Ilusionismo
Existen pocos espectáculos de magia vinculados a la creación más alternativa o contemporánea, al discurso postmoderno o a la vanguardia creativa.
La magia, siendo quizás una de las artes escénicas más antiguas, es también de las que menos ha evolucionado. Al menos desde el punto de vista de su escenificación. Existen en la actualidad muchos tipos de mago y también muchos tipos de magia. Pero no sé si hemos superado los tiempos de Kellar, Houdini o Chung Ling Soo.
Las técnicas sí han avanzado, los ingenios, el más difícil todavía, como en el circo clásico. Pero los patrones, los modelos y las poses siguen esencialmente repitiéndose desde hace mucho tiempo. En escena podemos descubrir humor, misterio o incluso narrativa; formatos y facturas escénicas más o menos espectaculares: desde los grandes espectáculos de Las Vegas a la magia de cerca en un bar de copas; músicas de todo tipo que acompañan los números planteados, añadiendo misterio y tensión al desafío; magos mejor o peor vestidos, del casual al chaqué pasando por las incrustaciones de fantasía; uno o más ayudantes en función del montaje –incluso bailarines-, chicas o chicos que generalmente están de buen ver.
Tengo un par de amigos magos. A ellos les debo mi pasión por este arte. No sólo por su profesionalidad o talento en escena, sino también por haberme invitado en diferentes ocasiones a colaborar en la edificación de sus espectáculos, dándome la posibilidad de conocer de cerca la extraordinaria arquitectura de los sueños con los que nos impresionan.
Les he preguntado varias veces por la renovación de su discurso. No sólo les hablo de teatralizar o jugar con una posible dramaturgia, sino de ir un poco más allá e investigar, experimentar y romper con las reglas y convenciones con las que están acostumbrados a trabajar.
La verdad es que no tienen porqué hacerme caso, pues les va de fábula. Tienen una línea clásica y muy solvente con la que llenan teatros –en general privados-. Y está muy bien.
El circo ha hecho estos últimos años un gran paso adelante gracias a la formación, la inquietud y la voluntad de ‘contemporaneidad’ de muchos artistas –y sé que la comparación con la magia es difícil, pues el circo, como el teatro, es un arte colectivo, hecho por compañías, grupos, múltiples artistas que multiplican posibilidades escénicas- abriéndose paso en nuevos circuitos, llegando a los grandes teatros públicos no como una excepción sino como un espectáculo más.
Me pregunto qué pasaría si el ilusionismo se relacionara un poco, sólo un poco, con el vocabulario de la danza, el teatro físico o la performance; si se dieran con más frecuencia maridajes entre la capacidad narrativa de un dramaturgo inquieto, la mirada curiosa y abierta de un director de escena del siglo XXI y el oficio de un profesional de la magia en algunos espectáculos de prestidigitación.
Como siempre, el público manda. Yo seguiré esperando ese día, ese espectáculo.