El tercer elemento
Un director y un público; un actor y un espectador; un cantante y un auditorio, y la actuación es cuestión de tres. Sí, tres en juego. El actuante, el público y el tercer elemento: una canción, un personaje, un texto, una obra. Ese regalo que el creador construye con toda su persona y ofrece al público para que, en el mejor de los casos, sea motivo de regocijo, juego y placer para ambos. Ese tercer elemento, canal de comunicación, es camino de encuentro pero también es frontera. O al menos lo debería ser. Sí, por una cuestión de higiene emocional y seguridad psíquica en el trabajo. En ese momento en el que la persona se coloca en el escenario frente a un público; en ese momento en que la persona tiene que ser obligatoriamente, de nuevo por seguridad e higiene, actor o cantante, es decir, un profesional. Un profesional que como cualquier otro necesita de su casco, sus guantes, sus botas y su mascarilla para llegar, después de la jornada, sano y entero a su casa, a su vida íntima y privada.
En una ocasión comencé a preguntar a mis alumnos sobre cual eran las razones por las que habían decidido ser actores y actrices. Muchos se dieron cuenta, para su sorpresa, no para mí – hay cosas que los años te enseñan- que debajo de sus razones más o menos fáciles de suponer, se encontraban otros motores más íntimos como, por ejemplo, el motor de sentirse escuchado, sentirse mirado. No voy a entrar en caminos psicoanalíticos. Pero es obvio donde se encuentra el déficit. Y es obvio que la otra cara de este asunto es el gran grado de exposición, la sensación de vulnerabilidad que muchos cantantes y actores viven. Más aún si como siempre que hay ausencia de kilometraje volado la falta de experiencia y técnica se suple a base de tripas, corazón y esfuerzo. Y es aquí donde se oye, el «lo quiero dar todo». Y es aquí donde conviene tener a mano el botiquín de urgencia y tirar de profiláctico: el tercer elemento con su función de frontera y pantalla protectora. La celosía que deja ver a quién está detrás, que casi nos permite tocarla pero que queda al abrigo de la mirada que desnuda y de la exposición a luz blanca y plana.
Siento como a quien escucha se le están relajando los músculos y un alivio en el gesto y descubrimiento en la mirada. Si, estás ahí delante cantando, hablando, actuando. Si, has parido, mimado y crecido lo que estás ofreciendo y tu voz está sosteniendo tu canto. Pero tu voz está tras velos de melodía, tras orfebrerías de palabra, acompañada de imágenes, luces y arreglos. Tu voz no te delata. Tu voz, en todo caso te acompaña. Y, en último caso, cuando se ha trabajado a fondo, a lo largo y a lo ancho de la canción o del texto, estos crecen y andan por el espacio, ya no son tú aunque sean una prolongación de ti. Y hay distancia. Y cuando te vas, la canción o el texto se queda, en el mejor de los casos, en el corazón de quien ha escuchado. O, quizás, tu voz te agarre tanto las carnes que no exista nadie más que tú en ese lugar y ya no veas, y ya no te importe quien, cómo, qué piensa, si juzga o no porque serás solo tú, en ti y aún así y todo, siempre hay un tercer elemento, que por muy sutil que sea existe y te protege de la sobre- exposición. Al fin y al cabo es un espectáculo, y quien mira y oye no sabrá si eres tú, o un personaje.