Incendiaria en combustión

Indigestión y desgracia

«No hay documento de cultura que no sea, al tiempo, de barbarie». La frase es de Walter Benjamin. Cultura es una de esas palabras que gozan de gran prestigio en nuestro vocabulario cotidiano. Pero en realidad, ¿qué significa? Cultura es una de esas palabras que colman la boca vacía y ensanchan cualquier pecho inhóspito, al igual que lo hacen en ocasiones las palabras justicia, democracia, alternativa, compromiso o paridad. Pero, en realidad, ¿qué dicen esas palabras? O mejor, ¿qué queremos decir con ellas? Y lo más importante: ¿cómo se comporta nuestro cuerpo al pronunciarlas: hacen que se nos llene la boca, se nos infle el pecho o que la desolación aparezca entreverada de impotencia y rabia?

«Hay muchas formas de cultura. La más alta es la del trabajo». La frase es de Josep Pla. Cultura conlleva consigo un patrimonio inmaterial que tiende puentes invisibles entre comunidades; supone creación y reinvención; supone una forma de conocimiento, de interpretación y relectura histórica; supone un bien inmaterial necesario al que siempre se le acaba por exigir una rentabilidad económica. Ejemplo de este desequilibrio entre lo material y lo inmaterial, entre lo concreto y lo abstracto, lo tuvimos a principios de mes con la protesta que diferentes colectivos del sector de las artes escénicas llevó a cabo en la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela durante la presentación del I I Foro Internacional de Espacios para la Cultura. Así, mientras en el interior del edificio diseñado por el arquitecto Peter Eisenman los anfitriones políticos hablaban de la importancia y del valor intangible de la cultura, en el exterior, quienes trabajan con ella protestaban por el abandono del sector, el atraso en los pagos y el desmantelamiento cultural.

Espacios para la cultura. Pero, ¿qué cultura? ¿La cultura de quién? ¿Y qué espacios? Porque existen los espacios materiales y los inmateriales, están los espacios que se enmarcan en cuatro paredes y los espacios que enmarcan hechos. Y pensando en la idea del edificio como fachada de la cultura -al tiempo que escuchaba el relato de Natalio Grueso vía streaming sobre la obra del arquitecto Oscar Niemeyer- apareció una pregunta: ¿de dónde surge la necesidad de proyectar espacios tan enormes para el encuentro si se desatiende el encuentro y el contacto más directo, si se falta a la palabra, si se incumple con la gestión, si se desampara a quien trabaja? ¿Para qué entonces estas fachadas mastodónticas con todas sus plazas? Y la respuesta apareció a modo de pregunta en un espacio denominado Baleiro (que en gallego significa «vacío»), en un espacio vacío, en un colectivo que propició el encuentro dentro de su II Encontro Off.

«¿Qué queremos decir cuando hablamos de cultura?» fue la pregunta y es el título de un artículo de Gustavo Bueno en el que el filósofo expone su teoría de cómo la cultura vino a sustituir a la gracia o de cómo la gracia se convirtió en cultura. Y así sacamos en conclusión que las grandes construcciones de la cultura vienen a sustituir las grandes edificaciones de la gracia. De este modo, a mayor construcción -ya sea catedralicia, museística o de caja escénica-, mayor gracia y mayor cultura. La cultura de la construcción y la fachada. Una clara evolución hacia la desgracia.

En el artítuclo de Bueno, el Reino de la Gracia y el Reino de la Cultura se suceden para colocarse por encima del Reino de la Naturaleza. De esta forma, al igual que la gracia, «la cultura remedia el estado meramente natural al que estaría condenado el ser humano como primate» y «eleva su condición de ser espiritual y libre». De este modo, podemos pensar en cómo los días de práctica cultural –ir al teatro, un museo o un concierto- han llegado a ocupar el lugar del domingo o los días del señor. Y con esta asociación comprendo la tragedia de los cómicos y las cómicas: quienes eran enterrados en un lugar apartado del camposanto, junto con suicidas y no bautizados, ahora se quedan a las puertas de la cultura -sea de Ciudad o de Consellería-, relegados y abandonados a su capacidad para la resistencia y reforzados por su estable condición de inestabilidad en un marco político que no aparenta ningún proyecto de gestión y que indigesta.

Y rumiando indigestión y desgracia suena «Alabama Song» de «El Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny». Y con la música llega la idea de la cultura como forma de conocimiento y de despertar, ya sea a la intemperie o bajo techo.


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