Laberintos de ida y vuelta
¿Conocen ese pasatiempo en el que hay que trazar con el lápiz el camino a través del laberinto hasta llegar al objetivo? ¿Cuántos de ustedes empezaban el camino al revés, es decir, partiendo de la meta? De esa manera, no había fallo posible, ¿verdad?, porque sólo existía una posibilidad de desandar lo que no se había andado. Resultaba tan sencillo coger el lápiz y dibujar con absoluta fluidez el camino de vuelta casa que parecía improbable que nadie fuera a intentar realmente buscar el camino correcto desde el inicio. ¿Quién iba a querer perderse por el camino, dar palos de ciego y toparse con callejones sin salida una y otra vez? Lo que contaba era (y sigue siendo en la mayoría de los casos) alcanzar el objetivo a toda costa, así que el fin justificaba perfectamente los medios y aquella trampa no era más que un medio eficaz de llegar a la solución anhelada.
En creación, pocas veces conocemos la meta final. Habitualmente, partimos de un punto de vista más o menos definido y nos embarcamos en una aventura, bien solos o o con compañeros de viaje. A veces, la travesía surca un mar en calma para llegar al anochecer a un puerto amplio que huele a sal, con casas de pescadores encaramadas a las rocas y guirnaldas de lucecitas que adornan el paisaje dormido y, otras, nos abrimos paso por la selva a golpe de machetazo para llegar a un bazar colmado de nuevas especias o remamos río arriba en una balsa cada vez más destartalada en busca de un Dorado que nunca alcanzaremos o llegamos a un lugar del que nunca se vuelve, como una suerte de Hotel California en medio del desierto, donde te reciben con champán rosa con hielo al llegar, pero se les olvida decirte que ya no podrás regresar.
Lo que el artista muestra normalmente a los espectadores es la meta, la casilla de llegada. Pero existe también otro formato que está casi por hacer, aunque ya haya nacido, que es la demostración de trabajo. La demostración de trabajo navega entre la conferencia y la explicación práctica de lo que se cuenta. Es un espectáculo en sí mismo que alimenta en grado justo a cada espectador. Una demostración de trabajo desgrana el collar de perlas que es el proceso creativo, mostrando partes del resultado final y otras zonas que pertenecieron al proceso de creación y que, en un espectáculo al uso, están veladas al espectador. Gracias a este tipo de demostraciones, los espectadores aprendemos a mirar con ojos nuevos, a leer lenguajes recién nacidos y a entender los intrincados jeroglíficos que representan, a veces, las propuestas de los artistas.
El pintor Kandinsky, que fue el padre del arte abstracto, nos dejó, además, otro precioso legado: la demostración de trabajo. Lo hizo a partir de una serie de cuadros, donde se dedicó a plasmar su proceso creativo paso a paso, empezando con un paisaje muy realista, para ir, poco a poco y en sucesivos cuadros, difuminando las formas y añadiendo más viveza y presencia a los colores. Existe un ejemplo muy claro en el que contemplamos un paisaje de montaña, donde se puede ver un ferrocarril cruzando el verde de los montes mientras la chimenea del tren echa humo. En el segundo cuadro, donde Kandinsky ya empieza a abstraer la realidad, los árboles siguen siendo árboles, es decir, aún se reconocen como tal y el humo que sale aún es humo, pero aquello ya empieza a ser otra cosa, empieza a volar. … Los ojos de quien contempla este salto sobre el lienzo aprenden a establecer el vínculo entre el realismo y el arte abstracto, porque están contemplando el eslabón perdido que apunta las maneras de aquello que será.
Las demostraciones de trabajo teatrales sólo pueden realizarse una vez que el tren ha llegado a su destino. Una vez recorrido todo el laberinto. Sólo entonces se puede echar la vista atrás para ver convertido el embrollo propio del proceso creativo en un cuidado jardín inglés, plagado de setos perfectamente recortados que indican sin temor los recorridos realizados, las rosas que crecieron y se podaron con mimo en un recoveco del camino y hasta las tapias que nos hicieron dar media vuelta para seguir buscando por otro lado. Sólo una vez en la meta, podemos echar la vista atrás y recorrer con el lápiz el viaje realizado y poner nombre a las cosas y señalar las causas y los efectos.
Demostraciones de trabajo dignas de mención son «Huellas en la Nieve» de Roberta Carreri y el «Eco del Silencio» de Julia Varley. Lecoq también supo señalar el camino recorrido en forma de demostración de trabajo. Cristina Samaniego muestra a los ojos que sepan escuchar cual es «El lugar del que no se vuelve» y Gonzalo Castellanos Megías también desgrana un viaje realizado tiempo atrás «Al Son de la Penumbra».
Al ver cómo se desvanecían las flores del paisaje ante sus propios ojos, mientras miraban por primera vez a través de la ventana de un tren en marcha, los artistas de comienzos del siglo XX aprendieron a mirar y plasmar una nueva realidad. En el año 2012, no sabemos quizás cuál es nuestro tren, pero si conocemos la velocidad a la que nos movemos en el mundo. Y esa velocidad depende de la tarifa de Internet que tengamos contratada. A la espera del Kandinsky de esta era, rompamos una lanza a favor del acercamiento del arte a las personas que lo quieren disfrutar en forma de demostraciones de trabajo, que expliquen, muestren y, ante todo, quiten el miedo a volar como espectador. El actor y pedagogo Pablo Ibarluzea decía hace bien poco que al público le da lo mismo si el personaje alcanza su meta o no, que lo que quiere ver es cómo lo intenta.
Pues enseñémoslo. Mostrémosle al respetable los altibajos de la expedición. Así, al contemplar la meta que les ofrecemos, estarán verdaderamente en pleno derecho al decir: «Ese garabato lo hubiera hecho mi hijo de 5 años mil veces mejor.»