Críticas de espectáculos

El Proceso/Entre nosotros todo va bien/Una mirada al mundo

Entre la artificiosidad y el realismo mágico

El ciclo «Una Mirada al Mundo», que con tanto cuidado y rigor artístico ha programado esta temporada el CDN en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, se ha cerrado con dos montajes, El proceso de Kafka y Entre nosotros todo va bien de Dorota Maslowska. El primero, puro espectáculo, es un exponente del teatro que entra por los ojos y sale por las orejas (sin dejar nada en medio) y el segundo muestra cómo, al contrario, cuando se hincan bien los pies en el terreno, la escena se convierte en un espacio de memoria, conocimiento y reflexión.

En efecto, El proceso que nos trajo la Müncher Kammerspiele bajo la dirección de Andreas Kriegenburg no pasaba de ser un número circense en el que los actores se jugaban el tipo colgándose de una enorme rueda que, tomando toda clase de inclinaciones, incluyendo la vertical, giraba, como la del tormento, en la parte de atrás del escenario (de hecho, dos de los actores anunciados tuvieron que ser sustituidos por el propio director y un suplente por estar «en recuperación» en una clínica). Y todo ello prácticamente para nada pues, tras dar tantas vueltas, tan sólo se trataba de una simple lectura del texto del escritor de Praga (como lo habría podido ser de La Odisea) ilustrada, eso sí, por toda una gama de recursos gestuales extraídos del cine mudo que hacían del actor un simple monigote manipulado por el director. Todo muy en la onda de un creador que, venido de la antigua RDA y tras montar un Woyceck que tuvo cierto éxito en 1991, se formó en la Volksbühne con Frank Castorf apuntándose, aunque con menos genio, al estilo «deconstructivista» de éste. Y es que, cuando el formalismo se conjunta con la falta de ideas, el nuevo teatro puede llegar a ser tan trivial y aburrido como el antiguo.

No son ideas las que faltan, en cambio, en Entre nosotros todo va bien de la jovencísima autora polaca Dorota Maslowska (1983) que, dentro del Programa Cultural de la Presidencia Polaca en la UE 2011, han producido el TR Warszawa y la Schaubühne am Lehniner Platz berlinesa con la dirección de Grzegorz Jarzyna. Ya en el XV Ciclo Autor que, sobre teatro polaco contemporáneo, organizaron este año en el Teatro Pradillo su creador, Vicente León, y el Instituto Polaco de Cultura, el prestigioso crítico Roman Pawlowski incluyó esta obra, junto con Nuestra clase de Tadeusz Slobodzianek, Trasfer! de Jan Klata y ¡Que viva la guerra! de Pavel Demirski, entre otras, en el copioso apartado de piezas dedicadas a la memoria histórica que se están montando últimamente en Polonia. Al contrario de lo ocurrido en nuestro país, en el que el tema sigue siendo tabú sobre la escena (señal de que la herida sigue abierta) y las obras dedicadas a él se cuentan con los dedos de una mano, y a pesar de que los sucesivos gobiernos de la transición polaca han fomentado, como no podía ser de otra manera, un anticomunismo visceral (existe incluso un Instituto de la Memoria Nacional que puede perseguir a un ciudadano por haber colaborado con el antiguo régimen) las gentes del teatro polaco se han enfrentado, con pocas excepciones, al problema con una mente abierta, haciendo objeto de su crítica tanto al totalitarismo y la burocracia del «socialismo real» como a los cantos de sirena de la propaganda capitalista que hoy invade el país.

En esta pieza, vemos tres generaciones de mujeres – abuela, hija y nieta – que viven en un ínfimo apartamento de los tiempos del socialismo. La abuela pertenece a la realidad de antes de la Segunda Guerra Mundial, incluso se expresa de otra manera, con otro lenguaje, más literario, más elaborado; la madre, con algo más de cincuenta años, conjuga sin ningún esfuerzo la mentalidad de la Polonia comunista con la del capitalismo actual (su principal ocupación es hojear los folletos de publicidad de los supermercados); la hija es una quinceañera a la que no le interesa nada del pasado, pertenece a la generación de Internet y todos sus pensamientos vienen de la Red. La pieza habla sobre todo de la falta de comunicación, de relación emocional, entre estas tres generaciones. Y es que la sociedad polaca – como nos indicaba Pawlowski en aquel ciclo – vive hoy en día bastante dividida tanto económica como social y políticamente. Y en lo que se refiere al pasado, cada uno tiene su propia opinión sobre el mismo y lo juzga de manera distinta. Es el pasado lo que divide mayoritariamente a la sociedad polaca, como no deja de hacerlo con esta familia. Puede que la única comunicación que se va abriendo paso a lo largo del desarrollo de la obra sea esa corriente de entendimiento que, gracias al rechazo que ambas sienten frente a la sociedad actual, se establece entre la abuela y la nieta. En la extraordinaria última escena de la pieza, las dos vuelven juntas al pasado y se encuentran en un edificio desde el que se oyen las explosiones de un bombardeo durante el Alzamiento de Varsovia de 1944 en el que murieron más de 250.000 personas. La nieta piensa que se trata de una competición de modelos de aviones y la ciudad destruida que se presenta ante ella le parece una imagen hecha por ordenador. Pero es una imagen tan real como el cadáver de su abuela, que yace destrozado junto a ella, y el hambre y la necesidad que le hacen aullar pidiendo pan.

Pero este trágico final es sólo otra de las muchas circunvoluciones estilísticas por las que transcurre una obra que, por lo general, está centrada en esa sorna irónica y sarcástica, cuando no un tanto cínica, que caracteriza la visión crítica de algunos de los mejores dramaturgos centroeuropeos del pasado siglo, un Hasek, un Schnitzler, un Capek, un Gombrowicz, un Mrozeck, por ejemplo. Una mordacidad que se pone aquí de manifiesto, sin ir más lejos, en las descarnadas parodias del «beautiful people» que entrevista la televisión – tal vez, por su dilatada extensión, la parte más floja de la pieza – o en esa portentosa perorata con la que, a través del transistor de la madre, nos alecciona Radio María: «Hace tiempo, todo el mundo era polaco; suecos, españoles, Dios, todo era polaco. Era otro país, Polonia, y los otros países, todos eran polacos. Pero ahora ya todo ha cambiado: América, Asia, Australia han pintado la bandera polaca de otros colores y han cambiado incluso las palabras de nuestro idioma a otros idiomas que no se entienden para que no nos enteremos y nos sintamos como los peores. Nos han quitado Francia, Italia, Brasil y Alemania también. Nos han separado también de Rusia y nos han obligado a hablar con un idioma, con una jerga que no se entiende. Nos dejaron sólo un espacio de esta tierra querida en la que crecía el trigo hasta que los alemanes entraron en Varsovia y ya Polonia dejó de ser polaca». A lo que la nieta, muy seria y de pie en el proscenio, responde: «Polonia es un país tonto, pobre y feo. La arquitectura fea, el tiempo frío, hasta los animales se han escapado. La televisión es horrible, los programas no tienen gracia, el presidente parece una patata, el primer ministro, una calabaza. América es América, Francia es Francia, hasta Chequia es Chequia, sólo Polonia es «Polonia». En Francia, tienen las «baguettes», en Alemania, el «appelstrüdel». En Francia todo el mundo habla francés, en Inglaterra, inglés y en Polonia, «sólo» polaco. Yo he decidido hace tiempo que no soy polaca». Una bien verosímil, rotunda y desgarradora manera de poner en labios de una adolescente algo tan evidente como que, a pesar de lo que dice el título, «entre nosotros nada está bien».

Resulta curioso constatar las afinidades entre esta Polonia y nuestro país en momentos semejantes de su historia. Cierto que, en el 78, cuando se abrieron las puertas de la cárcel franquista, el futuro que aguardaba a nuestros jóvenes no dejaba de ser prometedor, con la Europa del Mercado Común al alcance de la mano y el reto de crear una sociedad del bienestar. También Polonia recuperó su libertad once años más tarde, también entró en Europa, pero ya no en aquella, rutilante, de la prosperidad económica, los adelantos técnicos, la investigación y la cultura, sino en la que ya estaba corroyendo la carcoma de la doctrina neoliberal. Tal vez sea por ello, porque recordamos nuestra entrada y empezamos a intuir nuestra salida, por lo que nos afectan las palabras de la nieta. Países periféricos, sistemáticamente relegados por la Europa luterana al seno acogedor de la Iglesia católica, tanto le duele a ella su Polonia actual como a nosotros nos dolió la España pasada y nos puede doler la por venir. Durante el coloquio con Grzegorz Jarzyna y sus actores que siguió a la función del Valle-Inclán, se pudo comprobar, por otra parte, que, al menos desde su punto de vista, la obra refleja a la perfección las actitudes y el modo de pensar de la generación de la autora. Para ella, pasado, presente y futuro se confunden, son sólo un conglomerado de tiempo del que la única lección que se puede extraer es que lo decisivo es mantener el instinto de supervivencia. Ahí están esos jóvenes, polacos y españoles, vagando por las calles repletas de productos de marca inalcanzables y a la espera: de terminar unos estudios, de encontrar un trabajo, de poder vivir con la novia… Nadie les va a ayudar, ni sus mayores, atenazados por la infausta memoria, ni el sistema, que sólo piensa en cómo les puede convertir en mercancía. De modo que ahí siguen paseando, a la intemperie. Y eso es lo que Dorota Maslowska ha sabido reflejar magistralmente en su obra.

La puesta en escena de Grzegorz Jarcyna, apoyada por la excelente interpretación de sus actores, entre los que figura, en el papel de la abuela, la mítica actriz Danuta Szaflarska que cuenta noventa y seis años de edad, expone la complejidad de la pieza de una forma limpia, clara, convincente. Con Monika Strzepka (¡Que viva la guerra!) y Jan Klata (Transfer!, El caso Dantón), Jarcyna completa la divina trinidad de los jóvenes directores de escena polacos. Habrá que agradecer a la contraprogramación en la que andan metidos el CDN y el Teatro Español en los últimos tiempos el haber tenido la oportunidad de ver juntas dos obras de Klata y de Jarzyna en unos pocos días. Un atracón de teatro polaco que nos ha venido otra vez a demostrar, si es que hiciera falta, a qué grado de perfección, calidad y compromiso con el mundo real puede llegar el arte dramático cuando, como ocurre en Polonia, su estructura es de carácter público y está sostenida por una audiencia entusiasta y conocedora.

* * *

Claro que también nosotros tenemos en Madrid un reducto permanente del teatro polaco que se ubica en Réplika Teatro, un local gestionado por el actor, profesor y director Jaroslav Bielski. Precisamente durante los viernes, sábados y domingos de estas semanas se está poniendo allí una obra de otro gran autor polaco, Los emigrados de Slawomir Mrozek. Merece la pena pasarse por la calle Justo Dorado para admirar el gran trabajo actoral que, dirigidos por Socorro Anadón y el propio Bielski, realiza éste junto con el relevante actor de origen belga Frank Feys.

David Ladra

 

Título: El Proceso – Autor: Franz Kafka – Intérpretes: Walter Hess, Sylvana Krappatsch, Lena Lauzemis, Oliver Mallison, Stefan Merki, Annette Paulmann, Katharina Schubert, Edmund Telgenkämpe – Escenografía: Andreas Kriegenburg – Vestuario: Andrea Schraad – Iluminación: Björn Gerum – Dramaturgia: Matthias Günter – Dirección: Andreas Kriegenburg – Producción: Müncher Kammerspiele – Teatro Valle-Inclán – Del 14 al 16 de octubre

Título: Entre nosotros todo va bien – Autor: Dorota Maslowska – Intérpretes: Roma Gasiorowska, María Maj, Magdalena Kuta, Agnieszka Podsiadlik, Aleksandra Poplawska, Danuta Szaflarska, Katarzyna Warnke, Rafa Mackowiak, Adam Woronowicz, Lech Lotocki – Escenografía: Magdalena Maciejewska – Vestuario: Magdalena Musial – Iluminación: Jacqueline Sobiszewski – Arreglos musicales: Piotr Domilnski, Grzegorz Jarcyna – Vídeo: Cokierek, Pani K – Dirección: Grzegorz Jarcyna – Coproducción: TR Warszawa y Schaubühne am Lehniner Platz – Teatro Valle-Inclán – Del 4 al 6 de noviembre


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