermann); Edwin Petrykat (Philippeaux); Zdzislaw Kuzniar (Fouquier); Miroslaw Haniszewski (Billaud); Rafal Kronenberg (Legendre); Michal Opalinski (Fouché); Michal Mrozejk (Agente inglés) – Escenografía: Mirek Kaczmarek – Movimiento escénico: Macko Prusak – Diseño de luces: Justyna Lagowska – Dirección, adaptación del texto, samples y scratches mentales: Jan Klata – Matadero, Naves del Español –28 y 29 de octubre.


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