Zona de mutación

Mal pagados

No es para nada extraño hacer referencia a la poca presencia en las salas de teatro de gente de la filosofía, a quienes se les conocen trabajos sobre distintas manifestaciones artísticas, pero pocas o nulas reflexiones sobre la actividad escénica. Es una aseveración relativa, desde ya, e impropio generalizarla. Tampoco debe extrañar que la respuesta a esta inquietud explique tal ausencia a partir de no darle al teatro un rango mínimo imprescindible como para sus reflexiones o estudios. Suficientes datos como para certificar el hecho incontrastable respecto a que, si bien para muchos el teatro mueve pasiones, para otros casi literalmente que no existe, ni vale la pena tomarse molestias. Tal relatividad puede compulsarse, sin embargo, para verificar que la sospecha tiene visos de verdad. Y para no caer en un absolutismo cuestionable, es bueno aclarar que cualquier información que contradiga esta sospecha, tiene más cariz de excepción que de regla. Pero es una excepción que desvirtúa las pretendidas desvalorizaciones. Por ejemplo, resulta llamativo ver que la filósofa post-colonial, una de las líderes del pensamiento subalterno, la india Gayatry Chakravorty Spivak, muy a menudo en sus conferencias y artículos, saque mención a cómo ella se inicia desde muy joven en el campo de la reflexión, motivada de manera inequívoca y decisiva por las obras de teatro vistas en esos años. En síntesis, el teatro como desencadenante del pensamiento de una significativa pensadora contemporánea. Si se lee que el consuelo denota algún compromiso emocional ante el desprecio, no está alejado de la voluntad de esta reflexión. Otro tanto vale decir de Helene Cixous, pensadora feminista que ha dado brillo a tantos trabajos memorables de la Mnouchkine y el Theatre du Soleil. O el filósofo Alain Badiou, y en Argentina, más como cultores que como comentadores, José Pablo Feinmann (aunque de manera incipiente), Rodolfo Kusch, Canal Feijóo, sin que esto implique olas, por supuesto. Es decir, se pueden hacer nombres y nombres. Pero entonces por qué en los libros de arte, no aparece el teatro como objeto de estudio de los grandes críticos (Buchloch, Bozal, Fried, Brea, J. A, Ramírez, Bourriaud, Grüner, Giunta), donde, salvo el body-art o la performance, actividades ligadas a la plástica, al arte audio-visual, no figura, para los mismos, el teatro como artífice del cuadro perceptivo, de la formalización sensible de la época, así como de su precipitado teórico. Para ello, previamente, decir que el teatro no aparece en la discusión como arte, lo que no puede disculparse mediante obviedades consabidas de la vida académica. Pese a que aún de manera marginal exista la fórmula o la costumbre contra-cultural de aludir a un ‘teatro arte’ al que, vox populi, nadie niega esa condición, se impone el desaliento (o el prejuicio) motivado por lo que se ve como una zona plagada de contaminación y superficialidad, nada más que por su adscripción al ‘mundo del espectáculo’. Mencionar a Shakespeare es otra cosa, supone mencionar un territorio al que todos han acudido. Un supra-campo, casi un no-lugar donde nada menos que un dramaturgo, concita la atención de lo más granado que se precie intelectualmente en el mundo cultural. Entonces porqué para un filósofo de hoy, ¿no es importante leer a Monti, a Eduardo Pavlovsky, o reflexionar desde las obras de Rodrigo García o Bartís? Habría que hacer aquí la salvedad, respecto a cierto carácter olímpico, según se valore que alguna obra consagrada (v.gr. ‘La Clase Muerta’, ‘Café Müller’), que trasciende en el mundillo cultural como lo ineludible, que por eso mismo plantea un esperable mentís a estas aseveraciones.

Salta a la vista que al decir ‘Arte’ resulta, en el discurso hegemónico, parecido a cuando los estadounidenses le dicen ‘América’ a su país, lo que no pocos ‘sureños’ con la guardia baja convalidan cuando se habla sin problematizar, de arte, en tales condiciones (impuestas), u optan, sin mayores cuestionamientos, por llamar ‘americanos’ de sus propios labios, a los habitantes de sólo una parte del continente aludido. Así puede verse en ciertos autores, la decepción por las pocas ínfulas renovadoras que se aprecia, por ejemplo, en la literatura actual. El escritor argentino Damián Tabarovsky puede ser un ejemplo . Aunque evita mencionar (quizá porque lo ignora o peor, porque la subestima) la enorme pulsión en ese sentido que podría encontrar tanto él como todos los escritores en la nueva dramaturgia (argentina o internacional). Entonces, cómo rumiar y luego colocar estas ‘doctas ignorancias’, construídas sobre deliberadas elusiones u olvidos, que no obstante desde sus campos, se postulan como de última mano (y tal vez lo sean), pero que en su aplicación, captan un campo trizado y se pierden de descubrir escrituras que, en sus casos, aportan esa actitud renovadora que extrañan en la literatura, tan plagada de escritores ‘correctos’ que escriben aplicadamente sobre el renglón. Esta paradoja, en sí, ya es riquísima luego de lo que ha pasado (o decimos que ha pasado) en el divorcio del teatro con su majestad la literatura. Entonces, retornando, es legítimo suponer que cuando por comodidad el ‘sureño’ se traga la píldora de la subalternidad, es justo decir que los pensadores o centros filosóficos (la vil Academia), cae en la trampa de su fijismo y poco espíritu de aventura, por el simple prejuicio en que coloca a una actividad ligada al pensamiento.


Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba