Te voy a echar un cuento
Cada palabra contiene una fuerza ideológica que mueve al ser humano a actuar en función de un objetivo, que es un control social previamente establecido, y del cual no es éste, en la mayoría de los casos, consciente, razón por la cual nos parece útil, para discernir sobre cualquier materia, dar una mirada constante a la semántica y a las diferentes interpretaciones que damos a las palabras, porque a veces decimos cosas que se entienden de una manera diferente a lo que hemos querido expresar, pues no siempre las palabras consiguen decir lo que quieren decir.
¿Qué es contar un cuento?
No respondamos con lo obvio, ni mucho menos tengamos la seguridad de que nuestra respuesta habitual lleva necesariamente al estímulo que deseamos crear en nuestro auditorio, porque antes de lo que el cuento cuente, es saludable, para garantizar un buen desarrollo del relato, tener en cuenta la idea del receptor acerca de la expresión cuento, porque ésta influye en la calidad, la intensidad y la consecuencia del mensaje.
Por eso, antes de contar un cuento es importante, o mejor, necesario hacer un recorrido por los diferentes significados, domésticos todos, porque son de dominio público, que registra el diccionario acerca de esta palabra, y establecer qué otras palabras se le pueden anteponer o posponer, para romper su hechizo de expresión efímera dotada sólo de facultades hábiles para entretener o desviar el curso de un acontecimiento.
De acuerdo con el diccionario, la palabra cuento tiene una serie de acepciones que, a nuestro entender, crean un prejuicio en el oyente, que lo conducen a restarle a esta actividad su importancia en ciertas instancias, y a concederle toda ésta a su efecto distractor o de entretenimiento.
Si las diferentes explicaciones del diccionario sobre el término cuento constituyen un punto de partida para subestimar su misión, y tomarlo por eso a la ligera, ¿qué diremos del efecto que producen los ingredientes adicionados por algunos de quienes se ocupan de contar cuentos, para hacerlos más graciosos, y más livianos al pensamiento?
Cuando alguien nos dice: venga le echo un cuento, nuestra actitud, de inmediato adquiere el aspecto de quien se apresta a escuchar un chisme, o un embuste, o un enredo o un rumor que quizás comprometa a personas hacia las cuales tenemos desafectos y nos acomodamos, no para entrar en un proceso de discernimiento y reflexión, sino para relajarnos con algo cómico o irónico, o simplemente para reivindicarnos de alguna aversión oculta, porque vemos en ello la oportunidad del desquite.
No es casual, entonces, que el diccionario de la lengua española defina la palabra cuento como «relato, generalmente indiscreto de un suceso; relación, de palabra o por escrito, de un suceso falso o de pura invención; embuste, engaño, chisme o enredo que se cuenta a una persona para ponerla mal con otra: quimera, desazón o hablilla vulgar con que se hace conversación entre la gente común: noticia o relación que se cree falsa o fabulosa; asunto de que hay mucho qué decir: asunto o negocio que se dilata o embrolla de modo que nunca se le ve el fin, y contar un suceso festivo».
Contar un cuento, pues, no pasa de ser un evento de sublime entretenimiento, si cuando ejecutamos el acto, en vez de contar el cuento, lo echamos.