Diario de escena (VI): Sobre duendes y pre-estrenos
Imagino que conocen aquel cuento de los hermanos Grimm sobre un zapatero al borde de la ruina que una mañana se encuentra en su taller unos preciosos zapatos confeccionados con el escaso cuero que le quedaba. A partir de entonces su negocio remonta, pues cada noche, mientras duerme, alguien confecciona unos zapatos maravillosos que después puede vender. Sólo cuando ya ha ganado lo suficiente como para considerarse rico, descubre que son unos duendes quienes durante la noche hacen el trabajo que él no termina.
En un espectáculo plagado de tanta gente trabajando en tareas tan diversas, se necesitan una suerte de duendes que vayan dando salida a la infinidad de detalles que nos vamos encontrando. Cortar unas telas, conseguir una cinta especial para marcar el suelo, pintar tal objeto porque el color inicial ya no funciona, comprar unos cartones para proteger la escenografía… Por fortuna, aunque el equipo actoral se ha curtido realizando múltiples tareas de orfebrería además de las artísticas, esta vez contamos con equipo de duendes que avanzan sigilosamente el trabajo de producción, mientras el resto del equipo puede seguir perfilando la puesta en escena. Estos duendes que hacen que todos los ensayos sean fluidos tienen nombre y apellido: Iñaki Ziarrusta, director técnico, Estibaliz Alonso, producción a pie de obra, y Joseba Uribarri, que además de actor mantiene su mitad duende a pleno rendimiento. Su trabajo comenzó hace ya mucho tiempo, pero a medida que se acerca el estreno su labor es más esencial, pues los cambios que se introducen ahora necesitan de acciones rápidas y resolutivas. Como los duendes de los hermanos Grimm, ellos muchas veces trabajan mientras los demás descansan.
En medio de esta vorágine final, cuando después de un largo proceso nos encontramos ya en la parte estrecha del embudo, el sábado hicimos un pre-estreno del espectáculo con unos cuarenta espectadores. Desde que se creó Kabia, realizar pre-estrenos es una práctica habitual. Por un lado, permite a los actores empezar a modelar su trabajo con los espectadores, conocer sus reacciones, percibir los ajustes de acción que se necesitan para que la comunicación sea eficaz. Y por otro lado, es una oportunidad para establecer un diálogo abierto con los espectadores y percibir de forma más cruda y detallada cómo se acoge el lenguaje escénico que se va creando colectivamente. En el intercambio aparece un caleidoscopio de impresiones que produce lo que uno hace. Asoman trasparencias y opacidades, frescuras y densidades, lo que seduce y lo que distancia… Y también, por encima de debates que a veces se pierden en la subjetividad, en un pre-estreno se revelan claros puntos de evolución.
Los últimos días los hemos dedicado precisamente a cambiar y modelar ciertos aspectos de la puesta en escena que por una u otra razón ya no soplaban a favor. En esta fase de depuración final hay mutilaciones dolorosas. Acciones, objetos, frases, vestuarios, incluso personajes que se quedan fuera, a pesar de haber sido elaborados con profundo mimo. No se trata sólo de contentar el gusto de algunos espectadores, sino de ser fiel al proceso, buscar sin miramientos la evolución permanente del proyecto que tenemos entre manos. Trabajar con disciplina y rigor hasta el último instante. Llevar a nuestro límite la propuesta ética y estética, con los aciertos y errores que albergue. Esa es nuestra secreta aspiración. El resto, como le oí decir a alguien recientemente, ya no nos pertenece.