Fin de semana en Winchester II
En una de las pausas del seminario, sentados comiendo un sándwich de pepinillo y bajo un sol muy poco común en esta época del año en Inglaterra, el compañero Goro Osojnik, -director de la compañía eslovena Ana Monro y responsable del festival Ana Desetnica- lanzó la siguiente perla: ‘Pon un lavabo en un museo y tendrás arte, ponlo en la calle y tendrás basura’.
La frase no tiene pérdida. Qué ataque de risa. Casi me atraganto con el sándwich. Le dije a Goro que la iba a utilizar, que me la llevaría conmigo, como un souvenir de aquellas jornadas.
El respeto que les tengo a las artes de calle es mayúsculo. Desde mi humilde punto de vista, el artista callejero es el artillero de las artes escénicas, aquel que maneja el material más sensible e inestable. He tenido la suerte de colaborar con múltiples artistas, en diferentes ámbitos, y sin lugar a dudas el manejo del lenguaje callejero es el que más me impresiona y admiro, por complejo, por frágil, por expuesto. A la vez, no se me ocurre un paisaje más fecundo, las posibilidades del discurso artístico en el espacio público son infinitas.
Con todo, en pleno siglo XXI el continente sigue justificando el contenido. El marco o el contexto legitiman el producto artístico, y el arte continúa preso en museos, galerías, teatros u otros edificios. ‘Ponlo en la calle y tendrás basura’ es lo que todavía piensan muchos.
Es por eso que el hecho que la universidad europea se interese por este sector me parece una gran noticia. Muy buena publicidad. Aunque crea que hay otras maneras de dar reconocimiento la cultura más allá de encerrarla en la universidad u otros edificios e instituciones
Y, hablando de prisiones, la arquitectura contemporánea tampoco está conectada a la sociedad actual. Qué manía en saldar legislaturas con grandes edificios y no con políticas culturales. Teatros y museos asustan por clasistas, ¿a quién están dirigidos dichos mausoleos? Tengo la sensación que la cultura se parece cada día más a un deportivo de lujo. Sigue siendo para muy pocos. ¿Por qué lo popular tiene que estar reñido con lo artístico? ¿Por qué despreciar las posibilidades democráticas del espacio público como lienzo?
El ciudadano tiene derecho a la cultura y tanto la administración como los agentes culturales tenemos que velar por ese acceso. Hace años que venimos hablando de creación de públicos, de escuelas del espectador, de mil y un experimentos más o menos exitosos para conectar la ciudadanía con el hecho artístico. Es una pena pues que no utilicemos las artes de calle como puente –y no será por falta de ejemplos, uno de los más sonados lo encontramos también en Inglaterra, dónde el mismísimo National Theatre de Londres dedica casi todo el verano a una programación de actividades al aire libre llamada ‘Watch this space!’, ¿no les parece un milagro?-.
De momento, entre sándwich y sándwich, bajo el sol inglés o la tormenta mediterránea, continuaremos defendiendo las cualidades de las artes de calle, luchando por su visibilidad y reconocimiento. Va por Goro y sus bombas, artillero esloveno con corazón de cordero.