Sin coartadas
Desde una consejería de Cultura de un gobierno autónomo, tienen la deferencia de llamar directamente para anular la suscripción a la revista ARTEZ, que cuesta 44 euros al año, por doce números más sus correspondientes suplementos, y además de aducir los recortes, las circunstancias, y toda la retahíla de lugares comunes con los que se escudan para seguir con su plan de exterminio de la Cultura, suelta una perla de esta entidad: «tenemos prohibido suscribirnos a revistas culturales» (sic). Seguramente las revistas doctrinarias de la iglesia predominante o de los centros de creación de ideas reaccionarias del partido hegemónico, estarán fuera del veto.
Debemos estar contentos: al menos alguien ha tenido la deferencia de darnos una mediana excusa. Porque en otros lugares, simplemente devuelven el recibo y nadie da señales de vida. Bueno, dan señales de muerte por asfixia, que es lo que se está provocando de manera sistemática. Nadie tiene obligación de suscribirse a nada, ni hay imperativo legal que lo condicione, pero hay unas actitudes bastante desagradables, desmovilizadoras, que si antes, en la etapa de la burbuja teatral, dolían, se podía compensar de otras maneras, pero que ahora, se manifiestan de una manera contumaz como una expresión de la desubicación que tienen los centros de exhibición con la realidad. Miento, su realidad es atender a sus servidores de material de consumo, que si se mira con detenimiento, son siempre unos y no otros. Y 44 euros, no es que sea el chocolate del loro, es que es una ridiculez dentro de sus presupuestos por muy restrictivos que sean.
La desamortización cultural es un hecho. Es un plan, no una ventolera. Y en lo teatral es un auténtico cataclismo. Por lo tanto se nos acabaron las coartadas. Ya está dibujado el campo de juego, el reglamento nos lo han cambiado, y solamente nos queda que apretar los dientes y seguir trabajando con más ahínco, cada uno en su destino actual, para primero tapar la hemorragia que han provocado durante estos tres últimos años de manera obsesiva, recuperar el aliento y el pulso y buscar las formas de sobrevivir combatiendo la estulticia y sin olvidarse de que si existimos debemos anunciar algo nuevo, y no hacer seguimiento de las malas artes y pésimas prácticas de quienes, todavía, sustentan un cierto poder económico, menguante y residual, pero el único existente, el pobre pozo que puede saciar algo la pertinaz sequía.
Con el campo en barbecho aparecen las hierbas espontáneas, y veremos programaciones de cómicos contando chistes hasta aburrirnos, propuestas de parejas, hablando de asuntos de parejas, siempre en clave de comedia, montajes de supervivencia, mercantilizados. A todos apoyaremos, pero aplaudiremos con mayor efusión a quienes en estos momentos de confusión, desesperación, desorientación y aflicción, mantenga sus postulados estéticos, su búsqueda, su compromiso ético, sabiendo que en la crisis es donde se deben aplicar todas las teorías de las vanguardias, de avances. Porque aunque nos parezca una entelequia, aquellos supuestos públicos cautivos, no existían, era una propaganda para desarmar ideológicamente sus programaciones. Los públicos responden a los estímulos según sus preferencias. Y la biodiversidad es obligatoria.
Basta ya de componendas y de formalismos pretéritos. Reclamamos que, sin coartadas, abran las puertas de los teatros a los únicos que los van a usar con respeto y eficacia: los artistas. Y vendrán los públicos o no, pero con libertad, sin nadie que lo condicione por sus gustos o por sus compromisos confesables o inconfesables.