Las voces del dolor
El acto de leer está cada vez más vulnerado por la necesidad de brevedad, la cual se deriva a su vez de la necesidad de captar el apurado paso de la información, y del razonable temor que se apodera de quien lee, por considerar que el tiempo no será suficiente para hacerlo.
El acto de leer también está siendo vulnerado por el deseo permanente que se ha apoderado del lector, de hallar diversión en todo cuanto aparece frente a sus ojos en forma de texto.
El acto de leer igualmente entra en un período de desestimulo, cuando quien intenta convertirse en lector se halla frente a un texto que le exija hacer relecturas, para entender lo que está escrito, o le impone cargas morales que dejan en entredicho su convicción de que el destino del hombre es la indiferencia.
La lectura es un acto cada vez más débil, debido a los estímulos ajenos a la materia de lo que se lee, que se atraviesan entre el lector y el texto, y que roban su atención restándole profundidad al acto de leer, por lo que leer es cada vez menos un ejercicio relacionado con la adquisición de conocimiento, y más con el entretenimiento.
Por estas y otras razones, que resultaría extenso enumerar, es cada vez más difícil introducir en el mercado los libros documentales, si no están hechos de manera que, mediante el sacrifico del contenido adquieran un aspecto anecdótico, para estimular el rumor, que es una forma a través de la cual se imparten múltiples «cocimientos» y creencias.
Este es el caso de un patético libro, titulado, LAS VOCES DEL DOLOR, LA VALENTÍA Y LA ESPERANZA, fruto de una travesía que su autor, el narrador oral mexicano Cuauhtémoc Rivera Godinez construyó durante la que en su momento se denominó la caravana del consuelo, presidida por el poeta Sicilia, en México, y que salió con destino a la frontera con los Estados Unidos, que es el lugar en donde las dolencias del país azteca se agravan, con dos objetivos, según dijeron sus mentores, planificadores y ejecutores, los cuales eran mostrar ante el mundo el estado de postración moral al que la violencia ha sometido al país, y conjurar con poemas los malos recuerdos que ha ya dejado ésta.
Rivera Godinez, pensando en lo riesgoso que resulta para la memoria y para la historia dejarle la responsabilidad del recuerdo solo a la poesía, decidió convertirse en el silencioso cronista de la caravana y empezó a recolectar historias, acercando su grabadora a quienes les viera en el rostro el deseo inminente, por haber vencido el miedo, de desatar el nudo que llevaban en la garganta, contando su tragedia.
En las páginas de este libro, que espera impaciente la mirada de alguno de esos editores que aún siguen viendo en el libro una fuente para la generación de conocimiento y el desarrollo del pensamiento, sin que esto signifique el desconocimiento de su calidad de mercancía, están contadas, en forma patética, con lenguaje accesible a cualquier lector que no quiera complicarse la vida buscando el significado de términos, pero sobre todo con el corazón, historias, nada extrañas para una región como América Latina, que han hecho germinar, con fuerza, la lamentable idea de que la tragedia es parte inherente de su historia.
El libro LAS VOCES DEL DOLOR es un resumen de la tragedia de un país que se ha pasado buena parte de su historia persiguiendo sueños, incrementando su soledad y buscando, sin éxito, la explicación al porqué la tragedia es su pan diario.