Querer no es poder
El querer es un impulso, no siempre realizable, que va definiendo la situación del individuo a medida que éste se va involucrando en la sociedad, pues es a costa de su decisión de convertir en realidad su querer, que su vida se va desenvolviendo de manera armónica, o enredada en el caos, según su querer se acomode o no a unos y a otros.
El querer se convierte, para algunos, en una obsesión. Esto suele sucederles a aquellos para quienes parece haber sido pronunciada la sentencia: «querer es poder», una expresión con la que se juega a convencer a la gente de que con la invocación permanente del deseo, nos podemos deslizar por la vida, sin ningún problema, hasta conseguir el éxito, que es el supremo anhelo de todo querer.
El querer es algo tan personal, que cuando el deseo de materializarlo se vuelve terco, nos impide comprender, o aceptar, que el éxito de nuestro querer puede verse entorpecido por alguien, cuyo querer, sin tener más fuerza interior que el nuestro, y sin que para consolidarlo haya hecho mayores esfuerzos que nosotros, tiene el apoyo del querer de otro, quien con solo decir quiero, todo se materializa a su alrededor.
Suelen bregar, sin muchos avances, quienes viven convencidos de que la autonomía es la que decide el éxito o el fracaso de un querer, y por eso nunca aprenden que la realización del querer de alguien puede estar condicionado por el querer de otro, cuya intención es avasallar, pues su querer es gobernar sobre otros, y que tal situación lleva a quienes se vuelven obsesivos en la realización de su querer, a convertirse en siervos incondicionales de ese otro, para obtener su bendición, porque existe la creencia de que hay personas con poder de decisión sobre otras, debido a que su querer es cada vez más visible y poderoso, y por ende invulnerable a la acción de cualquier otro querer.
El querer es poder, cuando el querer de alguien logra opacar a los demás quereres que lo rodean, y consigue de esa manera convertirlos en subalternos de su querer, y, por extensión, apropiarse de su voluntad para instarlos a declinar la intención de hacer realidad su querer y dedicar sus esfuerzos a incrementar la realidad de un querer cuya visibilidad les crea la impresión de que se hallan frente a un querer supremo, bajo cuya égida podrán realizar su querer.
Quienes consiguen hacer de su querer un poder incuestionable, deciden el nivel de presencia social de los demás quereres, y los privilegios a los que pueden acceder. Sin embargo, es bueno aclarar que el poder de un querer absoluto, en vista de que está montado sobre muchos quereres, también está expuesto a la inestabilidad, y para guardarse de sorpresas, como la rebelión de alguno de esos quereres que le sirven de base, debe estar irradiando pequeñas, pero constantes muestras de asentimiento y tolerancia hacia éstos, y congraciándolos con dádivas, para hacerles perdurable la ilusión de que son parte de un poder, y que por los giros que da la vida, algún día puede alguno de ellos convertirse en un grande y poderoso querer.
Dicen, que la constancia vence lo que la dicha no alcanza, pero esta sentencia, al menos en cuanto a la consecución de éxito del querer se refiere, no es tan cierta, porque no sucede siempre, que quien más constancia aplica a sus propósitos, más garantía tiene de convertir en realidad su querer.