Otras escenas

Saber envejecer

Polverigi es una población muy tranquila situada a pocos quilómetros de Ancona, en el Adriático. Sus casas, calles y plazas se reparten por una colina ondulada, un mantón confeccionado a modo de patchwork gigante, hecho de retales de diferentes cultivos.

Su gente es encantadora, muy extrovertida. El farmacéutico, la dependienta del colmado, el heladero… charlé con todos de manera entretenida. Sin contar la larga conversación que mantuve con un señor mayor muy elegante, muy italiano – gafas de sol vintage, pantalón tejano caro, blazer azul marino entallado, camisa clara y pañuelo al cuello – que se quejaba de la política y los políticos italianos. Me encanta saber de la gente de las ciudades que acogen los festivales, programaciones o espacios relacionados con las artes escénicas que visito. Complementan la visión que uno puede llevarse de cada sitio.

Polverigi es desde 1977 la sede de InTeatro, un espacio concebido originalmente como un festival Internacional de teatro, y que hoy en tiene actividad permanente dedicándose durante todo el año a la producción, exhibición y promoción de las artes escénicas contemporáneas. También está reconocido por el gobierno regional como un centro de formación e investigación teatral.

En el festival de InTeatro han debutado compañías como Socìetas Raffaello Sanzio –proyecto con sede en Cesena, a pocos kilómetros de Polverigi-, o artistas de la talla de Jan Fabre, Mike Figgis, Mauricio Celedon o Wim Vandekeybus, entre otros.

En referencia al festival, el señor mayor elegante me comentaba que, después de treinta y tantos años de certamen, poco quedaba de aquella celebración de las artes escénicas que tuvo su máximo apogeo en los años ochenta. Su reflexión trenzaba conceptos como nostalgia, carácter italiano y vejez. Nostalgia por los tiempos pasados, llenos de buenos momentos, pero sobre todo nostalgia por la juventud, por el entusiasmo y la capacidad de sorpresa que se le asocian; carácter italiano, me contaba, por lo de la predisposición mediterránea a la corrupción y el abandono político a la cultura en progresión geométrica desde hace unos años; y senectud por el cambio de ritmo en el proyecto, ahora más sosegado y reflexivo.

La verdad es que bajo mi punto de vista, la labor desarrollada por Inteatro en la actualidad tiene también que ver con la obstinación y la entereza. En un contexto socioeconómico en el que lo fácil seria tirar la toalla, esta organización consigue poner a la disposición de estudiantes, artistas y compañías de teatro tanto su experiencia como sus instalaciones -concentradas en la maravillosa Villa Nappi, un edificio del siglo XIV rodeado de un hermoso parque-, y conectar con la ciudadanía unos días al año, a través del festival que organizan, modesto pero intenso y con una programación joven e innovadora.

Está claro que los tiempos cambian. Que los festivales nacen, crecen, envejecen -es muy importante saber envejecer, vestir con elegancia el paso del tiempo- , y que también mueren. Su salud depende de muchos factores. No sólo de agentes políticos. Es fundamental que la ciudadanía los entienda y festeje como patrimonio cultural propio, y que los responsables de dichos festivales hagan participes de su proyecto a sus conciudadanos. El dialogo que establezcan con la localidad o contexto que los acoge va a determinar su calidad de vida y también su longevidad.


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