El giro hermenéutico

Los micrófonos en el teatro

En declaraciones a la radio vasca EITB, la actriz Verónica Forqué, un todoterreno de la escena, el cine y la TV, decía que los micrófonos y el teatro, no tienen mucho que ver. Y eso digo yo cada vez que asisto, y, asistimos cada vez con más frecuencia, a la amplificación del sonido en las salas teatrales del país. No voy a poner ejemplos; seguro que tenemos en la cabeza la última función a la que asistimos con microfonía evidente, amplificación del sonido generado por la voz dramática de los actores en directo. Por supuesto que no hablamos del teatro musical. Creo que nuestra formación teatral ha fomentado la naturalidad en escena, en detrimento de la proyección gestual y vocal. La TV ha hecho el resto. A veces, asisto al teatro a ver una especie de teatro televisivo, salvando, claro, el hecho del espectáculo en “directo”. Y es que algunas puestas en escena, me recuerdan a algunas series televisivas, donde el espacio escénico, la interpretación, el ritmo y la iluminación o la estética, coinciden. A veces pienso también en la genial retroalimentación que supuso el realismo norteamericano en la década de los años 50 entre cine y teatro. Aquellos grandes Elia Kazan, Arthur Miller, Clifford Odets o Tenesse Williams, impregnaron de realismo y expresaron las claves de los conflictos sociales y morales de la época con la crudeza, la tensión y cercanía de los primeros planos en el cine, y los interiores claustrofóbicos en el teatro. Si analizamos el tema en la cuna del teatro griego, sabemos que las máscaras amplificaban el sonido vocal, además de servir de instrumento para expresión de la persona o personalidad. El origen etimológico de persona procede de máscara; en infinitivo “per sonare”, hacerse oír o “hacer resonar la voz”. Interesante. Desde la antigüedad observamos la necesidad de hacer resonar, de proyectar, de llegar cuanto más lejos, mejor. Obviamente, a lo largo de la historia de la cultura escénica, hemos asistido a cientos de inventos y artilugios aplicados a la mejora de las condiciones técnicas del espectáculo escénico. Algunos, generados específicamente en los teatros en aspectos de la maquinaria, arquitectura teatral o iluminación, han traspasado a otros ámbitos culturales. Por eso pienso, que la introducción de los micrófonos en los estudios cinematográficos de toda Europa y que da paso al cine sonoro –en estos días podemos disfrutar de “The artist” en el cine- fue un gran avance, lo mismo que la amplificación de la música -rock, ópera-, en grandes estadios y espacios públicos, ha conseguido llegar a millones de personas y construir una cultura más asequible.

Muchos recintos escénicos adolecen de buena acústica, son salas “sordas” o “mates”. Cuántos teatros o auditorios son magníficos ejemplos arquitectónicos pero pésimos ejemplos en resonancia y acústica. En cuántos de estos ejemplos, han tenido que optar por la microfonía de ambiente. Esto es una realidad asumida. Pero otra cosa bien distinta es asistir a espacios y teatros de excelencia, y que toda la compañía trabaje con petaca; en ocasiones, el protagonismo de la ingeniería acústica, deshumaniza el pulso de la elocuencia en la acción dramática. Desde luego, algo está sucediendo, porque es una opción cada vez más generalizada, y cada vez, menos controvertida o criticada. ¿Nos estamos acomodando, espectadores y actores? ¿Nos estamos acostumbrando a un sonido estándar unificador de los diversos lenguajes y códigos que significan el cine, el teatro y la TV? ¿Nos estamos equivocando, en aras de lo interdisciplinar, atribuyendo recursos magníficos a un arte que persigue lo invisible y lo bello desde la magia e imaginación del ser despojado del actor? ¿O acaso el micrófono es capaz de operar como la máscara, y hacernos más personas?


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