El Chivato

La posición de la composición

Componer una obra de arte alude a la tarea de ordenar, relacionar, posicionar una serie de elementos (materiales) de modo tal que se genere un entramado, una «forma global» la cual está dada no solo por estos elementos sino por el modo en que se relacionan; tanto que el cambio en alguno de ellos implicaría también un cambio de la forma como un todo.

En la danza teatral, la composición hace referencia a dos tipos de ordenamiento elementales: el temporal -secuencia y orden de los momentos de la escena- y el espacial, ya que el lenguaje del movimiento supone desplazamientos del cuerpo en y a través del espacio. De aquí que, en la composición coreográfica, la «forma global» no puede ser nunca estática sino que está en constante mutación, transformación pues los elementos que la constituyen –los cuerpos- se trasladan y sin cesar. Decimos entonces que el espacio es uno de los elementos materiales que constituyen el lenguaje arte coreográfico y la obra de danza como composición/forma global.

Ahora bien, cuando hablamos de espacialidad en la danza no sólo nos referimos a los dibujos y figuras del movimiento sino también a los lugares (posiciones) que los cuerpos ocupan en la escena y a las relaciones –corporales- que se establecen a partir de los mismos. Sabemos que la danza trabaja con cuerpos y que la labor artística de composición implica la tarea de secuenciar desplazamientos corporales; por este motivo, la cuestión de la espacialidad es nodal en el arte coreográfico, sea como instancia formal y también significativa de la composición.

En esta oportunidad quisiera abordar la cuestión de la composición en una clave distinta a la artística-estética; más relacionada quizás a una perspectiva de corte sociológico.

Si queremos abordar el arte coreográfico desde una mirada sociológica no podemos pasar por alto algo que parece una obviedad. En la danza, lo que se presenta, lo que se pone en escena son cuerpos en movimiento y el cuerpo antes de devenir una «materia artística» (re)creada en y a través de la danza, es primero una materia condicionada socialmente. El cuerpo, ya en su simple presencia, es portador de significados y representaciones sociales: es un símbolo social.

Entonces, vale preguntarnos ¿Qué corporalidad se pro-pone en la escena? Y de ahí en más; ¿Que modelo de sujeto se construye a partir de tal o cual propuesta de corporalidad?

Esta conocida discusión acerca de los diversos abordajes y concepciones del cuerpo en la danza, se enriquece al tomar también en consideración al espacio como material fundamental en la composición coreográfica.

Comenzamos haciendo referencia al componer en danza y cómo esto refiere, entre otras cosas, al tratamiento de la espacialidad. También dijimos que la danza no solo presenta cuerpos sino que, a partir de las ubicaciones espaciales que se establecen, los propone en relación. En este sentido, la danza teatral no solo nos habla acerca de las subjetividades sino de las relaciones que se dan entre los cuerpos/sujetos.

Así, vale también preguntarnos ¿Qué modelo de «vínculos intersubjetivos» propone tal o cual obra, tal o cual tendencia coreográfica?

Lo que sugiero aquí es que, pensar a la danza teatral como un arte que conlleva implicancias sociales y lineamientos ideológicos, no sólo incluye una reflexión acerca del cuerpo, de cómo este es concebido, sino también en tanto puesta en escena de «modelos de relación» entre sujetos. Y vale aclarar que no solo plantea vínculos entre los cuerpos de los bailarines entre sí, sino también de éstos con el público.

Entonces, una obra de danza no sólo supone una instancia de goce estético sino que también pro-pone una mirada acerca de la subjetividad en relación. De alguna manera, además del tratamiento de la corporalidad el manejo de la espacialidad en la danza -ya sea dentro de la escena o como instancia de puesta en común como en público- hacen de este quehacer artístico una instancia fuertemente sociológica, pues detrás de las elecciones y selecciones estéticas subyacen siempre lineamientos ideológicos.

No quiero decir con esto que la danza sea una especie de «panfleto» de ideologías, ni que los coreógrafos planteen siempre sus composiciones a sabiendas de los supuestos teóricos que están en juego. Quiero decir que, el solo modo de abordar la labor coreográfica -y de presentarla- conlleva una serie de implícitos que merecen especial atención. Esto tampoco significa que el coreógrafo deba sumergirse en un análisis teórico minucioso acerca de su obra; lo que intento resaltar aquí es que la danza, como arte, como forma estética, se verá siempre enriquecida por selecciones y decisiones lúcidas, conscientes y no ingenuas por parte de su creador; para lo cual se requiere de una cuota de reflexión. Una reflexión que no entorpezca la creatividad y la espontaneidad sino que la acompañe y la potencie; porque pensar es también acción y creación… y nace del cuerpo.


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