A brazadas
La gente de teatro se abraza. Lo hacemos constantemente. Forma parte del rito. A la entrada y salida del teatro. No nos damos la mano. No nos besamos en las mejillas. Nos abrazamos. Que con el tiempo y la repetición se haya perdido la intención y solo queden las formas huecas… quizás en otro lado, pero no en este mundo donde se trata precisamente de eso, de hacer de la repetición una re-vivificación, de mantener la llama viva a cualquier precio.
Abrazar tiene su técnica. A abrazar se aprende. Quizás algunos nazcan sabiendo, pero no es lo habitual. De hecho, el abrazo se compone, al menos, de dos partes que están directamente vinculadas a los actos de dar y recibir. Porque no solo se aprende a abrazar, sino a ser abrazado. Escuchar el abrazo también tiene su miga, no se crean.
Sostener o ser sostenido. He aquí la cuestión. Adoptar el rol pasivo puede parecer más fácil en un primer momento. Pero eso solo se debe al tipo de valores que imperan en esta sociedad, donde hay que ser incisivo y tirar hacia delante a cualquier precio, donde no puedes permitirte perder un metro, tampoco de terreno conquistado. Escuchar y recibir no son capacidades que abunden en las personas que poblamos esta parte del mundo, porque para ello hay que quitarse la armadura y dejar que aquello que la persona te da, te transforme. Ablandar el cuerpo para permitir que éste se modifique a raíz de lo que recibe.
¿Y eso como se logra? Pues respirando Respirando el abrazo. En el acto de inspirar y espirar reside el secreto de la vida. Si no corre el aire, estamos muertos. Y el abrazo también lo estará. Sólo será forma rígida. Nada sucederá. No habrá intercambio alguno. Ablándense señoras y señores. Respiren. Dejen que la savia recorra la forma que dibujan los dos cuerpos. Déjense abrazar. También cuando acudan al teatro. Confíen y abandónense a los brazos que les tienden desde el escenario. Déjense querer.
Dice Eugenio Barba en una de las últimas entrevistas concedidas a raíz del estreno de su «Vida Crónica» que la vida no es solo trágica o alegre, sino que es también el gran abrazo de una pareja apasionada, donde, a veces, ni siquiera sabes de quién es este brazo o aquel pie. Pienso que la imagen de los amantes de Valardo ilustra perfectamente las palabras de este director. Vida y muerte conjugadas en un abrazo de 5000 años.
Aunque sea durante unos segundos, la gente se abraza en Navidad más que en cualquier otra época del año. Aprovechemos estos días para perfeccionar la técnica de ese gran acto comunicativo sin palabras.
Un abrazo.