Incendiaria en combustión

Apagón

El 2011 ya no existe. Un año más que desaparece. Otro año que se apaga. El tiempo pasa pero: ¿se acumula o se disipa? En mi historia, el 2011 se despidió con un apagón. En una de las últimas noches del año, una mujer conduce por una calle cuando la luz se deshace de pronto. Ni luz en los edificios próximos, ni luz en la calle, ni coches pasando con luz, ni luz en los faros del coche desahuciado con el que la mujer se mueve en esa vía de sentido único.

Sumergida en esa oscuridad en la que no logra distinguir las siluetas de la calle en la que reside y por la que ha transitado mil veces, la mujer espera. Espera, al tiempo que fuera oye golpes secos, gemidos, gritos, sollozos, máximas… Y la mujer abre el coche. Y todo queda en silencio. Y la mujer vuelve a cerrar la puerta. Y los sonidos vuelven a empezar. Y la mujer piensa en volver a abrir la puerta y llegar hasta el portal de su casa a tientas; piensa en permanecer en el coche hasta que regrese la luz; piensa en conducir a ciegas hasta la siguiente calle llena de farolas encendidas y luces navideñas. Hace esto último. Pero el coche no arranca.

Tras varias horas de espera e indecisiones, la mujer sale del coche y atraviesa la oscuridad hasta llegar a la luz. Al menos allí, mientras espera que amanezca, podrá repasar notas e imaginar lo que pasa en la sombra: lo obsceno de ese año que se apaga.

La mujer escribe que la palabra obsceno viene del latín. Está formada por las raíces ob (hacia) y caenum (suciedad) y se refiere a lo indecente, a lo impúdico o a lo que va contra el decoro. Pero su origen etimológico tiene una segunda versión. En esa versión se dice que obsceno viene de ob (hacia) y scenus (escena) y viene a significar algo así como «fuera de escena». La muerte, el sexo, la violencia… son algunos de esos elementos obscenos que se dejan a la imaginación del público para que la luz de la escena no rompa el encanto de la representación.

Y ahí, en plena noche, en plena calle y a plena luz se encuentra la mujer, repasando fragmentos de «Roaming monde» de Joseph Dana y «Trash» de Marie-France Collard y Jacques Delcuvellerie que son los que ejemplifican aquel tema titulado «Obscenidad, ruptura del tabú, violencia, sexualidad y muerte» y cuyo subtítulo rezaba: «Textos teatrales que ponen en juego lo obsceno». En el fragmento de Dana, la zoofilia era uno de los ejes principales. En «Trash» la religión mezclada con el sexo, el amor divino mezclado con el amor más propio y onanista. Son textos donde las palabras rompen el tabú y se hacen efectivas. También pasa en «El niño herido» de Carlos Be que pone sobre la mesa y a la luz la cuestión de los abusos sexuales en un relato que retuerce vísceras sin poder soltarlo en una estructura magistralmente trazada.

Pero la obscenidad, aquello que se oculta, es múltiple. La mujer anota: está lo obsceno de las promesas rotas de interlocutores públicos cuando de-muestran su disposición para la mentira; está lo obsceno de las negociaciones que muestran objetivos pero ocultan superobjetivos; está lo obsceno de la violencia de las fuerzas de seguridad cuando hacen visible la esencia ofensiva de su labor de defensa; está lo obsceno de los intereses de cada cambio de nomenclatura –de violencia machista a violencia en el ámbito familiar, por ejemplo- o lo obsceno de cada recorte ajustado a una económica determinada porque cada cambio puede ser un paso para seguir acumulando o para disiparse. Escribe la mujer.

Y mientras amanece, sin saber muy bien cuánto de luz y cuánto de sombra tiene cada año, la mujer se dispone a coger el coche.

La calle está completamente vacía y lentamente, se disipa.


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