Más buenos que el pan
Un silencio asombroso, lleno de contenido. Miles de pares de ojos en la oscuridad. Un actor sobre el escenario y el aire se vuelve denso. ¿Seguro que el espectador tiene un rol tan pasivo?
Actualmente, parece que la convención teatral imperante: «Yo, espectador, llego al teatro, me siento en una silla, procuro no hacer ruido, toser lo menos posible y ver y escuchar lo que sucede mientras tú, actor, haces tu trabajo sobre las tablas» convierte al espectador en una especie de ser no activo, en un receptor estanco sin apertura de salida que pueda devolver de alguna forma aquello que está recibiendo durante el espectáculo.
Pero, en realidad, el espectador tiene una responsabilidad bien grande con el hecho teatral, porque es parte indispensable del acto que se produce. Es más, me atrevería a decir que incluso lo conforma en gran medida en base a su voluntad y actitud de escucha. Un espectador activo y atento puede convertirse en puente de aquello que recibe en el escenario y contagiar a otros espectadores su actitud. Actúan como enlace de aquello que están recibiendo. Acogen lo que se les ofrece, lo transforman dentro de sí y lo devuelven hacia fuera, «tocando con ello» al resto de espectadores y a los propios actores. Es como si desde el escenario se les lanzara una pelota y, ellos, en vez de quedársela para sí o devolverla al escenario, decidieran pasarla hacia atrás, consiguiendo que todo el mundo entre en el juego.
Pienso en la «cla», que ya no existe como tal, o, al menos, no oficialmente. Parece ser, que eran los propios actores los que invitaban a sus incondicionales a la función para que aplaudieran en un pasaje u otro de las escenas, antes de que aquello se institucionalizara hasta el punto de existir entradas de «cla» en los teatros. Aquellas entradas eran más económicas que el resto, porque el espectador se lo tenía que currar: trabajaba durante el espectáculo, animando el hecho escénico.
Y es que, cuando el patio de butacas se activa, cuando está predispuesto a establecer un diálogo de influencias, sus reacciones se convierten en un alimento más bueno que el pan que nutre a los actores que trabajan en la escena. Consiguen que estos «se crezcan» para devolver, con generosidad, aquello que están recibiendo desde el patio de butacas. En suma, hacen más grande el espectáculo porque consiguen llevar al actor más allá de sus propios límites.